Ordené mis trajes por colores

16 3 0
                                    

Ordené mis trajes por colores.
Esos que cubren el cuerpo
que cubre el alma,
para que al abrir el ropero,
como por un gran diamante
o una gota de agua,
se fragmente la luz
en rojo, naranja, amarillo,
verde, añil, azul,
violeta, y otra vez rojo
y quien sabe cuántas
más longitudes de onda
que no saben ver mis ojos.
Para que al abrir la puerta
encuentre una galería de arte.

Sobran básicos y neutros,
y eso refleja trabajo.
No está mal, y agradezco,
pero faltan más azul noche
y más amarillo sol.

El lente oscuro descansa
al lado de un sombrero dorado
esperando acomodarse
—y reemplazar a las ideas ponzoñosas—
en mi cabeza hasta llegar a la costanera.
O faltan tal vez un poco
de lana negra, de guata blanca,
medias con dibujos y botas peludas
para la nieve y las montañas.

Hay un magenta que me hace
un poco muñeca y un poco humana.
Y unos tonos pastel que me recuerden
que tengo niña el alma.
Un vino, un uva, un durazno,
para ver la vida desde las papilas gustativas,
y un chubasquero flúor
para ser estival en los días charco.

Turquesa con arena
para salir del armario al mar,
o beige y terracota
para que se tiña de otoño el follaje
en mi contorno, en los vaqueros y en las faldas.

Y luego, todo se mezcla
en cuadros, rayas,
estampados, motas,
en fragmentos violeta,
rojo, naranja,
amarillo, verde, añil.
En fragmentos de luz hechos trapo,
esos que cubren el cuerpo
que cubre el alma.

PoesíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora