Fue en Navidad

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Un zumbido inquietante;
la alarma del monitor
acompañó al dibujo
de la raya plana
tan temida, tan esperada.
Nunca había respirado,
siempre fue el respirador.
Pero el corazón, ese sí
había galopado por su vida
hasta aquí.

Mis manos le prestaron las sístoles.
Las de la enfermera, aire artificial.
¡Un, dos, tres, ventilo!
Una, dos y tres dosis adrenérgicas
no nos devolvieron los latidos
ni el color al angelito.

«Luchó mucho el guerrero».
Cómo decir lo que hay que decir
cuando ya no hay nada que decir.
Que los pulmones que aún no respiraban
ya no respiran.
Que quien aún no nacería,
ya murió.
Nunca sonrió. Nunca lloró.

«¿Tiene la ropita que quiere vestirle?»,
retumbó en un susurro la enfermera.
«Todavía no tiene ajuar».
No es lo que se espera
cuando se espera un hijo.

El pulgar del San José envolvió toda su palma.
La Virgen Dolorosa lo bautizó con sus lágrimas.
Y en el pesebre de hospital
dormía el recién partido aún desnudo
entre el rezo de los misterios dolorosos,
rítmico y agudo, de las otras máquinas,
todavía con las sondas y los cables,
con olor a iodo y a amnios.

San José y la Virgen salieron
a hacer lo que se hace cuando alguien muere:
"gestiones".
Para poder preparar el cadáver mínimo
nunca en su presencia.
Se llevaron su nombre en la boca
para el primer documento
a la funeraria.

La enfermera abrigó sus pies,
envolvió de algodón sus manos,
ató en silencio la cinta bebé,
y cubrió el rostro cárdeno, angelical.
Los ángeles cantaban gloria,
las estrellas... no sé si brillaban más.

Nosotros perdimos una batalla;
en su familia, claro, la guerra fue total.
Pero a nosotros aún nos quedaban
otros cinco pesebres en que luchar.

PoesíaWhere stories live. Discover now