Capitulo 14

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Caminé despacio, adaptándome al ritmo que Vassago había marcado. Ninguno de los dos volvió a hablar y tampoco creía ser capaz de decir nada en ese momento. Me invadía la emoción y me mataban los nervios. Belial al fin. Si hubiera sido capaz, hubiera salido corriendo, pero ni siquiera sabía donde me encontraba.

Una vez habíamos atravesado las puertas de piedra, nos habíamos encontrado en un nuevo pasillo de tenue iluminación con lagrimas de cristal suspendidas en el aire en un techo de forma piramidal invertida y una interminable alfombra negra. Sólo seguía en silencio al demonio hasta que alcanzamos unas escaleras, igualmente adornadas con la misma alfombra que se retorcía en varios puntos y que descendía en caracol, pero lo que me impresionó fue que estuviera trabajada y pulida en piedra.

Con cuidado y con la misma solemnidad, comenzamos a descender lentamente por ellas y a medida que avanzábamos, el sonido de voces comenzó a oírse, muy débilmente al principio y mucho más intenso después y cuanto más alto lo oía, más nervios crecían, gradualmente, a la misma velocidad que lo hacían las voces de las personas —criatura o lo que fuera que hubiera allí reunido—, y cuando una luz mucho más brillante, de un resplandor transparente, blanquecino, comenzó a rodearnos, comencé hiperventilar, las piernas me pesaban y me di cuenta de que me había detenido sólo cuando Vassago se detuvo a mi lado, con la misma cortesía de hacía un momento para no tirar de mi brazo sujeto al suyo.

—No hay nada por lo que preocuparse —dijo Vassago muy suavemente—. Dije que te protegería... incluso después de lo que pase en cuanto nos vean.

Hice una mueca pero aunque pretendí que fuera de burla, sólo fue de nervios. Respiré profundamente.

—Algo me dice que no es cuando nos vean, sino cuando me vean. —Pero no sólo eso era lo que me preocupaba. ¿Qué pasaría cuando volviera a ver a Belial? Quería verlo, pero al mismo tiempo tenía tanto miedo...—, además, ese "pase lo que pase" no hace que me sienta mucho mejor.

Vassago sonrió. Una vez más esa sonrisa capaz de perturbarme al punto de hacerme perder la razón. Desvié la cabeza.

—Y en realidad, señorita Brooks, es más bien cuando nos vean juntos.

Juntos... Sacudí la cabeza para apartar esos pensamientos de golpe y fingí que era el corazón de otro el que latía con tanta fuerza. ¿Cuánto iba a durar con todo mi razonamiento si seguía esnifando la esencia de Vassago? Oh, bueno, ¿de qué me preocupaba? Iba a volver a ver a Belial y esta vez no estaba vacunada contra los efectos que producían sus esencias en los humanos... ¡Y no solo Belial! —algo que de verdad me preocupaba, o puede que lo que me preocupara fuera como iba a comportarme delante de él—, sino que iba a estar rodeada de sólo Dios sabía cuantos demonios más desprendiendo esas esencias capaces de destruir a toda la raza humana. La idea era aterradora. ¿Cuánto iba a durar allí dentro?

—¿Señorita Brooks?

—¡Sí! ¿Qué?

—¿Estás preparada para continuar?

Me reí de forma nerviosa.

—Supongo... que sí.

Vassago comenzó a descender de nuevo y yo lo imité cuando su brazo tiró suavemente de mí, tratando de no tropezar con la tela del vestido que se enredaba entre mis piernas y contuve literalmente el aliento cuando rodeamos el último tramo de escalera que se enroscaba en caracol y un enorme espacio abierto repleto de gente —y sorprendentemente lo parecían—, se extendió ante mis ojos.

Y yo ante los de ellos.

Imaginaba que aunque el vestido que llevaba era espectacular y hasta yo misma reconocía que el reflejo que el espejo me había devuelto me levantaba de alguna manera la moral hasta el punto de admitir que estaba guapa, no era el mismo resultado que el que hubiera tenido de ser presentado por otra raza —aunque tan solo hablaba por los demonios, ya que no conocía ninguna otra como a aquellos y Naamah, Ezabel y sobre todo Eisheth, eran tres arquetipos que tomados de ejemplos hacen que una se sienta miserable y feucha—. Me movía con torpeza y dado que no estaba acostumbrada a usar ese tipo de prendas y zapatos de tacón, no era capaz de lucir lo que se merecía ese vestido —uno especialmente pedido por Vassago para mí y lo que traté de borrar nuevamente de un plumazo de mis pensamientos. Necesitaba alejarme de él y su maldita esencia, aunque dado que cualquier aroma me llevaría directamente al letargo cerebral, prefería estar cerca de alguien conocido—, pero por la manera que todos giraron en algún momento la cabeza para mirarnos y paulatinamente las voces perdieron intensidad hasta pasar del murmullo al silencio absoluto, supuse cómo debió sentirse Cenicienta cuando llegó al baile y todas la atención recayó en ella. Pero ya fuera por el vestido o simplemente por la manera que Vassago se movía a mi lado, sin intimidarse, no me sentí precisamente como el patito feo de la historia. Me sentía hermosa, radiante, muy lejos de sentirme inferior a cualquiera de las razas espectaculares que se encontraban allí reunidas y que no dejaban de mirarnos y que realmente no me detuve a observar; mis ojos se movían velozmente entre tanto rostro desconocido en busca del único que me importaba, percibiendo, al llegar al final de las escaleras, como los dos guardias perfectamente uniformados con trajes oscuros de chaqueta corta con llamativos botones plateados y cuyas lanzas firmemente sujetas en su mano derecha parecían alcanzar el techo, salían de su asombro y hacían perfectas reverencias a nuestro paso.

Desire (Silence 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora