Capitulo 9

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Después de que Vassago me dejara sola en la habitación y tras unos instantes en los que tardé en apartar la mirada de la puerta y soporté la imperiosa necesidad de correr hacia ella y abrirla, me di la vuelta y volví a mirar el saloncito y las enormes estanterías repletas de libros viejos. Después, con un suspiro que parecía reflejar muy bien mi estado de ánimo de ese momento, decidí pasar al dormitorio y contemplé la amplia cama de baldaquino color negro metálico. Entre las columnas, un dosel del mismo tono dejaba caer unas cortinas transparentes que cubrían la mayor parte de la cama cubierta con telas oscuras..
    No pude evitar pasar una mano por encima de la cama, toqué las cortinas y detuve la yema de los dedos en las columnas un momento antes de sentarme en la cama y miré la habitación desde allí.
    Era diferente a lo que Belial me había mostrado en los áticos que había visto en el mundo humano. Era un lugar frío, los colores eran oscuros y la decoración era la justa. También había otra chimenea al fondo, igual de apagada y una alfombra ocre y azul cubría el suelo de madera. No vi ninguna luz por ningún lado a excepción de la brillante que entraba desde la ventana, y terminé tumbándome completamente en ella, contemplando el techo abovedado que parecía hundirse en el centro y formar una punta.
    —¿Qué estoy haciendo aquí?
    Había perdido completamente el rumbo y aunque había conseguido lo que había estado buscando durante meses, regresar al mundo que Belial me había mostrado, no me sentía especialmente bien; no me sentía satisfecha.
    —Soy idiota.
    Me cubrí la cara con el brazo y cerré los ojos. Ni siquiera sabía qué había ido a hacer allí. ¿Ver a Belial? ¡Já! ¿Por qué ya no simplemente me ponía un letrero en el que pusiera que estaba enamorada de él? Vassago había tardado unos minutos en leer en mí y averiguar la verdad. ¿Estaba tan dispuesta a soportar un rechazo? ¡Genial! ¿Tenía que preocuparme de eso ahora? ¿No podía haberlo hecho media hora antes de pedirle —¡Suplicarle prácticamente! — a Vassago que me trajera con él?
    Durante unos instantes reflexioné sobre lo que estaba haciendo, sobre lo que había hecho y finalmente decidí que no merecía la pena dar demasiadas vueltas al asunto. Primero tenía que encontrarme con Belial para comenzar a preocuparme y por lo que Vassago había dicho, aquello no parecía ser algo que fuera a ocurrir de un momento a otro.
    Además, tenía todo un mundo sacado de un libro de fantasía —o de la Biblia en su defecto—, ante mí y mi incipiente necesidad de sabiduría no-humana.
    Con una sensación de encontrarme más ligera, aparté el brazo de la cara y eché un vistazo al nuevo reloj de muñeca que me había comprado.
    No funcionaba.
    Le di unos golpecitos con la uña a lo que suponía era una plástico gordo y después lo sacudí, pero éste siguió sin mover las manecillas.
    Era imposible que estuviera roto. Vale que no había ido a comprarlo a la mejor relojería del barrio; es más, ni siquiera lo había comprado en una relojería, sino que había adquirido uno de esos baratos en un puesto ambulante que había encontrado de camino a casa, pero debía ser muy malo para que dejara de funcionar en un solo día.
    Volví a sacudirlo una vez más.
    Aunque siempre cabía esa posibilidad, por supuesto, pero en dos días habían dejado de funcionar dos relojes y pese a que aún era capaz de aceptar que podía ser una casualidad, sabía que no lo era. O, tal vez, simplemente había dejado de creer en las casualidades.
    Dejé caer el brazo lentamente sobre la cama, a mi lado, y volví a cerrar los ojos. Tampoco me era de vital importancia el hecho de que el reloj se hubiera vuelto a detener. Tenía otras muchas cosas en las que pensar en ese momento... pero sobre todo necesitaba descansar un poco, sólo un momento y después ya pensaría en algo, en cualquier cosa.
    Pero sólo volví a abrir los ojos cuando sentí algo tibio acariciándome la frente. Parpadeé débilmente, tratando de enfocarme y miré de reojo a mi derecha, sin mover casi la cabeza hacia esa misma dirección y casi di un bote cuando la imponente figura de Vassago me devolvió la mirada desde ese lado.
    —¿Me quedé dormida?
    Sin acordarme de que el reloj no funcionaba, levanté el brazo para mirar la hora e hice una mueca al darme cuenta que seguía en los mismos números que la última vez que lo había revisado y dejé caer el brazo, sintiéndome aliviada de que aún entrara luz por la ventana. Ni siquiera parecía que hubiera habido un gran cambio en la luz que iluminaba el interior en ese instante a antes de quedarme dormida.
    Dormida ¡Era increíble! Había pasado tantas noches de vigilia, incapaz de conciliar el sueño, dando vueltas en la cama, devorando libros para matar el tiempo y no pensar —sobre todo eso; no pensar—, y levantándome con un humor que cada día estaba más y más agrio, y ahí estaba, en una cama que no era mía, en un mundo que por no ser no era ni mío —y estaba segura de que me lo recordarían mucho en esos días—, y junto a un demonio que conocía más bien poco... y me haba quedado dormida. ¡Dormida! Hice otra mueca y miré a Vassago de reojo. Me incomodaba su presencia, o puede que lo que me incomodara fuera que se encontrara tan cerca.
    —Te he traído algo para comer. Desconozco tus gustos, así que he elegido según los míos.
    Mi mirada se desvió por la habitación y se detuvo en la mesita redonda que estaba segura no había estado antes de quedarme dormida y levanté una ceja sin decir nada ante la bonita decoración de la bandeja, con los platos perfectamente tapados con fuentes de metal y una servilleta pulcramente enrollada a los lados de los cubiertos.
    —En Frenys deberían aprender a presentar así los platos —susurré, incorporándome.
    —¿Decías algo?
    Hice una mueca.
    —Nada.
    Me deslicé por la cama y puse los pies en el suelo, sin mucha prisa por levantarme.
    —¿Prefieres que te deje sola mientras comes?
    Giré el cuello para mirarle, sorprendida.
    —¿No comerás conmigo?
    —Ya he cenado.
    —¿Cenado? —¿Ya había cenado? Era evidente que no iba a compartir mucho de su tiempo conmigo—. ¿Qué hora es?
    —Nosotros no nos guiamos demasiado por el tiempo, pero puedo calcular que en tu mundo serían más o menos las diez de la noche.
    Estuve a punto de atragantarme.
    —Pero eso... ¿cuánto tiempo he dormido? Pero si el sol sigue...
    Miré a Vassago con el ceño fruncido.
    Se había cambiado de ropa, dejando el cuero y las ropas oscuras por un elegante pantalón de lo que parecía ser algo parecido a la seda y una camisa larga de la misma tela que le cubría prácticamente hasta las rodillas y se cerraban en vertical en el pecho con varios broches dorados. También se había recogido su suave cabello negro en una coleta.
    Aparté la mirada rápidamente, evitando encontrarme con sus ojos y la fijé en la mesa, levantándome y me acerqué a ella, sin tocar nada de la bandeja. ¿En qué estaba pensando para ponerme a mirarlo de aquella manera? Era guapo, sí —Y vaya si lo era...—, pero lo iba a pasar mal si cada vez que me encontraba un demonio en ese lugar me ponía a mirarlo embobada. ¿De qué servía no quedar cautivada por su aroma como cualquier humano si actuaba de la misma manera? Era denigrante...
    —¿No te gusta el sol, señorita Brooks?
    ¡Y dale con el señorita Brooks! Genial, ya odiaba otra cosa más gracias a él.
    —Sí, supongo —gruñí, cruzándome de brazos—, ¿es que aquí funcionan las cosas al revés? ¿La oscuridad de día y el sol de noche?
    —En absoluto, señorita, Brooks, nosotros no conocemos la noche como lo hacéis en el mundo humano. Siempre hay luz. O casi siempre.
    Lo miré impresionada antes de desviar la mirada hacia la ventana.
    —¿La luna...?
    —Aquí no hay ninguna luna. Incluso nuestro sol es diferente al vuestro —Vassago se paseó por la habitación y lo seguí con la mirada, aprovechando que él no me observaba. Su ropa se mecía a la misma vez que sus movimientos, al igual que lo hacían algunos de sus cabellos, aquellos que no se encontraban sujetos en la coleta—. Muy pocas veces disfrutamos del escaso instante de la oscuridad.
    —Vaya... —musité, volviendo a desviar la mirada cuando Vassago se giró para mirarme—, pero...
    —¿No crees que sería mejor que comieras, señorita Brooks?
    Respiré hondo. Y lo hice varias veces, pero la sonrisa, esa ensayada mueca que ya tenía completamente controlada desde que había empezado a trabajar en Frenys se quedó atascada en algún punto.
    —¿Tan complicado te resulta llamarme por mi nombre? —solté en un arrebato. Si seguía escuchando esa forma de llamarme iba a terminar volviéndome loca—. Es Aliss. No es tan difícil, ¿por qué no haces la prueba?
    La expresión de Vassago no cambió; siguió mirándome de manera imperturbable, con sus ojos de hielo fijos en mí.
    —No nos conocemos tanto al punto de llamarte por tu nombre, señorita....
    —¡Aliss! Mi nombre es Aliss —¡maldita sea! —, ¿No nos conocemos tanto como para que me llames por mi nombre pero sí para tutearnos? ¿No es un poco contradictorio?
    —En realidad, no. A diferencia de Belial, yo no estoy tan familiarizado con las costumbres humanas. Prefiero regirme por las que conozco y en esas reglas se especifica claramente que el tratamiento de cortesía se usa únicamente en aquellos que son superiores o iguales a uno. Tú, como humana, eres inferior.
    —Como humana —le lancé una feroz mirada.
    —Como humana —repitió él sin mostrar ninguna emoción ante mi rabia—, por lo que no tengo la obligación de usar el tratamiento de usted contigo.
    —Pero sí de llamarme "señorita Brooks" en vez de usar mi nombre, ¿no?
    Vassago me miró durante otros eternos segundos, en silencio.
    —También es otra norma.
    Bufé irritada.
    —Lo que tú digas, y dime, ¿cuál es tu apellido? No quiero ser quien interrumpa una regla demoníaca ni nada del estilo.
    Las cejas del demonio volvieron a alzarse casi de manera imperceptible.
    —Los demonios no tenemos apellidos.
    Sonreí incrédula.
    —¡Claro! ¡Cómo no! —bufé—. ¿Y cómo te diferencian de otro Vassago? ¿Te llaman Alteza, tal vez?
    Me mordí la lengua nada más percibí el ambiente helado que comenzaba a rodear la habitación.
    —Me llaman Alteza, sí —aceptó él con la voz más dura de lo habitual—, pero no existe otro demonio con el nombre de Vassago.
    —¿En serio? —Me aparté de la mesa. Comenzaba a dolerme el cuerpo de tenerlo en esa posición estática—. ¿Vassago no es un nombre típico por aquí?
    Evidentemente, entre los humanos no era muy popular que digamos.
    —En realidad —Vassago se acercó a la cama de nuevo y movió el dosel hacia un lado—, en este mundo, en mi especie, no existe nadie con el mismo nombre.
    —¿Oh, sí? —dije con una sonrisa desafiante, incapaz de controlarme—, yo voy a poner a mi primer hijo Vassago. Para romper esa cadena, ya sabes.
    Vassago dejó de enredar con la tela y giró la cabeza para volver a mirarme. Tenía una expresión de burla, algo parecido a una, ya que su mirada seguía igual de fría.
    —¡Qué honor! —dijo, arrastrando las palabras con una marcadísima voz aterciopelada capaz de acariciarme el cuerpo. Me puse más rígida, segura de que si hubiera tenido algo en la mano lo hubiera dejado caer al suelo como una tonta. Me alegré de ello. Ya me costaba mantener la dignidad más o menos estable cuando me encontraba frente a un demonio, como para que encima perder el poco orgullo que me quedaba —si ya me quedaba alguno— haciendo algo tan bochornosamente demostrable—, Y dime, señorita Brooks, ¿con quién planeas tener ese hijo a quien llamar Vassago?
    Sentí como mis mejillas cambiaban rápidamente de tono. Era imposible adivinar lo que pasaba por la cabeza de aquel chico en ese momento. Ni siquiera su rostro había cambiado de expresión, casi, ya que mantenía una ceja levantada y en sus labios se percibía una sonrisilla. Me crucé de brazos y aparté la cabeza de mal humor, ignorando el aspecto de mi cara.
    —¿A ti qué te importa? —gruñí de mal humor.
    Vassago no se dio prisa en responder, pero noté como la habitación comenzaba a caldearse de nuevo y suspiré aliviada.
    —Deberías comer —rompió el silencio dando por finalizada nuestra conversación—. No te he traído para que mueras de hambre.
    —Pero sí de aburrimiento —me quejé en voz muy baja.
    Hice un mohín, evitando mirarlo directamente y clavé los ojos en la ventana. Desde allí se veía la enorme cúpula blanca. Destacaba entre tantos edificios negros y aunque los demás brillaban al punto de llegar a cegar, aquel blanco parecía resplandecer por encima del resto, había algo...

    <<Humana>>

    Abrí mucho los ojos incapaz de apartar la mirada del edificio blanco. No es que no quisiera, es que simplemente no podía. Notaba todo el cuerpo paralizado. Había escuchado perfectamente la palabra en mi cabeza, como una punzada, como si algo me atravesara fuertemente el cerebro.
    Me tambaleé mareada y levanté una mano para apoyarme en la mesa y no caer, pero fueron los brazos de Vassago los que me sostuvieron antes de que perdiera completamente el equilibrio.
    —¿Estás bien?
    —¿Qué...? —Miré un segundo la ventana, la cúpula y me llevé la mano a la cabeza, apartándola rápidamente cuando el dolor que me recorría hasta la nuca se intensificó. ¿Qué había sido eso?—. Sí —dije finalmente—. Me duele la cabeza.
    Vassago me ayudó a sentarme y sólo entonces apartó sus brazos de mi cuerpo, haciendo que su aroma también se alejara cuando se alejó.
    —Estás pálida. ¿Seguro que estás bien?
    Me negué a mirarlo.
    —Hm, sí —musité—. Creo que es mejor que coma algo.

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Termino el capitulo aquí porque tengo que hacer algunos cambios a la historia y quiero tener que cambiar cuanto menos mejor de la parte que ya he subido. Voy a reestructurar toda la historia, así que avisaré si hago algunos cambios importantes en los capitulos que existen ^^ Hay un dibujo de Silence en facebook ^___^

Muchas gracias por leer, votos y comentarios :)

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Desire (Silence 2)Where stories live. Discover now