Capitulo 3

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—Una hamburguesa doble, un bocadillo de bacón y lomo...

            Fui dejando los platos encima de la mesa frente a los orangutanes. No recordaba qué había pedido cada uno de ellos, pero mientras los dejaba uno a uno, en el medio, ellos ya corrían a estirar el brazo y coger sus comidas como lobos hambrientos.

            —Tú —Levanté la cabeza molesta, olvidando usar la sonrisa y fulminé con la mirada al cretino —y posible líder de la manada—, que se sentaba con la espalda apoyada en el duro respaldo del banco que compartía con dos de sus amigos y me enseñó los dientes en lo que supuse era una de sus mejores sonrisas. Reprimí una mueca de asco—. Si me das el teléfono de la tía buena esa —No necesité girarme para saber que Jessica acababa de salir de la cocina—, puedo presentarte a alguien.

            Alcé una ceja y tras unos segundos de pausa en la que todo a mi alrededor pareció detenerse, estrellé la bandeja encima de la mesa y apoyé las manos al lado, ignorando las quejas —o gruñidos—, de los impresentables que me rodeaban. Estaba furiosa, pero pese al montón de cosas que se me pasaron por la mente para responder, no hice nada más que apretar los labios, volver a erguir la espalda y me alejé, tragándome el orgullo y los deseos de que todo desapareciera de mi vista, como si jamás hubiera existido. Trabajar en Frenys no sólo había significado un escape y un medio de ganar dinero, sino que había terminado siendo una verdadera prueba de humildad, algo en lo que había fracasado de la peor manera. Me acerqué a la barra y agarré una nueva bandeja para el resto de los chimpancés de la misma mesa y tras respirar con fuerza varias veces y girarme hacia ellos, Johan me quitó la bandeja de las manos.

            —Yo lo haré.

            Lo miré agradecida y sólo lo vi alejarse hacia el otro lado un momento, después recogí la bandeja con el número ocho que la identificaba como la mesa de mis amigas y me acerqué hasta ellas, lanzando una prudente ojeada a Miranda que ya parecía estar de mejor humor y me permití un momento, sentándome al lado de Raquel.

            —Hace un momento creí que ibas a lanzarles el plato encima —rió Tamara, recogiendo entusiasmada su hamburguesa con cuidado de no tirar el enorme vaso con el refresco.

            —Debí haberlo hecho —mascullé en voz muy baja, apoyando un momento la cabeza en la mesa; un momento antes de recordar que el turno anterior había estado Derry, quien consideraba que pasar las servilletas sucias por encima de las mesas era la mejor manera de mantenerlas limpias y lejos de gérmenes. Levanté la cabeza con esfuerzo y miré a mis amigas mientras masticaban y hablaban—. Eh...

            Todas me miraron.

            No, era imposible decirles eso. Me limité a sonreír, escuchando como se volvía a abrir la puerta.

            —Tengo que seguir trabajando...

            Miré de reojo hacia la puerta, rezando, suplicando, que fuera alguien normal: un grupo de amigos aún sin el puntazo de alcohol en el cuerpo, una par de amigas dispuestas a cenar algo antes de ir a alguna discoteca, unos padres con sus hijos, la familia Adams al completo, cualquier cosa menos otra panda de descerebrados, pero no había entrado nadie, sino que salía un chico...

            Di un bote, levantándome violentamente y Miranda se atragantó, alarmada por mi reacción.

            —¿Qué...?

            No respondí; mis ojos se desviaron rápidamente hacia la mesa donde hacía un rato había estado sentado el chico que me había producido una rara impresión. Estaba vacía, sin un plato sucio sobre la mesa, sin una servilleta arrugada...

Desire (Silence 2)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora