Ella era la heredera de una de las compañías más poderosas y millonarias del mundo, pero había un precio que pagar: Debía casarse con un hombre que no conocía ni amaba. Ella no creía en el amor, pues siempre le había traído dolor y decepción. Por es...
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Tenía que casarse para demostrarles a todos que ella podía tener el control, y si el matrimonio era la única solución para obtener su herencia, entonces se casaría. Así que eligió al candidato más improbable: su guardaespaldas. Él era frío, serio y "leal", pero no tenía ningún interés en ella. Ella pensó que sería fácil convencerlo con su encanto y su dinero, pero se equivocó.
—Cásate conmigo, Jeong Gu-won. —le propuso ella, plantándose frente a él con una sonrisa egocéntrica.
El chico la miró con una mirada vacía, sin mostrar ninguna emoción. Estaba desconcertado por su propuesta, pero no le importó. Él solo estaba ahí para protegerla, no para casarse con ella.
—No quiero, gracias. —respondió él con una voz monótona, rechazándola sin más— No mezclo el trabajo con lo personal —sonrió.
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Todo el mundo se sorprendió. ¿Habían rechazado a Yeon-seo? La chica era la heredera de una gran empresa, bella, inteligente y caprichosa. Nadie se atrevía a decirle que no, excepto él. La chica abrió levemente la boca ofendida, sin saber qué decir. No podía creer que la hubiera rechazado tan fácilmente. El chico suspiró y se dio la vuelta, empezando a irse. No quería perder más tiempo con ella.
—Pero... —ella miró a todos lados, buscando una excusa para detenerlo. Hasta que se le ocurrió una mentira. Una muy grande— Te quiero. —gritó por detrás, fingiendo emoción.
El chico se detuvo en seco, sin creer lo que oía. Se giró y la miró con incredulidad. La chica sonrió con orgullo, pensando que había encontrado la forma de atraparlo. ¿Ella? ¿Quererlo? Él sabía que era mentira, ella no quería a nadie más que a sí misma. Él suspiró y sonrió con ironía, sabiendo que ella solo quería usarlo. Siguió caminando, alejándose de ella.
—¡Te quiero! —siguió gritando la chica, indignada por su indiferencia. Quería que la escuchara, que la creyera, que la aceptara— ¡Dije que te quiero! ¡Te quiero muchísimo! —empezó a caminar detrás de él, tratando de alcanzarlo. Pero como él era más alto, caminaba más rápido que ella, que llevaba tacones y un vestido apretado— ¿Te vas a escapar otra vez? ¡Dije que te quiero! ¡¿Por qué me ignoras?! ¡Oye, te quiero! ¡No me des la espalda! ¡OYE! —se detuvo a medio camino, sin poder seguirlo. Se quedó sin aliento, con el rostro rojo y el cabello despeinado.
