Capítulo 26. Jugando con fuego

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20 de Junio de 1883

Mientras intentaba sostenerse el peinado con un montón de horquillas, Hanji reafirmó lo difícil que era tratar con adolescentes resentidos.

Mikasa estaba tan enojada que le había estado aplicando la ley del hielo, de modo que no contaba con su ayuda habitual para peinarse y arreglarse el vestido. Por otro lado, tampoco podía culparla.

Después de una larga mañana de descanso y mucho té caliente, Hanji informó que se trasladarían a su casa en Tyburnia, no muy lejos de Crawford Street, y que planeaba asistir a la subasta a favor del hospital St Barth la noche del sábado.

Mike y Nanaba se mostraron inconformes con su decisión, alegando que con la desaparición de Levi y los matones de Nile buscando pruebas de corrupción en el departamento de Whitehall, ella necesitaba el apoyo y la compañía de sus amigos. El Teniente, que parecía un poco culpable por haberla suspendido luego de haber asistido el nacimiento de su hijo, le pidió que lo reconsiderara. A Hanji le tentó jugar con él, convencerlo de devolverle su puesto en Scotland Yard, pero no tuvo el coraje de manipularlo.

Aún así, se mantuvo firme en su decisión.

Mikasa, por otro lado, estaba furiosa.

No le sorprendió que no se tratara de un enfado ruidoso o explosivo, sino de una sombra amarga que la seguía a todas partes, frunciendo el ceño cuando sus miradas se cruzaban y girando la cabeza cuando la forense intentaba abordarla.

Por supuesto que le parecía extraño que su madre quisiera ir a una fiesta mientras su padre estaba desaparecido, pero cuando le dijo que no podía acompañarla, no hubo manera de aplacar su disgusto.

Mirándose al espejo en el viejo tocador de Catherine Zöe, Hanji percibió sombras bajo sus ojos almendrados. No le importaba demasiado su aspecto, pero la falta de sueño empezaba a pasarle factura. Había empezado a detenerse en la calle, observando la multitud, con la esperanza de ver una figura baja y de cabello negro que se moviera entre la gente con la agilidad de una pantera. Nunca veía nada.

Sabía que, a pesar del trato que tenían con respecto a Zeke Jeäger, su prometido se opondría enérgicamente a su decisión de asistir a la subasta.

Por mucho que odiara admitirlo, Hanji lo necesitaba con locura. No sólo al roce áspero de sus manos gentiles, o al sabor de sus labios finos, sino a su intuición, a su confianza inquebrantable. Levi compensaba con creces su imprudencia e impulsividad; él era cauteloso e inteligente, e incluso cuando se dejaba llevar por la ira, como aquella ocasión que rompió huesos en el Craven's, sus instintos le decían cuándo retroceder y cuándo reorganizar su estrategia.

Ella se sentía perdida sin él.

─ Te ves infeliz.

Hanji se sobresaltó.

Llevaba casi dos días sin oír la voz de Mikasa, más allá de pequeños y renuentes monosílabos, pero al mirarla a través del espejo, notó la pureza de su inquietud.

Estaba molesta, sí, pero también muy confundida y preocupada. Había tenido que ver la desaparición de su padre sin ningún tipo de explicación, la invasión a su hogar, y la aparente indiferencia de su madre hacia estos dos últimos hechos.

No podía dejar las cosas así.

─ Me siento infeliz ─admitió en voz baja, desviando de nuevo la mirada hacia su rostro cansado.

Sólo tenía veintinueve años, pero sentía que ya había vivido una vida entera. Antes de volver a Inglaterra, el futuro parecía claro como un cielo despejado. Trabajaría toda su vida en una morgue, y luego se uniría a los muertos en completa soledad. Se dio cuenta que su plan de vida se había ido a la basura desde el momento que Levi Ackerman la acorraló en aquel callejón de Whitechapel, despertando en ella anhelos que creía haber enterrado para siempre.

Jack el destripador | Segunda TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora