Capítulo 29.- Dalias rosas

288 39 36
                                    


21 de Junio de 1887

Cuando Hanji se despertó en Tyburnia la mañana siguiente a la subasta, no pudo evitar enrollarse en las sábanas, mirando con nostalgia el espacio vacío junto a ella.

Recordaba la primera vez que estuvieron juntos en esa misma cama, después del susto que le dio Berthold Hoover en Baker Street. El calor de la chimenea y la luz que danzaba sobre la piel marfilada de Levi la había cautivado; el brillo anhelante en sus ojos grisáceos, el sonido de su voz suspirando su nombre... Parecía un sueño, una fantasía lejana.

Pero a diferencia de las fantasías con Erwin Smith, que a veces rondaban su mente en París como algo lejano, como si le hubiesen ocurrido a otra persona, este anhelo no se desvaneció.

Sí, las sábanas habían perdido por completo su aroma a estas alturas, pero el recuerdo perduraba nítido y apasionado en su corazón. No sólo el calor del momento, sino todo lo que siguió después.

Aún podía recordar las noches que siguieron a esa, cada tiempo compartido después de hacer el amor con Levi; su cuerpo pequeño pero robusto contra el suyo, su abrazo a la altura de los pechos y ese precioso cabello negro haciéndole cosquillas en la nariz mientras llegaba el amanecer.

Hanji se encogió, acurrucándose mientras un tenue sonrojo se extendía por su rostro.

Luego vendrían las conversaciones, el roce de sus pies y aquel adorable silencio de Levi cuando ella hablaba durante horas. Porque por muy cansado que estuviera, él siempre la escuchaba. Solía hacerlo con una expresión aburrida, o incluso fingiendo estar dormido, pero luego la sorprendía recordando todo lo que ella había dicho.

El furtivo encuentro que compartieron en aquel callejón de Kensington no había hecho nada para aplacar su necesidad de Levi, sino todo lo contrario. Le recordó cuánto lo deseaba, cuánto reclamaba su cuerpo a su cuerpo, sus labios a sus labios... y su corazón a su corazón.

Ella suspiró, preguntándose cuánto tiempo pasaría antes de volver a verlo.

El domingo era su día libre y después de una fiesta sería normal dormir hasta mediodía. Aún así, decidió levantarse temprano y ayudar a Mikasa en la cocina. Si se quedaba más tiempo en cama, sólo perdería el tiempo suspirando como una colegiala.

─ Buenos días, mamá ─la saludó Mikasa, que en ese momento cocía unos huevos para el desayuno. Hanji pasó por su lado y besó su mejilla─. ¿Cuándo vendrán los nuevos empleados?

Dado que la casa en Tyburnia era mucho más grande que el departamento en Whitehall y no sabían cuánto tardarían en volver, había considerado contratar a una sirvienta de planta y tal vez un lacayo. Sabía que a Mikasa le asustaba un poco la idea, ya que nsi siquiera recordaba si alguna vez había vivido en una casa con servidumbre. Además, parecía que el último año se las habían arreglado muy bien siendo sólo cuatro personas.

Sólo que ahora las cosas eran diferentes, y lo quisiera o no, Hanji debía mantener cierta estabilidad mientras se aclaraban sus circunstancias.

─ Hoy vendrán a instalarse, pero no empezarán sus labores sino hasta mañana ─le dijo mientras alcanzaba una lata de hierbas para preparar el té, sonriendo ante la evidente inquietud de la muchacha─. Tranquila, las cosas no cambiarán tanto como crees. Sólo tendrás menos trabajo y más tiempo para estudiar.

Mikasa le lanzó una mirada de circunstancias.

Ella no iba a la escuela como Eren, sino que recibía clases particulares de la propia Hanji. Había descubierto un gran interés por las ciencias, especialmente la biología y la medicina, aunque dudaba mucho que alguna vez sintiera deseos de abrir un cadáver. También disfrutaba de la poesía y las matemáticas; dos cosas que, según Hanji, no iban bien juntas, pero que Nanaba Zacharius juraba que se complementaban entre sí.

Jack el destripador | Segunda TemporadaWhere stories live. Discover now