Capítulo 2

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Sally
Dejé la librería luego de despedirme de Doris. Mi breve —pero útil— conversación con la mujer fue como una bocanada de aire fresco. Era la prueba de que no todo saldría mal.

Caminé, dejándome guiar por mi aplicación celular, hasta que llegué al conjunto de cabañas. Eran cinco, de distintos tamaños, pero todas mantenían un mismo estilo hogareño. Hechas de madera oscura y rodeadas de pequeñas plantas, me daban la bienvenida. Todo en Woodstock parecía como una viaje en el tiempo. Al entrar en él y caminar por sus calles, podías transportarte hacia tiempos mejores, en donde todos compartían con todos, como una gran familia. Puede que sólo estuviera romantizando aquel lugar, pero me sentía como en una nube. Sentía como si hubiese vuelto a respirar, luego de años y años bajo el agua.

Estuve a punto de ahogarme y, de no ser por aquella traición que viví, lo habría hecho, muriéndome por dentro.

—¿Señorita? —la voz de un señor me sacó de mis pensamientos y dirigí mi vista hacia a él.

—¿Sí?

—Soy Louis Harrison, el dueño de estas cabañas. ¿Es usted Sally Becket? —inquirió el hombre.

Era bajito y regordete. Tenía una buena mata de pelo blanco su cabeza y los ojos cálidos.

—Lo soy.

—Genial. Sígame para que pueda mostrarle su cabaña —indicó.

Echó a andar y yo lo seguí. Caminamos hasta que llegamos a la penúltima cabaña. Era la más pequeña de todo el conjunto y era vecina de una de las más grandes. Me pregunté el porqué de haber construido la cabaña más pequeña junto a una de las más grandes, pero me abstuve de preguntar. Era, ciertamente, una idiotez. Además, supuse que me serviría para tener mejor privacidad.

—Esta es la que me queda. Es pequeña, sí, pero acogedora —explicó—. Mi señora se ha encargado de mantenerla en buen estado para cuando alguien se interesara en ella —dijo sonriente. Caminó hasta la entrada y abrió la puerta—. Venga, pase; echemos un vistazo.

Obedecí en silencio y entré.

Tal como el señor Harrison había dicho, era una cabaña muy acogedora. Por dentro, las paredes eran del mismo color del exterior, dándole un aspecto rústico. No había mucha decoración, pero estaba amoblada con lo necesario. En la entrada, había un pequeño sofá y una mesa de café en el centro. Frente a ella, había un estante, sobre el cual se encontraba una pequeña televisión.

—Este es el recibidor —comentó el hombre—. Aquella puerta da hacia la pequeña bodega con una lavadora y un tendedero —dijo—. Mientras que la puerta de allí, da a la cocina —señaló, dirigiéndose hacia ella.

En la cocina había un fregadero; una pequeña mesa comedor y dos sillas de madera; una refrigerador, una cocina y estantes. Me pareció maravillosa. Tenía todo lo necesario para cocinar y no era excesivo.

—¿Dónde está el baño? —pregunté, una vez salimos de la cocina.

—En la primera planta no hay baño, sin embargo hay uno en cada habitación —se disculpó—. Subamos las escaleras.

Lo seguí. La segunda planta era más pequeña que la primera, pero eso sólo la hacía más acogedora. Había dos habitaciones, una principal y una de invitados. Ambas poseían camas y mesitas de noche.

—Hay sábanas nuevas en el estante de allí —dijo, señalando un mueble en la esquina de la que sería mi habitación.

—De acuerdo, gracias. Es muy amable de su parte dejar que me quede de forma tan repentina —agradecí.

—No es nada. Reconozco a una buena persona en cuanto la veo —contestó él—. Cualquier cosa puedes llamarme, ya tienes mi contacto. De todas maneras, mi cabaña es la primera del conjunto. —Asentí en respuesta, con una enorme sonrisa de agradecimiento.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora