Capítulo 20

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James

Ignoré el comentario de Sally. Lo más seguro era que estaba bromeando como siempre, ya que nadie pensaría que un inválido como yo era atractivo.

—Te dejo. Mi habitación es la que está al fondo del pasillo —dije, y luego di la vuelta.

—¡Espera! —me detuvo. La miré sobre mi hombro—. No he cenado nada, ¿y tú?

—No me da hambre por las noches, pero si quieres comer algo, mi cocina está a tu disposición.

De pronto, sentí la imperiosa necesidad de volver a levantar mis muros. Lo reconocía, aquel día los había dejado caer —mucho— y estaba comenzando a arrepentirme. Todo por ese maldito sueño, en el que vi un futuro prometedor, en donde mis inseguridades no existían.

Pensé que sería sencillo dejar caer los muros y abrirme hacia esa posibilidad, pero no puedes desprenderte de la noche a la mañana de algo con lo que has estado lidiando durante años.

Yo no podía desprenderme de eso. De los malos pensamientos.

—¡Es imposible contigo! —se quejó Sally, devolviéndome al momento. Me obligué a rodar mi silla hasta que quedé cara a cara con ella. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente guapa?

—¿Qué? —pregunté, confundido.

—Que es imposible contigo —repitió—. ¿No ves que quiero comer algo... contigo?

Sus palabras produjeron sensaciones extrañas en mí. Cosas que no había sentido en muchísimo tiempo. Tal vez, cosas que no había sentido nunca.

—¿Por qué? —la palabra se filtró por mis labios, quienes, aparentemente, eran independientes de mi cerebro, pues éste último me gritaba que lo mejor era dejar la conversación hasta allí y largarme.

—Porque... —Suspiró y bajó su mirada, con las mejillas sonrosadas—...me apetece.

Estreché mi mirada en su dirección. Sus ojos se conectaron con los míos y fue como si una daga me atravesara el pecho. Una daga que, en vez de hacerme sangrar, me hizo sentir. Sentir que a mí también me apetecía comer algo con ella. Sentir que ella me agradaba. Sentir que había alguna esperanza para mí.

Una esperanza de cabello rojo como el fuego y ojos verdosos. Una llena de cosas para decir y chistes que contar. Una que estaba de pie frente a mí, siendo honesta conmigo.

Así que la imité, y fui honesto con ella.

—A mí también me apetece comer algo contigo, pelirroja.

Una sonrisa radiante se posó en sus labios, eliminando toda la tensión del momento anterior.

—Deja tus cosas en la habitación mientras veo qué tengo en la despensa.

—Bien.

Asentí y bajé la rampa con más cuidado del habitual. Me había caído varias veces debido a su inclinación. Por aquel entonces, llevaba años sin hacerlo, pero, con mi suerte, podría pasarme frente a Sally.

Ya en el primer piso, entré a mi cocina. Era agradable. Tenía una mesa de comedor de tamaño mediano con una silla. Yo no necesitaba una, y rara vez había alguien conmigo. Escaneé mis estantes, tratando de dar con algo decente para comer con Sally. Me arrepentí de no tener gustos más elaborados, ya que la mayoría de las cosas que tenía disponibles eran fideos instantáneos y arroz.

—¿Y cuál es el menú de hoy, Jamie?

Me volteé hacia ella, con una ceja enarcada.

—¿Jamie? —repetí, divertido y disgustado a partes iguales. Sally se mordió el labio inferior, conteniendo una sonrisa.

El amor sí existe en WoodstockWhere stories live. Discover now