Capítulo 4

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Sally

Luego de mi agradable desayuno en el Hayley's, me encaminé a la tienda de comestibles más cercana. Era pequeña en comparación a las que se podían hallar en California, pero, de hecho, me gustaba mucho más aquel lugar. Prefería mil veces Woodstock a California. Y eso que sólo llevaba un día y medio en él.

Agarré una pequeña cesta roja y fui observando, pasillo por pasillo, qué cosas necesitaría.

*

Salí de la tienda con dos bolsas gigantes colgando de cada uno de mis brazos. Pesaban una tonelada, por lo que no pude dar más de dos pasos sin tener que tomarme un pequeño descanso. No podría caminar, ni de broma, los treinta minutos que me separaban de la cabaña con aquellas bolsas a cuestas.

Lo mejor que podría hacer era llamar un Uber o algo, ignorando lo costoso que sería el viaje. Llamé al vehículo y la aplicación me indicó que mi chofer llegaría en siete minutos. Me dije a mí misma que sería la última vez que derrochara tal cantidad de dinero en un método de transporte, pues debía empezar a reducir mis gastos hasta que consiguiese un empleo.

Empleo.

En ese momento, el recuerdo de la promesa de la señora Doris de llamarme acudió a mi mente. ¿Por qué no me había llamado aún? Sólo debía de hablar con su jefe ermitaño y darme o una negativa o, siendo optimista, una respuesta positiva. ¿Por qué tardaba tanto? Ya era la una de la tarde. ¿Habría siquiera hablado con aquel hombre?

Las interrogantes no dejaban de acudir a mi cabeza mientras recogía las bolsas del piso —utilizando todas mis fuerzas— e intentaba avanzar un poco. No fui capaz de dar más de tres pasos, pues en ese momento mi tono de llamada me sorprendió y me hizo tropezar.

—¡Mierda! —mascullé, luego de que mi muñeca volviese a doler.

Mis compras se esparcieron por el asfalto desnudándome ante cualquier transeúnte que pasara por allí. No obstante, gracias a la poca compasión que le quedaba a Dios por mí, las calles de esa avenida no estaban siendo concurridas por nadie más que por mí.

Saqué mi celular de mi bolsillo trasero, mientras, con mi mano libre, intentaba reunir todos mis objetos personales con rapidez. Atendí la llamada sin ver quién era y esperé a que la persona de la otra línea hablase primero. Estaba con mi atención dividida entre la llamada y mis paquetes de compresas nocturnas esparcidas por la calle.

—Sally, cielo, ¿estás allí? —la voz de Doris me sacó de mi lucha con los malditos paquetes de productos femeninos, que estaban esparcidos por todos sitios.

Creo que seis cajas fueron demasiadas para una sola visita a la tienda...

—Eh... Sí, Doris, aquí estoy —contesté apresurada, intentando guardar las cosas de nuevo en las bolsas.

—Perfecto, porque déjame decirte que soy, oficialmente, libre. Y tú, Sally, tienes un nuevo y aburridísimo empleo en Overton's Library.

—¿Cómo dice?

Por primera vez desde que Doris comenzó a hablar, le presté el cien por ciento de mi atención. Era como si la hubiese invocado mentalmente.

—Que hablé con el huraño y, en efecto, ¡tienes el empleo, querida!

Las palabras de aquella señora rebotaron en mi cabeza.

Tenía el empleo.

Tenía el empleo.

Tenía el empleo.

—¡Dios santo!, ¿es en serio?

—¡Sííí! —chilló Doris.

El amor sí existe en WoodstockWhere stories live. Discover now