Capítulo 11

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Sally

Cuando llegué a la cabaña esa tarde, me sentí repentinamente inspirada. Todas las emociones sentidas aquel día, a fin de cuentas, sí habían servido para algo. Me habían hecho sentir, que es justamente lo que necesitaba una escritora para dejar fluir las palabras.

Subí a mi habitación y me adentré en el baño. Tomé una ducha corta y luego lavé mis dientes. Sin darle mucha importancia a la hora —probablemente eran cuatro o cinco de la tarde— me enfundé mi pijama y me acurruqué bajo las sábanas. Luego, tomé mi computadora portátil y, simplemente, lo dejé salir.

Deposité en aquel documento en blanco todos mis sentimientos, a través de un personaje cuya personalidad era muy similar a la mía. Nuestra historia era diferente, sin embargo, pues planeaba darle un final feliz que, en mi caso, no estaba asegurado.

Un tiempo después, recibí un mensaje de Louis, en donde me pedía disculpas por no haber podido contactar conmigo antes, pues estaba muy ocupado; pero que ya por fin estaba libre. Al mismo mensaje, adjuntó la cantidad de dinero que tendría que pagar por quedarme en la cabaña.

Había estado tan concentrada en la ilusión que me producían todos los hechos ocurridos, que me olvidé de que tenía cosas importantes pendientes. Se me había olvidado que no todo sería perfecto en mi estadía en aquel pueblo.

El costo de arrendamiento no era caro en sí. Pero, si podía quedarme allí o no, realmente dependería del hombre gruñón que me había salvado demasiadas veces en tan sólo una semana, sin ser más que un desconocido para mí.

*

Posterior a mi sesión escritura y al mensaje de Louis, me quedé profundamente dormida. Sorpresivamente, no me desperté hasta que, a la mañana siguiente, mi alarma sonó, tan puntual como lo hizo la semana pasada.

Tenía los músculos agarrotados, debido a la incómoda posición en la que dormí, y sentí un nudo de nervios posándose en mi estómago: era el día de la verdad.

El señor Overton podría contratarme, y deshacer nudo de nervios, o, en su defecto, decirme que podía irme a buscar un trabajo a otra parte.

Suspiré, tratando de silenciar todas mis inquietudes, y me levanté para poder arreglarme.

Cuando finalicé, bajé las escaleras lentamente. Si salía y él estaba esperándome fuera, lo tomaría como que sí me quedaría trabajando allí. Sino... Un escalofrío me recorrió ante esa idea. Sería el balde de agua fría en todo mi sueño llamado Woodstock.

Sacudí la cabeza para tener mi mente en blanco. Tomé mi bolso con mis cosas. Cuando abrí la puerta para salir... Mi pulso —que no sabía que se había acelerado— se tranquilizó, y solté un suspiro de alivio.

El auto de Gruñón estaba allí. Esperándome.

Me dirigí al asiento de copiloto, un poco más tranquila, y entré en el vehículo.

—Hola —saludé. Como era de esperar, no obtuve respuesta.

No pude contenerme y miré en su dirección de forma descarada. Me fijé en cómo su rostro estaba tenso, como si mi presencia no le permitiera relajarse del todo —si es que ese hombre sabía lo que la palabra «relajarse» significaba—. También me percaté de que, en sus ojos, no quedaba ni un rastro del hombre que vi ayer. Del que me ayudó cuando un ataque de ansiedad me abatió. Tampoco había rastro del niño feliz que sostenía un algodón de azúcar color azul en sus manos.

Me pregunté si el señor Overton habría enterrado a ese niño feliz en alguna parte dentro de él, o sí el niño simplemente se había esfumado.

Ojalá fuese lo primero. Nada puede estar tan bajo tierra como para no poder ser desenterrado. Sin embargo, si algo se esfuma, como arena en el viento, es muy difícil hallarlo.

El amor sí existe en WoodstockWhere stories live. Discover now