Capítulo 17

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James

Mis palabras flotaron en el aire, pesadas; dejando sin habla a una mujer que siempre tenía algo que decir. No era mi intención, tampoco, interrumpir nuestra conversación. Simplemente fui honesto.

El amor no existía en ese lugar. Al menos, no para mí.

Cuando por fin pareció que Sally iba a decir algo, el mesero de mierda nos interrumpió. Otra vez. Y, en serio, yo no era una persona violenta, pero ese imbécil se estaba ganando un puñetazo en la nariz. Primero, porque era un mesero de mierda. Segundo, porque estaba coqueteando con MI cita. Y, tercero... Espera, no. Sally no era mi cita. Porque no estábamos en una cita. Bueno, eso da igual. El punto es que estaba poniéndola incómoda con su atención exagerada, no había que ser un genio para notarlo.

—Tus ravioles —dijo, de manera brusca, dejando mi plato frente a mí. Luego, se volteó hacia la pelirroja, esbozando lo que suponía era la mejor de sus sonrisas—. Tu pasta, linda. —Ante su mediocre flirteo, los hombros de Sally se tensaron visiblemente.

¿Ves? No hay que ser un genio para notar su incomodidad.

Logré controlarme —apenas—, dispuesto a comportarme con ella frente a mí. Una vez el idiota se marchó, Sally soltó un suspiro, a la vez que sus ojos se clavaban en los míos. Los suyos, verdes como el jade, contrastando con los míos, del color del whisky.

—¿Puedo hacerte yo una pregunta? —inquirió.

—Sí.

—¿Cómo conociste este lugar?

Su pregunta era sencilla. Inocente, incluso. No obstante, la respuesta era... profunda. Para mí, la historia detrás de este lugar era demasiado intensa, y no sabía si quería contárselo. Me concentré en mi plato, pinchando uno de los ravioles de forma distraída.

—Solía venir de pequeño —dije finalmente.

Esa estaba lejos de ser una respuesta completa, pero era lo que podía ofrecerle. Al menos por el momento. Cuando volví a mirarla, ella asintió, con la comprensión bañando su mirada. Se lo agradecí mentalmente.

—Háblame de California —pedí, mientras llevaba el tenedor a mi boca.

Siendo honesto, no me merecía saber de ella. No cuando era incapaz de hablarle sobre mi pasado. Sin embargo, la curiosidad sobre ella picaba, y todavía tenía medio paquete de galletas a mi disposición. Podía dosificar el resto... creo.

—Pues... —Lo meditó por unos segundos. Sus ojos lucían lejanos, como si se hubiesen hundido en un mar de recuerdos—. Tengo tres hermanos. Hector, Ester y Bruno. Ester y yo somos mellizas, pero, exceptuando nuestro cumpleaños, no compartimos absolutamente nada. Nuestra familia es "importante" —explica, haciendo unas comillas con los dedos —, al menos en nuestra ciudad. Mis padres tienen "empleos importantes", al igual que Hector. —Sally le da un buen trago a su vaso de agua, antes de continuar, y yo la miro. Realmente la miro. Con la misma atención con la que observas una película que te tiene enganchado; como si, si se apagara el televisor antes del clímax, no pudieras seguir con tu vida, anhelando saber su final—. Bruno y mi melliza también tienen grandes metas —añadió al final.

—¿Y tú? —pregunté, luego de darme cuenta de que, en ningún punto de su relato, se mencionó a ella.

—¿Yo qué? —Se llevó un poco de pasta a la boca.

—¿Cuáles son tus metas?

Esperé, pacientemente, a que terminara de masticar. El tiempo se me hizo eterno. Y, cuando por fin tragó su comida, un suspiro pesado salió de ella. Pude ver la debilidad en sus ojos, y no me gustó ni un poco.

El amor sí existe en WoodstockWhere stories live. Discover now