Capítulo 8

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Sally

Luego del pequeño incidente en el bosque, lo único que pude hacer al llegar a la cabaña fue poner mi playlist y dormirme. Estaba agotada, tanto física como mentalmente.

Dormí plácidamente y, a la mañana siguiente cuando salí de casa, el señor Overton ya me esperaba fuera.

¿Se convertiría en rutina?

¿Se volvería mi chofer personal?

Me encogí de hombros, sin pensármelo demasiado, y luego me subí al asiento de copiloto.

—Buenos días —saludé—. ¿Cómo está? —Me contestó con un gruñido—. ¡Por Dios! Si algún día se altera, ¿llamo a control de animales? —bromeé.

—Yo no me altero —fue su escueta respuesta.

—Si usted dice...

Condujo un par de minutos en silencio. Luego, comenzó a resultarme insoportable la tranquilidad de aquel auto y comencé a parlotear sobre cualquier cosa que acudía a mi mente. No sabía si mi perorata le molestaba a Gruñón, pero, como no decía nada —ni para aportar a la charla ni para quejarse— seguí con lo mío. Le hablé sobre mi lectura actual y sobre Hayley's, la cafetería a la que quería ir durante el fin de semana. El señor Overton era muy malo hablando. O, tal vez, era maravilloso escuchando. Depende de cómo uno quisiera verlo. Prefería ver el lado positivo de las personas, por lo que me quedé con lo segundo.

Cuando llegamos a Overton's Library, me dejó en la puerta principal mientras él estacionaba en la parte de atrás.

La mañana transcurrió con tranquilidad. Me puse mis audífonos de inmediato y me puse a ordenar y quitar el polvo. Procuraría hacerle una visita a alguna tienda de muebles durante el sábado. Estaba decidida a decorar a aquella librería para darle un toque un poco más íntimo, más familiar.

Atendí a las personas con afabilidad y disfruté del trabajo. ¿Cómo la señora Doris podía aburrirse aquí? No lo comprendía.

Cuando llegó mi hora de almuerzo, fui al mismo lugar del día anterior a comprar comida para mí y el señor Overton. Pensaba agradecerle todos los viajes gratis con comida.

Pagué y fui de regreso a la librería. Una vez allí, me dirigí a su despacho y golpeé su puerta suavemente.

—Soy yo, ¿puedo pasar? —pregunté, cuando —oh, sorpresa— no me respondió.

—Sí. —Su tono de voz dejaba ver el disgusto que sentía.

Intenté no darle importancia y entré.

—Vengo en son de paz —alcé ambas manos en gesto de rendición—. Además, traigo comida. Supuse que no almorzaría nada y no puedo arriesgarme a que ese permanente ceño fruncido suyo se agrave debido al hambre.

Sonreí y dejé su sándwich sobre su escritorio y volví a hablar:

—Estaré en mi escritorio por si quiere comer conmigo.

Dicho eso, me volteé y me fui.

*

Terminé de almorzar. Sola. Él no fue.

Y no tenía idea de por qué eso me decepcionó un poco. Pensé que nos estábamos haciendo amigos. A ver, no mejores amigos, pero al menos que nos estábamos empezando a acostumbrar a la presencia del otro.

¡Él fue a buscarme ayer en el bosque! Fue a por .

No tuve la oportunidad de preguntarle por qué lo hizo y la intriga me estaba matando. Según yo, se había preocupado por mí. Sin embargo, hoy llega y me ignora lo máximo posible. ¿Quién lo entiende?

Ah, y que no se me olvide: Lo oí reírse en el bosque. A mi costa, pero se rió. Resultaba imposible ver a un hombre como el señor Overton riendo, mas lo hizo. Frente a mí. Me sentí especial por eso anoche y mi consciencia se encargó de detener a mis sentimientos. Estaba exageradamente orgullosa de eso. Era sólo una risa, por todos los santos.

Aunque una risa muy profunda y masculina.

Era cierto. Tenía una risa maravillosa.

Me lamenté no haberla disfrutado más debido a la situación de anoche.

El timbre de mi teléfono me sacó de mis —nuevamente presentes— pensamientos sobre mi jefe.

—¿Hola?

—¡Hola, querida, soy Doris!

—Oh, hola, Doris —saludé, con una sonrisa en el rostro—. ¿A qué debo tu llamada?

—Bueno, quería saber cómo está yendo la cosa en tu trabajo nuevo —dijo ella.

—Todo va... bien, gracias por preocuparte —respondí, suspirando.

—Oh, no. ¿Qué pasa? ¿James te está haciendo trabajar horas extra? ¿Te trata mal? Dime para que vaya a patear el trasero gruñón que tiene.

Me hizo gracia lo protectora que era. También me hizo sentir un poco menos sola.

—No, Doris, el señor Overton es un... buen jefe. De verdad.

—¿El señor Overton? —repitió ella.

—Sí. ¿Qué pasa con ello?

—¿De verdad ese mocosito te hace llamarlo así? —Asentí, un tanto divertida por la forma en la que se refirió a Gruñón—. Bah, debe de tenerlo mal, entonces.

—¿A qué te refieres? —indagué.

—Nada, querida. No te preocupes —dijo—. Me gustaría saber si te gustaría almorzar conmigo el sábado —propuso alegremente.

—Claro. Me encantaría.

—¡Maravilloso! Te envío la ubicación y la hora por mensaje. Nos vemos, cielo.

—Nos vemos, Doris.

Dicho eso, ella colgó el teléfono, y la decepción que me había causado la ausencia del señor Overton a la hora de almuerzo desapareció casi por completo. Seguramente me había decepcionado porque me sentía sola y anhelaba compañía.

Realmente estaba desesperada si quería almorzar con un gruñón como mi jefe. 

Aunque, no voy a mentir: era un gruñón muy entrañable.

N/A:

Hola, ratitas de mi cuora. ¿Cómo están? 

Y ya sé que este es un capítulo cortito, pero peor es nada🥹 ¡Los quiero!

¡kisses!💋

El amor sí existe en WoodstockWhere stories live. Discover now