Capítulo 3

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Sally
Salí de la ducha y me envolví el cuerpo con una toalla. Caminé por mi nueva habitación hasta la maleta. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera rozarla con mis manos, resbalé y caí de culo en el piso. Había intentado apaciguar mi caída con la mano derecha, pero sólo fue para peor. Mientras yacía sentada en el piso de madera pulida, un dolor punzante comenzó a latir en mi muñeca.

—¡Mierda! —escupí, a pesar de estar sola en casa.

Me puse de pie con cuidado e intenté vestirme sin mover demasiado la muñeca afectada. Dolía como el infierno y podía notar cómo comenzaba a ponerse morada.

—No podía ir todo tan bien después de todo, ¿no? —dije para mí misma.

Una vez me hube puesto las suficientes capas de ropa para enfrentar el frío invernal de Woodstock, bajé las escaleras con la intención de ir a pedir ayuda a casa de mi vecino. Pensaría en mi muñeca magullada como una oportunidad para conocer a quienquiera que viviese junto a mí. Y, tal vez, volvernos amigos. Bastante falta me hacía, después de todo.

Agarré las llaves de la mesita de café y salí de la cabaña. Caminé la corta distancia que me separaba de la puerta vecina y me percaté de que la entrada, en vez de contar con escaleras, como la de mi cabaña, contaba con una rampa. No le di mucha importancia y golpeé, rítmicamente, la puerta. Esperé unos segundos, pero no obtuve respuesta alguna. Decidí insistir, pues había un vehículo estacionado fuera de la propiedad. No podría decir qué tipo de auto era, pues no tenía ni la más mínima idea de autos, sin embargo, se veía costoso.

Golpeé de nuevo, esperanzada de que alguien me contestara aquella vez. Esperé un minuto. Luego dos. Seguían sin contestarme.

«Tal vez está ocupado u ocupada» pensé.

Me decanté por golpear una tercera —y última— vez. Al fin y al cabo, la tercera era la vencida, ¿no?

Volví a esperar, pacientemente, hasta que oí movimiento del otro lado de la puerta.

—¿Quién es? —preguntó una voz profunda, ronca y masculina, desde el otro lado de la puerta.

—Soy Sally. Tu nueva vecina. —Silencio. Jugueteé con un mechón de mi cabello—. Bueno, la cosa es, he tenido un pequeño accidente saliendo de la ducha y ahora mi mano está... preocupantemente hinchada —expliqué.

Luego de unos segundos de silencio, la voz habló nuevamente:


—¿Y eso por qué me incumbe? —preguntó de forma estoica. Incluso con lo amortiguada que salía su voz a través de la puerta, me di cuenta del tono de desagrado que había en ella.

«Genial. Tengo un vecino gruñón»

—Soy nueva en Woodstock. Y no tengo nada en la nevera. Ni siquiera un poco de hielo para ponerme. Pensé que... tal vez... ¿podría pasarme un poco de hielo? —expliqué, con voz nerviosa.

Toda mi vida había odiado los problemas y odiaba sentirme como una carga o molestia; y, claramente, el gruñón del otro lado de la puerta me veía como una molestia.

El gruñón no contestó más y volví a oír un movimiento por detrás de la puerta. Supuse que había colmado su paciencia.

Me di media vuelta y comencé a bajar por la rampa. Estaba a medio camino hacia mi cabaña cuando oí la puerta tras de mí ser abierta. Me volteé rápidamente, sin embargo, lo único que alcancé a ver de mi vecino gruñón fue su brazo... Dejando un pequeño cooler frente a la puerta.

Sorprendida, me encaminé hacia allí nuevamente. Pegada a la tapa del contenedor, había una pequeña nota escrita con letra desordenada.

«Tenga cuidado la próxima vez. Si su mano se pone morada (o de cualquier otro color preocupante) debería dirigirse a un hospital»

El amor sí existe en WoodstockWhere stories live. Discover now