Capítulo 12

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Sally

Bueno, las cosas no salieron bien.

Ese día, el señor Overton me agradeció el almuerzo con un simple asentimiento de cabeza y me miró fijamente hasta que salí de su despacho.

Para mi mala suerte, Gruñón hizo exactamente lo mismo el resto de días, por lo que la primera semana de la misión «armar el puzzle» fue un grandioso fracaso.

Tendría que comenzar a tomar medidas más drásticas si quería obtener alguna reacción por parte de ese hombre.

Una parte de mí, estaba convencida de que el señor Overton no conoce la palabra «sentimientos». Mientras que, la otra, sabía que bajo todas esas capas de mal humor, existían muchos otros sentimientos.

Así que, con eso en mente, caminé hacia el Hayley's, dispuesta a tener una buena conversación con mi nueva amiga —¿Era mi amiga?—.

Cuando la campanilla de la puerta anunció mi llegada, la rubia se volteó de inmediato en mi dirección.

—¡Californiana! —saludó, emocionada, con una sonrisa en la cara.

—¡Hola, Ley! —contesté, avanzando hacia mi mesa predilecta. Luego, fijándome en su atuendo, pregunté:—. ¿Por qué no llevas tu delantal?

—Bueno, decidí tomarme los sábados por la mañana libres. Ventajas de ser mi propia jefa, supongo —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Alguna razón en específico para esa decisión?

Lo sé, una pregunta con respuesta clara, para muchos. Sin embargo, para mí... Necesitaba escuchar de ella lo que para los demás era implícito. Para mí, la duda siempre está allí, picando; sutil pero constante.

Por eso, cuando Hayley habló, una sensación cálida se instaló en mi pecho.

—Porque quiero tener la libertad de hablar con mi amiga sin estar pendiente a si entra alguien o no —explicó.

No contesté —no supe qué decir—, así que me limité a sonreír mientras ambas nos sentábamos frente a frente.

—Ahora —habló—, pongámonos al día.

Al igual que la última vez que nos vimos, ella me habló sobre sus gustos y vivencias. Pero, cuando me preguntó sobre mí, decidí abrirme.

—Entonces, ¿qué pasó con tu trabajo? —inquirió—. ¿Ningún cliente guapillo? ¿Ningún chisme jugoso que compartir conmigo?

Solté una risa antes de contestar.

—Nada de clientes ni de chismes.

—¿Pero?

—Pero mi jefe es un enigma y quiero descifrarlo —confesé.

Sus ojos se iluminaron, a la vez que una sonrisa emocionada se formaba en sus labios.

—¿Es guapo? —preguntó con una mirada de complicidad. Sentí el calor acudir a mis mejillas, sin poder contenerlo. Al parecer, eso para Hayley era equivalente a un «sí»—. ¡Lo sabía!, ¡necesito que me lo cuentes todo ahora mismo!

—¿Contarte qué, exactamente? —me reí.

—Pues cómo es físicamente, si tiene buen sentido del humor, si le gustan las películas de acción o de romance... Ya sabes, todas esas cosas que hacen que te guste —afirmó.

En cuanto escuché la última parte de su frase, sentí que mi saliva se metía por el conducto equivocado dentro de mí, provocándome un ataque de tos.

—¡Dios santo, californiana, ¿te encuentras bien?! —Sus ojos se abrieron ante mi repentino ataque, mientras que con sus manos le daba palmaditas a mi espalda.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora