Capítulo 14

1.1K 140 55
                                    

Sally

Me desperté, debido al molesto sonido de mi alarma, en algún lugar aleatorio sobre mi cama. Sopesé la opción de posponerla, o simplemente apagarla, pero aquello no sería lo mejor, puesto que debía trabajar.

Así que, con mucho sueño y ganas de seguir durmiendo, tanteé las sábanas a mi alrededor hasta dar con el aparatito del diablo y apagar la alarma. Había olvidado conectarlo durante la noche, por lo que probablemente tendría que cargarlo en el trabajo. Mi cargador era demasiado lento como para enchufarlo en aquel momento. Sería inútil.

Con un suspiro, y sin poder hacer mucho más, me levanté y me encaminé hacia mi baño.

Aquella mañana de martes, el clima estaba más frío de lo normal, por lo que encendí el pequeño calefactor que encontré en el armario bajo el lavamanos de mi baño.

No me molesté en apurar mi ducha, ya que tenía tiempo de sobra, y dejé que mi mente vagara por los hechos del día anterior.

Cuando estaba terminando de colocar la última flor de plástico en una estantería —demasiado alta para mi metro sesenta y tres—, recuerdo que me volteé y mi mirada se topó con la de ese hombre que no dejaba de dar vueltas y vueltas por mi cabeza.

Recuerdo que no parecía disgustado, pero tampoco parecía feliz con mis pequeños arreglos.

Por un momento, pensé que todo había sido en vano, y que simplemente se iría luego de comprobar que no estaba quemando ni destrozando nada.

Sin embargo, después de sus comentarios respecto a la música y las flores... él comenzó a preguntar sobre mí.

Él.

El hombre al que, aparentemente, yo no le importaba ni un poco.

Y eso, esas simples preguntas, avivaron en mí una esperanza que no sabía que me hacía falta.

Por lo que, con eso en mente, apuré mi ducha y me vestí en tiempo récord. Para cuando salí de la cabaña, el señor Overton ya me estaba esperando. Un sentimiento de felicidad, que hace bastante tiempo que no sentía, se asentó en mi pecho.

Apenas me subí, dirigí mis ojos hacia él. Vestía uno de sus típicos jerséis de color azul marino y unos jeans negros. ¿Se daría cuenta de lo atractivo y guapo que era?

Estreché mi mirada hacia él, tratando de captar todos los pequeños detalles de su rostro. Me fijé en que su labio inferior era un poco más prominente que el superior, y en que había un pequeño lunar bajo éste. Diría que era casi imperceptible. La única forma de notarlo, era prestando mucha atención... justo como estaba haciendo yo en aquel momento.

—¿Qué? ¿Quiere hacerme una fotografía, también? —Por primera vez en todas estas semanas, fue su voz ronca la que rompió el silencio.

Sentí cómo el calor subía por mi cuello, hasta asentarse en mis mejillas.

—Lo siento —me disculpé, pero no obtuve respuesta alguna por su parte.

¿Pensaría que soy rara, por quedarme mirándolo fijamente como una acosadora?

Yo no pensaría que él es raro por mirarme. De hecho, probablemente me gustaría darme cuenta de que Gruñón me observa.

«Ni se te ocurra, Sally Becket», me regañó mi consciencia.

«Ni se te ocurra comenzar a tener pensamientos románticos sobre tu jefe».

Con la maldita vocecita imaginaria echándome la bronca, me obligué a despegar mis ojos del perfil de mi jefe. Molesta, me senté la vista hacia el frente por el resto del camino.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora