Capítulo 9

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TW (posible spoiler): ataque de pánico

Sally

El día siguiente pasó de la misma forma que aquel. El señor Overton me iba a buscar a mi cabaña; íbamos juntos hasta la librería; le dejaba su almuerzo en el escritorio; y luego me llevaba a casa mientras yo conversaba con él —o, mejor dicho, hacía un monólogo frente a él— sobre cualquier cosa. No era incómodo estar junto a Gruñón, pero tampoco era precisamente... agradable. Sentía que le molestaba mi forma de ser. Aunque, si lo hiciera, no iría a buscarme por la mañana. Ni me llevaría a la cabaña por las tardes.

Lo único que tenía claro en aquel momento, era que James Overton era un enigma.

Era sábado, el día de mi almuerzo con Doris, y quise levantarme temprano para poder ir al Hayley's a desayunar.

Caminé hasta allí —mi falta de condición física quedó en evidencia, pues respiraba con la misma delicadeza que un búfalo— y me senté en la misma mesa de la otra vez. Cuando Hayley me vio, un sonrisa se apoderó de su rostro.

—¡Californiana! —saludó enérgicamente mientras se acercaba a mí—. Me da mucho gusto verte de nuevo. Por un momento pensé que no volverías —dijo, fingiendo un puchero con sus labios.

Me reí ante su expresión.

—Lamento no haberte llamado —me disculpé—. No tuve mucho tiempo esta semana. Encontré un empleo y estaba a prueba.

—Uh. Estás perdonada entonces —bromeó—. ¿Y pasaste la prueba? —inquirió, enarcando una perfecta ceja rubia.

Vaya. De hecho, no había pensado en eso hasta que Hayley me lo preguntó.

¿Habría pasado?

Por cómo el señor Overton se había comportado conmigo el día anterior, no parecía que me quisiera como su empleada.

—¿Sally? —me habló.

—¿Sí? —dije, volviendo mi atención hacia ella nuevamente.

—Parecía como si estuvieras en otro mundo —dijo—. ¿No pasaste? —su rostro se suavizó al preguntar, como si no quisiera lastimarme.

¿De verdad le importaba o sólo lo hacía por cortesía?

—Esto... No lo sé —respondí, honesta.

Hayley me dio una mirada tranquilizadora.

—Yo creo que sí pasaste. Tu jefe sería un idiota si te echara.

Me reí, inevitablemente.

—¿Cómo estás tan segura de que soy una buena empleada, si apenas nos conocemos?

—Tengo unos instintos excepcionales —guiñó un ojo.

—¿Tú crees?

—Por supuesto —aseguró—. Justo por eso sé que quieres lo mismo del otro día para desayunar. ¿Me equivoco?

Sonreí, Hayley me caía de maravilla.

—No te equivocas; así que quizá tienes razón, y mi jefe sí piensa darme el trabajo. —Una pequeña esperanza flotó en mi pecho.

No todo estaba perdido... aún.

—¡Por supuesto que sí! Ahora, voy por tus cosas y estoy de regreso en seguida.

Cuando Hayley regresó con mi desayuno, se tomó la libertad de sentarse junto a mí mientras comía, visto que no había muchos clientes. Ley —como me obligó a llamarla de aquel momento en adelante— me contaba cosas sobre ella —había nacido en Woodstock hace veinticinco años, aspiraba a viajar por el mundo, le gustaban las películas de terror, entre otras cosas del estilo—, y yo escuchaba atentamente mientras me zampaba mis medialunas.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora