Capítulo 26

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Sally

El trayecto en taxi se me antojó eterno. No estaba segura si era porque las ganas de agarrar mi teléfono y llamar a James eran realmente grandes, o por el simple hecho de que volvería a ver a mi familia después de casi un mes.

Tendría que enfrentarme a todo lo que había dejado en pausa allá: la boda que nunca se hizo —por razones obvias, pero que desconocía si el resto de la familia estaba al tanto—, Joshua y, lo peor de todo, Ester.

Porque sí, para mí lo peor de todo era que mi propia hermana me había hecho. Joshua no me importaba en lo más mínimo, ya que nunca llegué a verlo como algo más que un amigo con ventajas —y si eso, porque un amigo no se comportaba como él lo hacía conmigo, sin embargo, Ester era mi propia sangre, era mi melliza. Si bien siempre supe que no era mucho de su agrado, pensaba que al menos me respetaba. Pero me quedó más que claro que no lo hacía luego de verla haciendo eso con mi prometido.

¿Qué clase de hermana hace eso?

¿Qué clase de persona hace eso?

Agité mi cabeza para eliminar todos los pensamientos negativos que me estaban consumiendo, y me dediqué a mirar por la ventana el resto del trayecto. Todavía me quedaba un largo viaje por delante.

***

Cuando el avión aterrizó en California, me sentí... mal. Sentía como que no pertenecía a aquel lugar. Ya no más.

Eran casi las una y media de la tarde cuando me bajé del avión. Fui en busca de mi maleta en modo automático e hice todo lo demás hasta que logré salir del aeropuerto.  El clima no era ni frío ni caluroso, por lo que sobreviví bien con lo que llevaba puesto.

Debían de ser las cuatro y pico de la tarde en Woodstock, ¿cómo estaría James? ¿Habría ido a trabajar?

Por supuesto que sí, Sally. ¿De verdad crees que va a faltar al trabajo por ti? Mi conciencia casi se rió en mi cara por creer que mi partida alteraría su rutina.

Suspiré y me dispuse a llamar un taxi, justo cuando una voz familiar hizo que me quedara congelada en mi lugar.

—¿Sally, mi vida? —Me enderecé, ansiosa. Eso no podía estarme pasando. California era demasiado grande. Mi llegada era demasiado inesperada. ¿Cuáles eran las probabilidades?—. No puedo creerlo, ¡por fin volviste! ¿Me extrañaste?

—¿Joshua? —dije, incrédula.

Por más que él no fuera lo peor que me esperaba en California, sí que ocupaba un segundo lugar bien merecido.

—Claro, ¿quién más va a ser? ¿Hay alguien más que te llame «mi vida»? —preguntó, alzando una de sus asquerosas cejas rubias, casi invisibles.

—Yo... Esto...

—¿Qué? ¿Vas a decirme que en tres semanas ya te estás tirando a otro hombre? ¡Dios mío, Sally!, ¿con qué clase de putita escurridiza estuve comprometido? —su voz suena ofendida, como si no hubiera sido él quien me fue infiel poco antes de nuestra boda.

—¿Me estás tomando el pelo? —inquirí.

—No, ¿por qué haría eso? ¿Hay algo de gracioso en que mi ex prometida esté con otro, tan sólo tres semanas después de fugarse de nuestro matrimonio?
—su expresión se endurece al mencionar la boda.

¿Cómo se puede ser tan narciso y manipulador?

—Joshua, me fuiste infiel con mi hermana y esperabas que me casara contigo, ¿qué pasa por tu cabeza? —espeté, intentando mantener la calma.

El amor sí existe en WoodstockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora