13. Domingo de parrillada

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Un golpe lejano logra interrumpir mi sueño. Trato de ignorar el tirón de mi mente consciente y volver a caer en el sueño, pero cuando me doy cuenta de que hay alguien abriendo la puerta de mi habitación, es inútil.

—Estás muy dormilona hoy —anuncia una voz apagada.

Gimiendo, lucho contra el grueso algodón en mi cerebro y de mala gana salgo de la lujosa cama tamaño king en dirección al baño. Me llevo la sábana, ya que no tengo ni idea dónde está mi ropa, ni me importa en lo más mínimo eso ni nada más en este momento.

Mi núcleo hormiguea. También se siente tierno, como mi cuello que está magullado. Mi cabeza late como si hubiera reemplazado toda mi sangre con vodka, champán y el sol que entra a raudales a través de las cortinas separadas se siente como si un abrecartas me estuviera apuñalando en las sienes.

Que me jodan. He sentido mi primera resaca.

Más golpes me hacen acelerar el paso mientras me arrastro por la enorme habitación con la sábana negra bien envuelta bajo mis brazos. Estoy dejando ir todo el alcohol en el inodoro cuando siento unos brazos recoger mi pelo.

—Te he traído pastillas —dice Joss con una brillante sonrisa mientras enjuago la boca.

Solo puedo imaginar cómo debo lucir. Mis ojos están entrecerrados porque se niegan a dejarme abrirlos más, probablemente tengo restos de maquillaje en todos los lugares equivocados y tengo miedo de imaginar el estado enredado de mi cabello.

Empiezo a hablar, pero sueno pastosa, así que me aclaro la garganta y lo intento de nuevo. —Lo siento, ¿qué hora es?

Joss me toma la mano y me dirige de nuevo a mi habitación mientras dice: —Son las doce, pero como es domingo y no tienes clase, nos pareció bien que descansarás después de lo qué pasó anoche.

—¿Qué pasó?

—Primero come. —Levanta la bandeja más alto y sonríe de nuevo—. Café y croissants.

Se me hace agua la boca al instante.

—Gracias, Joss, por pensar todo.

Deja la bandeja sobre la cama. Hago una revisión y veo mi ropa interior y tacones en el suelo, un calzoncillo negro y una cobarta. Hay seis envoltorios de condones en el suelo (uno de ellos tiene rastro de sangre). Algo me dice que me he acostado con los tres y hemos tenido segundo round y todo. Miro la cama y veo rastros de sangre.

Con razón me duele todo y vaya que manera de doler.

—Nos acostamos, ¿verdad?

Él asiente despacio. —¿No te acuerdas?

Un breve recuerdo golpea mi mente.

Yo chupándoselo a Blaz en la cocina. Joss comiéndome la vagina y Klaus mis senos. Luego fuimos a la habitación, creo.

Blaz colocó su dura longitud entre mis piernas y la frotó arriba y abajo antes de presionar contra mi resbaladiza entrada.

—Toma una respiración profunda.

Inhale, con mis ojos fijos en los suyos.

Mientras exhalaba, se balanceó contra mí hasta que finalmente pudo forzar una pulgada dentro.

El dolor fue agudo, tensó mis músculos y tomé las sábanas con más fuerza. En lugar de profundizar más, se retiró de nuevo y solo empujó la cabeza de su pene dentro de mí hasta que comenzó a sentirse bien y mi cuerpo se relajó.

—¿Eso fue todo?

Riendo, negó con la cabeza.

—Solo fue la punta, sabrás cuando esté completamente dentro de ti.

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