Epílogo

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Cada día, abro las puertas de mi academia con el corazón lleno de gratitud por estar viva y con el deseo ardiente de compartir mi pasión por el baile con mis alumnos.

Las luces tenues iluminan el salón, la música empieza a sonar y siento cómo la energía del baile se apodera de cada rincón. En medio de la música y los movimientos, los recuerdos de mi pasado turbulento aparecen por un momento, pero ya aprendí a canalizar la pérdida, pues sigo bailando y brillando por mí y para él. Y ahora, además, en alguna parte de mi mente se encuentran ellos, en especial el dulce Joss. No me atormenta recordarlo, atesoro los momentos que vivimos y los disfruto por las noches con nostalgia. Pienso que si Blaz no hubiera planeado usarme como venganza como su padre, jamás hubiera conocido a Klaus ni a Joss, y es algo por el cual siempre le estaré agradecido. No busqué a Joss ni a los demás a pesar de que me moría por ir a Alemania y reclamarle por no hablarme de frente. Quería sanar la herida que me dejó al no enfrentarse y marcharse sin una palabra. Las primeras semanas lo culpé y lloré; sin embargo, con el pasar de los meses entendí que fue lo mejor.

Con cualquiera de los tres me hubiera lastimado y con los tres juntos, hubiera sido peor. Klaus se cansaría tarde o temprano y las cosas se pondrían feo. Blaz me lastimaría una y otra vez e iba a mandar a Joss a curarme; seríamos demasiados tóxicos el uno para el otro; porque si me fuera infiel yo sería el doble. Posiblemente nos terminaríamos matando el uno al otro. Y Joss, oh, mi Joss era demasiado bueno para mí y lo lastimaría sin querer hasta que terminará por odiarme... y no podría soportarlo que él me odiaría.

Creo que lo que más me unió a ellos fue el hecho de estar sola e indefensa y necesitaba desesperadamente sentirme segura y protegida por primera vez en mi vida.

Y ellos eran eso.

Pero no soy la niña rota e indefensa que necesitaba de tres comodines permanente que me mantuviera a flote, la que creía que si no tenía a alguien poderosos a su lado el mundo la absorbería; demostré que el brillo estaba en mí, no en lo que me rodeaba. No fue fácil y tampoco mágico. Me dolió, me destruyó, pero poco a poco sobreviví y esa es mi mejor arma.

Adaptarme, levantar el mentón y seguir adelante.

Y no lo hubiera conseguido si no me hubieran abandonado en Estados Unidos por tres años, totalmente sola y vulnerable.

Así que reemplace mis penas por la alegría de enseñar y la conexión con mis estudiantes.

Aquí, en mi pequeño refugio de baile, encuentro paz y propósito. Cada clase es un recordatorio de que he superado la adversidad y he encontrado un nuevo comienzo. Soy una nueva persona y soy feliz.

Los comienzos suelen dar miedo, y los finales suelen ser tristes; pero todo lo que hay en medio hace que valga la pena vivirlos.

Finalmente, llega el momento de despedirme de mis alumnos. Les doy las gracias por su dedicación y pasión, prometiéndoles que nos veremos de nuevo la próxima semana. Después cierro las puertas de la academia y me dirijo a casa, una sensación de gratitud me llena el corazón. A pesar de los desafíos que he enfrentado, aquí estoy, bailando hacia un futuro lleno de esperanza y posibilidades.

Una vez que llego a casa escucho risas en el jardín. Sigo el sonido de las risas y entonces lo veo. Sus ojos, sus bellos ojos azules, el pelo en el mismo color que yo, los rasgos llamativos...

Alargo la mano como intentando tocarlo porque tengo que sentirlo, después de un día como hoy; saber que no está en peligro. Su piel siempre es suave y me provocan acariciar su mano gordita para hacerle sonreír. Lo hace como yo, es una sonrisa real y muy, muy bonita. Es una copia de mí, supongo que no quería que supiera mediante los rasgos físicos cuál de los tres es su verdadero padre.

DesenfrenoWhere stories live. Discover now