🦞 Capítulo 9.

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Los labios de Sam Corey se entreabrieron, permitiendo descansar en ellos el producto de papel con forma cilíndrica que sostenía entre sus dedos. Absorbió el humo e inmediatamente permitió su salida. Había decidido fumar un cigarro, con la única finalidad de calmar el desespero que abrazaba su interior y que imposibilitaba su capacidad de pensar claramente.

El reloj de su celular marcaba las dos con dos minutos.

Expandió los parpados, sorprendido por lo rápido que había pasado el tiempo. Llevaba todo el día con aquel dilema: ceder o contenerse.

—¡Damn it! ¡¿What the fuck is wrong with me?! —se recriminó en voz alta y con dureza.

Después de darle tantas vueltas decidió que se contendría. Si tuviera por lo menos un indicio de que la balanza podría inclinarse a su favor, no dudaría en lanzarse al abismo, sin protección siquiera. Pero Angélique no se había comunicado, lo cual lo llevaba a deducir que él poco le importaba. Queriendo saber su estado de salud, le había enviado un mensaje en la mañana, pero no había obtenido respuesta, a pesar de que marcaba como leído. El desespero por no saber de ella lo estaba consumiendo desde adentro.

Ansiaba verla. Tomó su celular con decisión. La llamaría y si no lograba contactarla, iría a buscarla; quería compartir con ella el resto del día y estaba dispuesto a convencerla de cualquier manera, en caso de que se negara.

Sus intenciones fueron obstaculizadas por un sonido agudo que indicaba la presencia de alguien en la puerta principal. Apagó lo que quedaba del cigarro en el cenicero y se dirigió hacia la puerta, intrigado.

—¡¿Angélique?! —Extrañado, entornó los ojos y repasó su figura de arriba abajo—. ¡Wow! Te ves espectacular —consiguió halagar, sintiendo el corazón golpear con rapidez sus costillas.

La mujer estaba vestida con un pantalón de botas anchas y tiro alto, ajustado en la cintura con una correa del mismo tono que el pantalón: beige de un tono alto; una blusa de tirantes blanca cubría su torso, dejando a la vista sus hombros enrojecidos. De su cuello, colgaba una cadena de oro con un dije en forma de triángulo invertido y su cabello suelto caía por detrás de sus hombros, permitiendo que sus aretes, cuya forma y material compartían la misma que el dije, pudieran ser perceptibles. En sus pies, unos tacones; obvio. Un par de pulseras decoraban la muñeca de su mano libre; en la otra, un reloj de características delicadas se hallaba prendido, y lo que parecía ser un blazer colgaba de su antebrazo junto a un bolso de proporción mediana.

Angélique retiró los lentes negros de sol que llevaba puestos sobre su cabeza y torció su labio hacia un lado en una sonrisa.

—¿Puedo pasar? —preguntó, cuando Sam descansó la mirada sobre la de ella.

El chico solo se limitó a ladear el cuerpo, dejando el espacio justo para que ella pasara. Inhaló su aroma cuando así lo hizo y el revoloteo en sus entrañas no se hizo esperar.

Carraspeó.

Sam le ofreció algo de tomar o comer mientras caminaba detrás de ella, quien se detuvo solo cuando estuvo entre el borde de la cocina y la habitación. Aceptó recibir un vaso del ya conocido jugo de naranja. Acomodó un mechón de su cabello por detrás de su oreja y enfocó la mirada en la pared del fondo, que no era más que una puerta de vidrio corrediza que daba paso a un balcón. Posó sus pertenencias sobre la mesa alargada, dejando sus brazos libres y retiró con agilidad sus zapatos. Entonces se apresuró hacia el único lugar que antes no había visto.

—Muy buena vista —dijo, mirándolo de reojo y con picardía.

Sam dibujó una sonrisa en su rostro y avanzó hasta estar a su lado, para luego dejar el vaso de vidrio en sus manos.

Mi media langosta [ONC2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora