🦞 Capítulo 15.

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El automóvil en el que eran transportados Sam y Angélique se desvió de la carretera principal hacia una vía sin asfaltar y que se encontraba en precarias condiciones. Transitaron por aproximadamente cinco minutos hasta que el auto se detuvo frente a una bodega abandonada ubicada más allá de la orilla de una albufera. Cuando descendieron, Marco expuso sus deseos de dialogar con Angélique a solas antes de los trágicos acontecimientos que ocurrirían en aquel lugar. Sin más, se alejaron hacia el borde de la laguna bajo la atenta e inquieta mirada de Sam, cuyo corazón pendía de un hilo.

Los ojos de Sam no se despegaron ni un segundo de la pareja que se alejaba. El músico estaba intranquilo. No había podido volver a tener contacto con Angélique. Ni un beso, ni una caricia, ni una palabra, ni siquiera una mirada. Su corazón se había destrozado cuando, de reojo, la había observado derramar lágrimas en todo el camino que habían recorrido; no había podido consolarla ni despojarla de la culpa que seguramente la estaba atormentando. Marco le había reiterado las amenazas cuando, al salir del apartaestudio, la había tomado de la mano. Entonces Sam no había tenido más opción que contenerse.

El llanto de Angélique no había cesado.

La rabia por no poder dominar las lágrimas la embargaba y ocasionaba que se inundaran aún más sus ojos. Limpió con brusquedad las que resbalaron por sus mejillas al estar frente al hombre que era su esposo y que, ahora, amenazaba con quitarle la vida. Se negaba a corresponder su mirada y no quería siquiera escucharlo.

—Angélique... mírame —lo escuchó pedir en un tenue susurro.

Ella obedeció, más que todo, intrigada por el cambio drástico de su tono de voz. Cuando encontró su mirada con la de Marco, pudo percibir una mezcla de emotividad y melancolía que causó en ella un gran asombro. De repente, albergó esperanza. Pasó la palma de su mano por su mejilla para retirar las últimas lágrimas que habían caído y se dispuso a dedicarle a Marco unas palabras, buscando revertir los hechos.

—Dime que esto no es cierto, Marco —musitó la chica entre dientes y con la voz quebrada, agregó—: Ya sé que te he traicionado, pero ¿es ese un motivo suficiente para arrebatarnos la vida?

Las lágrimas amenazaron con salir, de nuevo. Angélique tuvo que inhalar profundamente para conseguir resguardarlas dentro de sus globos oculares. Lo observó con inquietud mientras su pierna se movía en un tic nervioso irrefrenable.

Marco ignoró su pregunta agachando la cabeza y luego, llevó una mano hasta su cabello oscuro, peinándolo hacia atrás con sus dedos.

—¿De verdad cree, Angélique, que yo sería capaz de matarla? —Levantó la cabeza con decisión para observarla con ojos brillosos. Tragó saliva—. ¿Sabe...? Lo que más me duele de todo esto no es que me haya traicionado, sino que dude de mí y me crea capaz de cometer semejante acto tan atroz.

Los parpados de la rubia se entrecerraron con suspicacia.

—¿De qué estás hablando? —inquirió pausadamente—. No entiendo...

—¡Usted fue muy boba, Angélique! —le espetó mascullando las palabras—. ¿Pasearse por todo el norte de la ciudad con un tipo de la mano? ¿Es que no se da cuenta de quién es usted y quién es su esposo, o, mejor dicho, quién es su suegro? Todo el maldito país sabe quién es Ernesto Uribe y toda su familia.

Los vellos corporales de la chica se erizaron con tan solo escuchar aquel nombre. La respiración se le aceleró de inmediato. Si había alguien en su vida a quien realmente le temía, ese era Ernesto Uribe, su suegro.

—¿Tu-t-t-tu padre está enterado...? —Quiso saber, con voz temblorosa.

—¡Pues obvio! —bramó quedito— ¿Quién cree que dio la orden? —La mandíbula de Marco se había tensado y sus facciones se habían tornado serias, de nuevo. Soltó un suspiro y llevó una mano hasta su frente, en un gesto de desespero—. Bermúdez la vio —reveló—. Le sacó unas fotos y hasta video le hizo. Y usted ni cuenta se dio, ¿no? —Cruzó los brazos sobre su pecho y sus ojos fríos la penetraron, consiguiendo intimidarla—. Claro, cómo andaba muy emocionadita con el huevón ese —expresó con sátira. La chica abrió la boca con la intención de dar una explicación, pero ¿qué podría decir? Nada se cruzaba por su mente. Entonces agachó la cabeza—. Como sea —continuó—: Ayer temprano mandó a buscarme. Me mostró las evidencias y me informó cómo iba a proceder. ¡Ni siquiera lo consultó conmigo que soy el afectado directo! Esto, lo tomó como una ofensa personal; como un insulto a su apellido. ¿Si vio al hombre con el rostro deformado? —preguntó en un susurro. Aunque estupefacta por los detalles revelados, Angélique asintió—. Ese es su hombre de confianza, para casos como este. Le encargó el asunto. Sin embargo, yo me ofrecí a hacerlo. Le dije que lo quería resolver personalmente, y él aceptó, pero con la condición de que ese tipo viniera con nosotros. —Hizo una pausa para tomar aliento—. Es un matón profesional —masculló, apenas abriendo la boca, como si temiera que el sujeto en cuestión pudiera escucharlo—. Si yo no hubiera venido, usted y su amante ya estarían muertos. ¿Entiende? —Angélique se había declarado imposibilitada para hablar—. ¡Es que usted es mucha pendeja! —Marco se revolvió el cabello con desesperación. Giro un poco la cabeza hasta dirigir la mirada hacia donde yacía Sam y el par de hombres que lo vigilaban. Volvió a mirarla—. Usted no se alcanza a imaginar el problema en el que estamos metidos, Angélique.

Mi media langosta [ONC2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora