Prólogo

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Cuando tenía 7 años, mis padres y yo nos mudamos a Brisbane; la ciudad era muy linda, y nosotros amamos la casa nueva, aunque la anterior no estaba mal.

La mudanza empezó al segundo día de comprar la casa. Me costaba dejar Canberra para comenzar una nueva vida en Brisbane. Cuando ya llegamos, comenzamos a descargar las cajas del camión, terminamos de desempacar rápido y yo moría por salir a jugar un rato, pero dudaba un poco ya que recién había llegado y no conocía a mis nuevos vecinos.

Cuando me decidí a salir, noté que mi padre no estaba en la casa, así que me asomé a la ventana para ver si se encontraba en el parterre; me tomó por sorpresa ver que mi padre estaba hablando con el vecino de la casa que se encontraba frente a la mía. Mis padres siempre han sido personas muy sociables, pero a mí me costaba trabajo ser amiga de las personas y más con los de mi edad.

Salí y vi cómo mi padre me señalaba al mismo tiempo en que gritaba mi nombre:

—¡Lia, ven acá, cariño! —dijo dulcemente.

—Ya voy —inhalando, caminé hacia su dirección.

—Le presento a mi hija, Lia Beelmar.

—Mucho gusto, Lia. Soy Eddy —dijo aquel hombre con una sonrisa en su rostro.

—Lia es un poco tímida.

—¡Oh! Igual que mi hija.

Los dos comenzaron a reír a carcajadas, mientras tanto yo me percaté de cómo una niña de cabello rizado y piel canela se asomaba por la puerta; sinceramente me dio curiosidad, me acerqué a ella y me miró fijamente con sus ojos cafés. Aquella niña me preguntó mi nombre y le contesté:

—Hola, soy Lia Beelmar —respondí un poco confundida.

—Soy Daphne Murphe —dijo con una sonrisa muy amplia.

Parecía tímida, casi tanto como yo. Era el comienzo de algo nuevo, un universo de posibilidades se abría ante mí, aunque todavía no lo sabía. Sin pensar que sería el inicio de una gran amistad.

Esos primeros días en Brisbane marcaron el inicio de una etapa en la que tendría que enfrentar muchos desafíos, aprender a adaptarme a nuevos entornos y, sobre todo, a abrirme a las personas. Aunque en aquel momento todo parecía tan grande y desconocido, no tardé en darme cuenta de que este lugar, esta nueva ciudad, se convertiría en mucho más que mi hogar; sería el escenario de encuentros significativos y de lecciones que cambiarían mi vida para siempre.

Al entrar a la Universidad, decidí estudiar Ciencias Médicas y Daphne, Relaciones Sociales; compartíamos ciertas clases. Cuando estábamos por comenzar el tercer semestre, estaba tranquila; mi vida era totalmente normal, nunca me imaginé que mi vida cambiaría por completo a causa de un chico simpático llamado Jash, un pelinegro de ojos claros el cual conocí en un invierno.

La Dulzura De Un Dolor CompartidoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum