Capítulo 11

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                         Lia Beelmar

La biblioteca de la universidad estaba más silenciosa que de costumbre esa tarde lo cual complementaba perfectamente con el clima seco del otoño, un refugio perfecto de las constantes exigencias de nuestros estudios en Ciencias Médicas. Jash y yo habíamos encontrado un rincón tranquilo cerca de una ventana grande, los rayos del sol filtrándose suavemente a través de las hojas de los árboles de fuera. A mi lado, los libros se apilaban, un testamento a la maratónica sesión de estudio que habíamos planeado.

Decidimos estudiar en la biblioteca al terminar las clases ya que la profesora Brigger nos había dado una clase sobre el sistema linfático, un tema que ya habíamos visto pero que decidimos estudiar más a profundidad.

A medida que revisábamos nuestras notas, Jash inclinaba su cabeza hacia mí de vez en cuando para susurrar una pregunta o compartir un detalle intrigante sobre anatomía humana. En uno de esos momentos, nuestras manos se rozaron accidentalmente al alcanzar el mismo libro. Nuestros dedos se entrelazaron brevemente, y aunque ninguno de los dos comentó el incidente, sentí cómo un calor agradable y desconcertante se esparcía por mi brazo.

—¿Entiendes este proceso? —me preguntó Jash, señalando un diagrama complicado. Nuestros ojos se encontraron, y por un instante, el mundo pareció detenerse. Solo había curiosidad y algo que no me atrevía a nombrar en su mirada.

—Creo que sí, pero explícamelo otra vez. Me gusta cómo lo describes, es mucho más fácil aprender así —respondí, más interesada en la cadencia de su voz que en la fisiología que explicaba.

—Parece que se te murieron todas tus neuronas, Beelmar —se burló de mí de la manera más tonta que solo el podía hacer.

—¿Tienes algo en contra de mis neuronas? Todos los días utilizo las necesarias, niño tonto.

—No te esfuerces mucho Beelmar o se te acabarán las de que tienes de reserva —sonrió de forma burlona.

—¡Idiota! —traté de decirlo seria pero la risa se apoderó de mi  luego de escuchar a Jash decir eso.

Justo cuando Jash comenzó a repasar el diagrama, Daphne se acercó a nuestra mesa con una sonrisa cautelosa. Desde que le presenté a Jash, noté un cambio en su comportamiento; estaba más reservada, aunque no pude descifrar exactamente por qué.

—Hola, chicos, ¿Puedo unirme a ustedes? —preguntó, colocando cuidadosamente sus libros junto a los nuestros.

—¡Claro, Daphne! Estábamos repasando el sistema linfático. Jash estaba a punto de darme una mini lección —dije, animándola a participar.

—Tengo tiempo libre y decidí estudiar un rato antes de mi última clase y al parecer mi decisión fue buena —miró a a Jash para luego dirigir su mirada hacia mí.

Daphne asintió, pero noté cómo sus ojos seguían a Jash más de lo usual. Ella le hizo varias preguntas sobre los temas que ella estaba estudiando, cada una más detallada que la anterior. Jash, completamente ajeno a cualquier subtexto, respondía con entusiasmo, él era muy inteligente y tenía mucho conocimiento acerca de varias carreras universitarias pero de alguna manera siempre encontraba la forma de traer a colación algo sobre lo que habíamos hablado o vivido juntos, él yo.

—Ah, eso me recuerda a cuando Lia y yo estábamos en la exposición la semana pasada. Lia hizo una pregunta interesante sobre eso —comentó Jash a Daphne, quien sonrió con algo que parecía ser una mezcla de interés y una ligera decepción.

Con el paso de la tarde, Daphne intentó varias veces dirigir la conversación hacia temas más personales, pero Jash, de manera inocente, volvía a enlazar sus respuestas a experiencias compartidas conmigo o a proyectos en los que ambos trabajábamos. Era curioso observar cómo, a pesar de su atención hacia Daphne, su mente y sus palabras parecían encontrar un camino de regreso hacia mí, incluso cuando no era consciente de ello.

Cuando la biblioteca anunció que estaba a punto de cerrar, recogimos nuestros libros. Jash me ayudó con los míos, y nuestros dedos se rozaron de nuevo al pasar los textos de mano a mano. Ambos sonreímos, un reconocimiento tácito de la conexión que se estaba profundizando entre nosotros, aunque ninguno de los dos se atreviera a definirla.

Mientras salíamos, noté cómo Daphne observaba nuestra fácil camaradería, una sombra de algo indefinido cruzando brevemente su rostro antes de volver a sonreír. Me pregunté si debería hablar con ella sobre lo que observaba, pero algo en su expresión me hizo decidir esperar.

Caminando a casa bajo las estrellas nacientes, las palabras y las risas de Jash resonaban en mi mente. Cada momento compartido, cada roce accidental, construía algo hermoso y complicado. Aunque no estábamos listos para darle nombre a lo que estaba sucediendo, cada día nos acercaba más a una verdad que nuestros corazones conocían, pero que nuestras mentes aún no estaban listas para aceptar.

El frescor de la noche me acompañó mientras caminaba hacia casa. Mis pensamientos, sin embargo, estaban lejos de enfocarse en las tareas pendientes. Estaban, como si tuvieran vida propia, girando alrededor de Jash y la manera en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba de algo que lo apasionaba. Aunque traté de disuadir a mi mente de divagar demasiado, era difícil no notar cómo cada pequeña interacción con él se sentía más significativa de lo que quisiera admitir.

Llegando a casa, me dejé caer en el sofá, dejando los libros a un lado. El apartamento estaba tranquilo, demasiado tranquilo, lo que me daba aún más espacio para reflexionar sobre la tarde. No pude evitar pensar en Daphne. Su cambio de actitud me preocupaba; ella era más que una amiga, era casi como una hermana para mí. Decidí que hablaría con ella pronto, necesitaba entender qué estaba causando esa distancia entre nosotras.

Mi móvil zumbó sobre la mesa, sacándome de mis pensamientos. Era un mensaje de Jash:

—¿Cansada después de un largo día de estudio? Hoy fue un gran día, gracias por la ayuda. —escribió

Sonreí involuntariamente. Su consideración era una de las muchas cosas que apreciaba de él.

—Sí, ya en casa. Gracias a ti también. ¡Eres un gran maestro! —respondí, añadiendo una carita sonriente al final del mensaje.

Mientras esperaba su respuesta, mi mente volvió a Daphne. Decidí que mañana, sin falta, intentaría hablar con ella. No me gustaba sentir esa barrera entre nosotras.

El móvil vibró nuevamente.

—Buenas noches, Lia.

—Buenas noches, Jash.

Apagué la pantalla del móvil y me recosté, cerrando los ojos solo para encontrar la imagen de Jash sonriendo en mi mente. ¿Cuándo había comenzado a esperar sus mensajes con tal anticipación? ¿Cuándo su presencia se había vuelto tan esencial para mi día a día?

Sabía que necesitaba ser cautelosa. Nuestra amistad era valiosa, y no quería arriesgarla por sentimientos aún no identificados que tal vez solo existían en mi lado. Con esos pensamientos revoloteando en mi cabeza, finalmente me dejé llevar por el sueño, una mezcla de anticipación y nerviosismo dulcificando mis sueños.

La Dulzura De Un Dolor CompartidoWhere stories live. Discover now