Capítulo 9

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                         Lia Beelmar

A la mañana siguiente, el cielo aún estaba nublado, prometiendo más lluvia. Preparé café y me senté frente a la ventana con mi taza humeante mientras veía como los últimos días de inviernose desvanecían poco a poco, pensando en la exposición. Sabía que Jash apreciaría los cuadros tanto como yo, dada su inclinación hacia todo lo estético y poético. Quizás, pensé, podría incluso escribir algo inspirado en la visita.

Mientras me perdía en mis pensamientos, un nuevo mensaje de Jash apareció en mi pantalla:

—¿Podemos quedar antes para tomar algo antes de la exposición? Creo que hay un café cerca que te encantaría. —Su iniciativa me hizo sonreír, y rápidamente acepté su propuesta.

—Sería genial, Jash. Nos vemos entonces —escribí, emocionada por la perspectiva de una mañana compartida en buena compañía antes de sumergirnos en el arte.

Poner un poco de música y continuar con mi rutina matutina me ayudó a alejar la preocupación por el proyecto que presentaríamos y concentrarme en el presente. Cada nota musical parecía un recordatorio de que, a pesar de la rigidez de nuestros estudios, la vida aún ofrecía espacios para la belleza y la conexión humana. Estaba agradecida por tener a Jash a mi lado en esta jornada, alguien que entendía el valor de esos momentos.

Al llegar al museo, el aire frío y limpio parecía barrer los restos de la lluvia matutina. Jash y yo intercambiamos una sonrisa ansiosa antes de entrar, nuestros pasos resonando suavemente en el gran edificio de mármol.

—¿Estás lista para dejar que el arte invada tu cerebro por unas horas? —preguntó Jash, con una sonrisa traviesa.

—Completamente lista. Espero encontrar algo que realmente me desafíe —respondí, mientras nos dirigíamos a la primera sala.

La exposición presentaba una serie de obras modernas que jugaban con conceptos de luz y sombra. Nos detuvimos frente a una gran pintura abstracta, dominada por azules oscuros y destellos de blanco.

—Mira esto, Lia. ¿No te parece como si miraras a través de una tormenta? —Jash señaló hacia el centro de la obra, donde los colores se mezclaban con ferocidad.

—Sí, es inquietante pero hermoso. Como si cada pincelada representara un relámpago. —Contemplé la pintura, fascinada por su intensidad.

Avanzamos a la siguiente obra, una escultura minimalista que parecía captar el interés de Jash de inmediato.

—Esto es fascinante. ¿Ves cómo el escultor juega con el equilibrio? Es como si cada sección estuviera en constante tensión con la otra —explicó Jash, inclinándose para observar mejor los detalles.

—Es un equilibrio muy precario, casi como el que necesitamos en la vida, ¿no crees? —añadí, relacionando la obra con nuestras propias experiencias.

Continuamos nuestro recorrido, deteniéndonos ocasionalmente para discutir una pieza en particular. En una sala dedicada a la fotografía, una serie de imágenes en blanco y negro de ciudades captó nuestra atención.

—Estas fotos... Capturan la soledad de las personas de manera tan poética. Es melancólico, pero hay belleza en esa soledad —comentó Jash, observando cada fotografía detenidamente.

—Hay una especie de paz en esta soledad, algo que raramente asociamos con las personas. Es como ver su alma desnuda, sin el bullicio diario —respondí, igualmente cautivada.

Antes de salir de la sala, Jash se detuvo ante una última imagen, una foto de un viejo café iluminado por la luz de la mañana.

—Me pregunto qué historias habrán pasado por ese café —murmuró.

—Probablemente tantas como personas han pasado por ahí. Cada una dejando un poco de sí misma, llevándose un poco del lugar —dije, imaginando las innumerables interacciones que ese espacio habría presenciado.

Al salir del museo, el sol ya se había abierto paso entre las nubes, bañando todo con una luz suave y cálida. Nos miramos, ambos rejuvenecidos por nuestra inmersión en el arte.

—Hoy fue una buena desviación de la rutina, ¿verdad? —dijo Jash mientras caminábamos hacia su moto.

—Sí, definitivamente lo fue —respondí, sintiendo cómo el sol calentaba mi cara. Me alegraba de haber pasado el día así, lejos de las preocupaciones habituales.

Jash desbloqueó su moto y antes de subir, se volvió hacia mí con una expresión pensativa.

—¿Sabes? Deberíamos hacer esto más a menudo. No solo visitar museos, sino... tomar un tiempo para nosotros, para explorar estas pequeñas aventuras juntos —dijo con una leve sonrisa.

—Me encantaría eso —admití, notando cómo mi corazón latía un poco más rápido. Era una propuesta simple, pero la idea de pasar más tiempo juntos me emocionaba de una manera que no había anticipado.

Jash me ofreció su casco, y nuestros dedos se rozaron al pasármelo. Por un instante, nuestros ojos se encontraron, y algo no dicho vibró en el aire entre nosotros. Me puse el casco, tratando de disimular el leve temblor de mis manos.

Mientras nos alejábamos en la moto, el viento me envolvía, mezclándose con los pensamientos que danzaban en mi mente. No era solo el arte lo que había capturado mi atención hoy; era Jash, su presencia, y la forma en que parecíamos encajar tan naturalmente juntos.

Al llegar a mi casa, nos detuvimos en la entrada. Jash apagó la moto y se quitó el casco, sus cabellos un poco desordenados por el viento.

—Gracias por pasar la tarde conmigo el día hoy, Jash. Realmente fue divertido —dije sinceramente, queriendo que el momento no terminara.

—Sí, lo fue —acordó él, luego pareció dudar un momento antes de añadir —Lia, ¿te gustaría... cenar conmigo mañana? Nada elegante, solo... seguir compartiendo tiempo.

La invitación me tomó por sorpresa, pero la alegría brotó en mí antes de poder formular una respuesta coherente.

—Me encantaría, Jash —logré decir finalmente, mi sonrisa reflejando toda mi emoción.

Él sonrió a cambio, y por un momento, ninguno de los dos se movió. Luego, de manera un tanto torpe y absolutamente encantadora, Jash extendió su mano, como si quisiera tocarme pero no estuviera seguro de cómo proceder. Fue un gesto simple, pero profundamente significativo.

—Con eso en mente, espero ansiosamente esa salida —dijo Jash, su voz baja y cálida.

—Y yo también —respondí, mientras él se alejaba lentamente.

La tarde continuó desplegando sus sorpresas. Una vez que Jash dejó la moto y sus pasos se alejaron, me quedé parada en el umbral de mi casa, mirando la calle ya casi vacía donde las últimas hojas de otoño bailaban con el viento. Un sentimiento de anticipación creció dentro de mí, un preludio de lo que vendría. La idea de la cena con Jash no solo me emocionaba; también me provocaba una ligera ansiedad, una mezcla de deseos y temores que revoloteaban como mariposas en mi estómago.

Esa noche, el sueño fue esquivo. Me encontraba reviviendo cada momento del día, desde la calidez de la mirada de Jash hasta la intensidad con que discutíamos las obras de arte. Cada detalle parecía tener un nuevo significado, una nueva profundidad que antes no había percibido. Las horas pasaron, y en el silencio de mi habitación, las sombras de la noche parecían tejer posibilidades infinitas.
Antes de conocer a Jash mi vida era normal, siendo sincera era muy feliz pero en estos tres meses de haber conocido a Jash, algo en mí cambió de una manera significativa.

La Dulzura De Un Dolor CompartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora