Capítulo 2

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Jash Ashford

Desperté temprano como de costumbre y me dirigí a la ducha para darme un baño, me alisté y bajé a preparar el desayuno para mi hermana Rosie, una niña dulce y alegre de la cual muy felizmente me hago cargo. Cuando terminé de preparar el desayuno, me dirigí a su habitación para despertarla, pero para cuando llegué me topé con la sorpresa de que ya estaba lista. ¿Cómo era posible eso? Ella siempre solía despertar un poco tarde a menos que yo la despertara.
Después del desayuno, mientras Rosie recogía los platos con esa eficiencia precoz que siempre la caracterizaba, no podía evitar pensar en la ironía del destino. Yo, quien había vivido en diversas ciudades y encontrado siempre un motivo para mudarme, ahora me encontraba atrapado en la encantadora pero inesperada red de relaciones humanas en Brisbane. Rosie, con su eterna energía juvenil, me sacó de mis pensamientos.

-¿Jash, vamos al parque hoy? -preguntó con esa mezcla de esperanza y certeza que solo los niños pueden manejar.

-Claro, ¿por qué no? -respondí, aunque sabía que debería pasar por la universidad primero para recoger algunos libros. La idea de ver a Lia nuevamente le provocó un cosquilleo en el estómago.

Caminando hacia la universidad, Jash no podía evitar pensar en Lia. Recordó cómo sus zapatos desparejados, más que un simple error matutino, parecían un símbolo de la dualidad en su propia vida: un pie en el pasado doloroso, otro en el presente incierto, y aún así, avanzando.

Llegando al campus, el bullicio habitual me recibió con brazos abiertos. Estudiantes de todos los colores y acentos se movían de un lado a otro, sumergidos en sus propias vidas y desafíos. Me dirigí a la biblioteca, un edificio de ladrillo rojo y ventanas altas que siempre parecía más un santuario que un lugar de estudio.

Dentro, me dirigí a la sección de literatura, donde esperaba encontrar algo que me ayudara a entender mejor a Rosie, quien había desarrollado recientemente una pasión por la poesía. Mientras buscaba entre los estantes, un libro en particular llamó mi atención: "Versos del corazón". Lo extraje y al abrirlo, un pequeño papel cayó al suelo. Era una nota manuscrita, las letras fluidas y elegantes, claramente de alguien que cuidaba mucho su caligrafía. La nota decía:

"Para el que encuentre este mensaje: que estas palabras te guíen como han guiado a otros antes que tú. Recuerda, la poesía es el eco de la vida."

Intrigado, guardé el papel en mi bolsillo, pensando en mostrarlo a Rosie más tarde. Pagué el libro y me dirigí hacia el área de cafetería, esperando quizás, solo quizás, toparme con Lia.

Mientras tanto, Lia había pasado la mañana en un laboratorio de ciencias, inmersa en un proyecto de investigación que prometía extender los límites de su comprensión y quizás, de la ciencia misma. Al terminar, se dirigió a la cafetería para encontrarse con Dafne, quien ya estaba allí, inmersa en sus notas de sociología.

-Lia, ¡Por fin! Pensé que te habías convertido en parte de tu experimento -bromeó Dafne, alzando la vista de sus apuntes.

-Casi -respondió Lia, sonriendo-Pero he logrado escapar para contarte sobre mi encuentro con Jash. Es... es algo especial.

Dafne, conocedora de los reticentes sentimientos de Lia hacia nuevas amistades y relaciones, levantó una ceja, claramente interesada.

-¿"Especial" cómo? ¿En plan romántico o "he encontrado otro cerebro peculiar que complementa mi locura científica"?

Lia rió, consciente de que su amiga siempre trataba de poner todo en categorías comprensibles.

-No estoy segura aún. Solo sé que cuando estoy cerca de él, algo en mí se siente... más vivo. Es como si de repente todas las variables se alinearan sin que yo lo intentara.-comentó Lia.

Daphne asintió, dándose cuenta de que este podría ser un gran cambio en la vida de Lia, una que la llevaría más allá de las fórmulas y experimentos.

-Bien, entonces mantén los ojos abiertos y el corazón también. Quién sabe... Tal vez el amor sea la variable que nunca consideraste en tus ecuaciones. -dijo sonriendo burlona.

Lia consideró esto mientras observaba a los estudiantes pasar. Sabía que Dafne tenía razón, pero también sabía que el amor, como cualquier gran descubrimiento, requería valentía y un poco de locura. Por suerte, o por destino, Jash parecía tener ambas.

La tarde se desplegó suavemente, y cuando Jash finalmente llegó a la cafetería, encontrando a Lia allí, no fue el resultado de un cálculo, sino más bien el de un suave pero inevitable atractivo gravitacional que parecía unir sus mundos.

Después de nuestro encuentro "casual" en la cafetería del instituto, sugerí tímidamente a Lia que compartiéramos un café en un pequeño lugar cercano que conocía. A mi alivio, aceptó con una sonrisa que parecía iluminar la estancia más de lo que lo hacían las lámparas colgantes del techo. Caminamos juntos hacia la cafetería, y cada paso me confirmaba más cuán singular era esta chica que, de alguna forma, hacía que el peso de la rutina diaria se sintiera un poco más liviano.

El café estaba decorado con un aire bohemio; los libros se apilaban en rincones y las paredes estaban adornadas con cuadros de paisajes y retratos abstractos. Escogimos una mesa apartada, cerca de la ventana. Mientras esperábamos nuestros pedidos, Lia jugaba nerviosamente con la manga de su suéter, lo cual revelaba una mezcla de timidez y expectativa que la hacía incluso más entrañable. Sus ojos se iluminaban cada vez que hablaba de ciencia, pero también revelaban una curiosidad gentil cuando me preguntaba sobre mi vida,mis mudanzas y qué me había llevado finalmente a Brisbane.

Conversar con Lia era como leer un libro que no quieres que termine. Era evidente su inteligencia, pero había en ella una torpeza adorable, especialmente cuando, intentando tomar un sorbo de su café, se le resbaló ligeramente la taza, salpicando un poco el líquido sobre la mesa. Se disculpó con una risa nerviosa, y yo no pude evitar reír también, asegurándole que eran cosas que pasaban.A medida que la tarde caía, noté cómo la luz del sol entraba a raudales por la ventana, enmarcando su rostro en un halo dorado que parecía sacar chispas de sus ojos. Lia me hacía sentir bien, extrañamente bien, como si, de alguna forma, todo en mi vida hubiera sido un prólogo para este encuentro. Su presencia era reconfortante, y su risa tenía el efecto de disipar mis preocupaciones más persistentes.La conversación fluyó naturalmente hacia nuestros gustos y disgustos, nuestras aspiraciones y los pequeños detalles que a menudo pasamos por alto cuando no estamos realmente atentos. Lia mencionó su amor por las pequeñas cafeterías y cómo cada una parecía contar su propia historia. Coincidíamos en nuestro gusto por la música indie y las películas que hacían pensar, y reíamos de nuestras experiencias pasadas y los extraños giros que a veces tomaba la vida.Al final de la tarde, cuando el cielo comenzaba a teñirse de tonos de rosa y naranja, nos dimos cuenta de que había llegado el momento de despedirnos. Nos levantamos, y ella me miró con una sonrisa que decía más que muchas palabras.

Al caminar hacia la salida, nuestras manos se rozaron ligeramente, un contacto fugaz pero cargado de significado. Me despedí de ella con la promesa tácita de que esto solo era el principio. Mientras la observaba alejarse, sentí una mezcla de satisfacción y anticipación; saber que había alguien como Lia en mi mundo hacía que todo pareciera más brillante, más posible.

Regresé a casa esa noche con el corazón un poco más ligero y un papel en el bolsillo que recordaba la magia y la poesía que la vida, a veces, nos regala cuando menos lo esperamos.

La Dulzura De Un Dolor CompartidoWhere stories live. Discover now