18. Descongelando corazones

38.9K 2.5K 147
                                    

Atravesamos una vez más aquel umbral que parecía sonreír a mi llegada. Entre sus brazos, me encontraba semi desfallecida pero con la mente abierta a lo que había escuchado en el gran salón.

Alexander no me había mirado en todo el recorrido y siquiera le había importado los gritillos de dolor que yo de vez en cuando había soltado. Las escaleras las había subido con rapidez, como si quisiese de una buena vez por todas llegar al cuarto en donde ahora, me dejaba sentada sobre su cama. Yo me encontraba más que ruborizada, no solo por el calor del momento, sino por todo lo que había pasado el día de hoy.

—Alex. —Llamé, necesitaba saber la verdad antes de desmayarme.

—¿Qué? —Contestó sin mirarme y dándome la espalda.

—¿Es cierto? —Solté temerosa, pero a la vez suplicante de que me dijese lo que tenía que escuchar.

Se hizo un silencio largo. Alexander hizo caso omiso a lo que había escuchado y para torturarme aún más de lo que ya había hecho, simplemente paso a quitarse con lentitud la corbata de color azul que llevaba enredada en su cuello.

—Alexander...

—Todo lo que dije o hice en la ceremonia, fue una farsa. —soltó en un seco murmuro—. Nunca me enamoraría de ti.

Mis ojos se abrieron ante la confesión. Quise soltar mil y un preguntas, pero el shock me había dejado afónica. Me quedé en silencio, preguntándome porque me dolía. ¿Era por sentirme decepcionada y engañada o era un episodio de lo que tanto llamaban desamor? Mordí mis labios regañándome, pensando en que había perdido la razón y que simplemente era una traición más.

Alexander era un buen actor y yo era su accesorio preferido, cosa que odiaba porque nunca me había gustado que me usasen de aquella manera. ¿Mentir? ¿Ocultar la verdad? ¿Para qué? ¿Con qué propósito?

—Maldita sea, ¿entonces por qué Alexander? —Solté al borde de las lagrimas, retomando el odio que le tenía—. ¿Por qué me escogiste a mí?

—Tú lo sabes mejor que yo.

—¡No, no lo sé! —Le grité, ya sollozando por la desesperación—. Sabes mejor que yo que siquiera se por qué rayos estoy ahora en este lugar o  siquiera el cómo es posible que este viendo en este instante.

—¿Tengo que volver a recordártelo?

Se acercó lo suficiente como para sentir su pecho encima de mi cuerpo, inerte pero decidido.

—¡Aléjate de mí! —Titubeé, gritándole con la poca energía que me quedaba—. No dejaré que tomes de mi sangre hasta que me digas de una buena vez la verdad.

Pensé que lo tenía, que soltaría todo ante mi acuerdo pero, en vez de eso, Alexander comenzó a reír demasiado fuerte.

—¿Es que no te has dado cuenta ya? Yo no necesito de tu sangre.

Mi mirada ahora en vez de estar enojada, yacía confusa. ¿Cómo era posible que un vampiro no necesitase de sangre? Estreché la mirada. ¿Esto significaba que tenía más mascotas? No se suponía que yo era la primera.

Respiré con fuerza al saber que eso no era cierto. El me mordía con emoción e inexperiencia. ¿Qué significaban entonces sus palabras? Alexander no era normal. Él no era un vampiro común. Era alguien especial, seguramente ese era el motivo del que todos le temiesen, del porque lo respetaban tanto. 

—¡Ay si, por favor! Y yo no necesito comida —chillé con el mismo tono burlesco que él había tomado conmigo desde el inicio de la conversación.

—Ya duérmete.

—¿Por qué siempre evitas las preguntas? ¿Por qué no necesitas de sangre? ¿Por qué me escogiste a mí como tu estúpida mascota? ¿Y por qué, Alexander? ¿¡Por qué  nunca me contestas!? —grité al final, casi a punto de desmayarme.

Colores oscurosWhere stories live. Discover now