33. Hogar dulce hogar

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—Creo que eres una mujer con suerte, Nicole.

Volví a mirarle de mala gana, recordando las múltiples conversaciones que habíamos tenido. Desde que habíamos dejado ese pueblo de mala muerte, Blake y yo habíamos viajado más de un día y medio entre disputas pequeñas, risueñas historias y a veces, ciertos silencios. Y es que al decir verdad, me la había pasado horas enteras dormida o escuchando las absurdas platicas del pelirrojo. Esas en donde me explicaba, una y otra vez, que debía de borrar las memorias de mis victimas, ya que si no lo hacía, los seres vivos a los había mordido podrían recordar el rostro de su atacante y, con ello, los cazavampiros ponían precio a tu cabeza.

—¡Imagina que hubiese pasado si no los hubieses matado! —Susurró para sí mismo—. Seguramente te estuviesen persiguiendo para obtener regalías.
—Creo que a pesar de eso, ya me están persiguiendo.
—¿A qué te refieres? —Comentó, sin dejar de ver el camino.
—Es algo difícil de explicar, pero digamos que Giselle Black quiere mi cabeza en su pared.

Pude observar por el rabillo del ojo que, al decir aquel nombre, Blake me miraba aterrado.

—¿Giselle Black? —Volvió a repetir, esta vez, algo dudoso de que estuviésemos hablando de la misma persona—. ¿Una chica de cabello rubio que siempre va con otro cazavampiros moreno?
—Sí, Rogelio.

Escuché un suspiro.

—¿Qué rayos hiciste?
—¿Hacer? ¡Yo no hice nada! —Solté entristecida, pero aterrada al mismo tiempo—. Cuando desperté en medio del bosque y matado a un chico y un viejo, ella apareció de repente proclamando mi muerte.

El pelirrojo se quedó mudo, pensando en el por qué de mis acosadores. Y yo, por otro lado, en la posible regla que había roto para que Giselle me persiguiese con tanta necesidad. ¿Había matado a alguien importante? Pensé en mis dos víctimas, intentando imaginármelos como sus camaradas, mas era imposible. Aquellos dos hombres que ya no tenían signos de vida, simplemente habían sido personas con muy mala suerte. No podrían haber sido compañeros de Giselle porque yo había actuado de una manera anti-natural.

¿Entonces qué era?

Recordé entre el silencio de los dos, las palabras de mi antigua amiga. Esas en donde declaraba que había deseado matarme desde hacía ya años. ¿Por qué había anhelado matar a alguien de su misma especie? ¿Había sido porque los vampiros estaban tras mía? Apreté mis dientes cuando recordé aquel otro hecho que había proclamado Giselle. ¿Qué tenía yo para que los vampiros estuviesen tras de mí desde pequeña y obligase a los cazavampiros a aniquilar a una de su misma raza?

—Creo que simplemente no les caes bien —Blake habló entonces, más curioso que yo—, pero lo que tengo que decir, es que Giselle Black y Rogelio Cortez son dos de los cazavampiros más famosos; más la rubia que el moreno.
—¿Por qué?
—Es hija de uno de los que fundaron la asociación contra nosotros. Podría decirse que sus antecedentes fueron los índoles de la fuerza cazavampira.
—¿Estas mofándote, cierto? —Susurré, intentando que todo fuese una broma.
—Para nada —comentó firmemente—. Escuché por ahí que Giselle mató a su primer vampiro a la corta edad de cinco años.

Tragué saliva, ciertamente horrorizada por lo que me contaban. Que hubiese escapado entonces, había sido un milagro. Si Giselle tenía tanta experiencia, ¿cómo es que la había evadido tan fácilmente? Respiré con fuerza, mirando el camino en silencio. Si me la volvía a topar, estaba muerta.

—No te preocupes —soltó Blake de pronto—. Aún y aunque quieran tu cabeza, ellos no te podrán atacar en la Mansión Máximus. Estas a salvo ahí.
—¿A salvo? ¡Podrían entrar y matarnos a todos!

Blake sonrió, haciéndome notar que él sabía demasiado.

—Bueno, se supone que hicimos un tratado de paz hace varios siglos con algunas excepciones, claro está. Los cazavampiros no pueden interrumpir en esa casa ya que, quien firmó esto, fue nada más y nada menos que William Maximus.
—¿¡El padre de Alexander!?
—Exactamente.

 

.
A pesar de que el Sol ya había comenzado a esconderse tras las montañas y le daba paso a las pequeñas esferas brillosas que acompañarían a la más grande Luna en su recorrido por el oscuro cielo, yo estaba aún confusa. Turbada de tanta información. Giselle no era mi amiga, sino más bien un cazavampiro que había anhelado mi muerte desde chica y quien había hecho un tratado de paz para proteger a los vampiros había sido el padre de mi novio. ¿Sería que el supiese más sobre mi persecución? Respiré con fuerza, intentando enfocarme en una sola cosa. Ver a Alexander y ansiar saber la verdad me estaba mareando mucho. No sabía qué hacer primero. Mordí mis labios con cierto miedo, sabiendo que era solo cuestión de minutos de que llegase de nuevo a esa casa.

—¿Estas nerviosa? —Escuché a un lado de mí. Blake me sonreía.
—Digamos que sí.
—Bien, pues en veinte minutos llegamos.

¿Veinte minutos? Sentí extrañamente mi corazón muerto latir. El pecho me dolió. ¿En serio solo faltaban veinte minutos? Es decir, estar fuera de casa una semana había sido bastante pero, ¿realmente no estaba soñando?

Respiré profundamente cuando observé aquella mansión media oscura acercarse, esa del cual no recordaba haber partido en primer lugar. Tragué saliva tratando de controlar mis instintos más bajos para arrojarme del coche y salir corriendo hacia aquellas puertas grandes de cuales antes ansiaba escapar. No sabía por qué, pero sentía como Alexander estuviese viéndome desde aquella ventana que reconocía como mi habitación.

Creo que fue por eso que aquellos minutos fueron los más largos de mi vida. Parecía como si hubieran pasado siglos desde que había partido hacía poco más de seis días. Era como si el tiempo la hubiese desgastado un poco, porque cuando la observé frente a mí, pude ver algunas plantas que antes no estaban ahí.

—¿Qué haces? —Blake me movió un poco el hombro—. Ya llegamos, ya puedes bajar.

Parpadeé sin creerlo aún pero, mirando a mi salvador con los ojos humedecidos por la melancolía, accedí con un leve movimiento.

Abrí la puerta del coche, sintiendo entonces el frío del invierno pegar un tanto en mi rostro. Hasta entonces, respiré con fuerza. Realmente había regresado y lo peor de esto, es que aún no le daba crédito a aquello. Esa era la razón por la que estaba ahí, estupefacta, mirándolo todo, esperando a que de pronto todo se hiciese negro y despertase de nuevo en el asiento.

Pero por cada segundo que pasaba, me hacía a la idea de que Blake realmente me había guiado hacia Alexander y que esto no era un sueño. Así que, a pasos pequeños, caminé lentamente por el camino de piedra que parecía alegrarse con mi llegada.

Tragué saliva con cierta emoción al toparme con aquellas enormes puertas de caoba que abrí lentamente.  

El gran recibidor apareció entonces y una chica de cabello largo y negro tiró el libro que llevaba en manos al verme.

—¿Nicole?

Subí las escaleras ignorando a quien me había llamado desde las escaleras. No sabía por qué, pero no podía detenerme a charlar con nadie quien no fuese Alexander. Me dolía el pecho, sentía como los latidos de mi corazón ansiaban encontrarse ya con quien me había dejado sola en el bosque. Anhelaba verlo, saber que definitivamente estaba en casa. En mi hogar.

Respiré con fuerza cuando pase de largo y doble la esquina hacia la derecha. Todo estaba como antes. Las pinturas, las ventanas. Todo. ¿Era verdad esto? ¿No estaba soñando? Subí las escaleras restantes, sintiendo entonces como las lágrimas se desbordaban de mis ojos cristalinos al ver aquella puerta que me esperaba ansiosa en la mitad del pasillo.

Puerta que no tuve que abrir ya que, quien había anhelado ver, lo había hecho por mí. Alexander estaba ahí, tan sorprendido como lo estaba yo.

—¿En serio eres tú? 

Mordí mis labios al escucharle y, sin poder reprimirme ni un segundo más, entré en la habitación... tirándome encima de él. Tardó algo en reaccionar, pero cuando sintió mis labios en los suyos, cerró la puerta sin pensarlo dos veces. Conmigo entre sus brazos, dejó que le besara con necesidad. Traté de, a pesar de que no me dejaba hablar, explicarle de esa forma lo mucho que lo había extrañado y lo feliz que me hacía verlo, pero cuando me pude separar de él y pude ver esos ojos celestes devorándome, pude contestarle casi sin aire que, en efecto, era yo y que estaba de vuelta para nunca irme de nuevo.

Colores oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora