38. Pelea

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Alexander, al terminar de decir aquello, simplemente me arrastró con brusquedad hacia la puerta y, deteniéndose solo para despedirse de su padre con una reverencia, cerró la puerta tras cruzarla.

Las pisadas furiosas de quien me guiaba como si fuera una muñeca de trapo, no tardaron en escucharse; pero incluso ante tal desplante y su mal genio, yo aún no comprendía nada de lo que estaba pasando. ¿Por qué estaba molesto de que supiese la verdad? El nudo en mi garganta se hizo más difícil de deglutir entonces, debatiéndome por el tranquilizarme y respirar o alborotarme y gritar por una explicación. ¿Por qué no quería que lo supiese todo?

Su mano, ignorante de lo que pensaba, no deshizo el mando en mi muñeca, cual ya desde el comienzo, había sentido una terrible agonía. Mordí mis labios en cierta muestra de dolor. ¿Debería de interrumpir el silencio?

—Alexander. —Me quejé débilmente—. Vas muy rápido.

Pareció no escucharme, porque siguió caminando con la mirada en alto; balbuceando cosas sin sentido que no alcanzaba a escuchar del todo.

Caminamos así unos cuantos minutos. Ya sin quejarme por no querer molestarlo. Apresuramos el paso en silencio, mientras me pregunta el por qué se comportaba de esa manera. ¿Por qué no quería que me enterara de los hechos? Estaba en mi derecho de enterarme de esta clase de cosas...

El chico de cabello oscuro paró en seco justo frente a la puerta de nuestra habitación y, sin hacerse esperar más, se giró rápidamente para al fin encararme; mas lo que no esperé fue encontrar aquellos ojos, esos ojos que hacía mucho que no veía. Odio.

¿Por qué me veía así?

Mantuve su mirada sin entenderla del todo, incluso cuando la puerta se abrió y nos encerró dentro del cuarto. El silencio no se escuchó ni un poco más, porque al quedarnos a solas, él no esperó ni un minuto para empujarme contra la cama, sentarse encima de mí y aprisionar mis muñecas de una manera aún más fiera que antes.

—¿Quién te dijo que fueras a ver a mi padre? —Soltó en alto coraje estando al fin en privado.
—Nadie —Le grité al fin en su cara, dolida y enojada—. No tengo por qué pedirle permiso a nadie.

Nos quedamos a pocos milímetros de nuestros labios. Mirándonos el uno al otro con cierto enojo.

—¡Pero debiste decirme! —Agregó para defenderse—. Eres una desagradecida, Nicole.
—¿Desagradecida? —Pregunté con cierto asombro en la voz—. Solo quiero saber la verdad.
—¿¡Saber!? —Rio, aún enojado— ¡No quiero que la sepas!
—¡¿Pero por qué no?! —Chillé ya con lágrimas en los ojos—. ¡Estoy en mi derecho! ¡Necesito saberlo!
—¿No te conformas con escuchar el bonche de verdades que te solté hace unas cuantas horas? —Preguntó fríamente mientras aprisionaba mis manos con más fuerza—. ¿Por qué siempre tienes que meterte en todo? ¿Qué no entiendes que no es no?

Sollocé ante sus gritos, cerrando los ojos ahora si ya presa del dolor. Sus manos se habían enterrado en esa última pregunta aún más fuerte que antes. Pegué un gritillo, teniendo aún a aquel hombre encima de mí. ¿Por qué se ponía así? ¿Qué había hecho mal? ¡Solo quería saber de mis padres! ¡Mi vida! Aguanté las lágrimas al saber que incluso y aunque no lo quisiera, Alexander sería por siempre mi debilidad y mi fortaleza. Ese único ser del que podría ganar o perder ante todo.

—¡Contéstame! —Exigió al verme callada.
—Me duele... suéltame ya.

Sentí el agarre aflojarse, pero no me dejó que me alejara de él ni un solo centímetro.

—Entiéndeme, Nicole. —Posó su rostro sobre mi pecho, respirando intranquilamente mientras me abrazaba—. No quiero que vivas lo mismo que viví yo, por favor, no insistas.

Colores oscurosWhere stories live. Discover now