9. Conociendo a la familia

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El largo y muy notorio suspiro de alivio de Clara invadió de repente a la limusina. Yo, quien yacía ya desesperada por tanta pelea continua simplemente esbocé una sonrisa de dicha al observar como tomaba todo para guardarlo en su grande maleta.

—¡Por fin! Estas lista —dijo, secándose unas gotitas de sudor que le habían caído de la frente tras las tres horas incomodas para poder maquillarme.

Solo pude encogerme de hombros al observar cómo, mientras me sonreía, buscaba desesperada algo para mostrarme.

—Ten Nicole, espero que te guste.

Alcé mi ceja algo confundida, pero cuando un pequeño espejo me mostró mi nueva apariencia física, simplemente no pude creer que esa hermosa chica, que tenía los ojos como platos, era yo. La niña sin peinar y con el pelo más maltratado había desaparecido de la faz de la Tierra. En el reflejo, se mostraba la imagen de una mujer con cabello largo y por lo aprendido, castaño; con un gran despunte que estaba acomodado sutílmente en un peinado a la moda. El maquillaje, delicado como lo era Clara, parecía más una obra de arte. Ciertamente hacía lucir mis pómulos rosados y mis labios de un color carmín. Sonreí tímidamente, me había encantado. Eso se podía ver en mis ojos al parecer de color café. 

—¿Te gustó, verdad?

Mordí mi labio apenada.

—Gracias, Clara. Perdona el inconveniente de tantas horas.
—¡Por favor! —Sonrió—. Me gusta hacer esto. Ya verás lo mucho que me voy a divertir peinándote.

Dejé salir un suspiro, mientras intentaba darme a la idea de que a Clara seguramente la vería casi a diario. Fue entonces que el silencio llamó y la limusina paró repentinamente. Un señor mayor abrió la puerta para nosotros en menos de segundos y, siendo la rubia la primera en bajarse, simplemente tomó de la mano de éste y bajó del automóvil en silencio.

—Gracias, Jhon —comentó ya estando en el suelo.

Seguido de esta, bajó Alexander y éste espero en la puerta para tomar mi mano. Le miré ciertamente insegura, pero al final respiré profundamente y me dirigí a la puerta en donde me esperaban. Bajé del auto a su lado, para luego escuchar el susurro de Alex sobre mi oído: "Recuerda, no me llames Alex, te lo advierto." Pasé saliva y desafiante, le sonreí. Le llamaría por su nombre, no por su apellido. No como a mi amo. Solo Alex y punto.

Desvié la mirada traviesa hacia el lugar delante mío. Desde hoy en adelante viviría en aquella inmensa mansión marrón, que con solo verla, comenzaban a darme escalofríos. Era tan grande que imponía. Sus grandes jardines y fuentes occidentales eran simplemente perfectos. Pero... ¿lo sería la familia?

El estirón sobre mi mano hizo que mi fantasía acabase. Ese arrogante seguía tomándome de la mano pero yo sin saberlo, había comenzado a sonrojarme. Miré hacia el automóvil que me había acompañado por largas horas de mi corta vida para recibir la sonrisa educada de Jaime, quien era el conductor del automóvil.

Le devolví tímidamente el gesto y entonces, maravillada aún por todos los preciosos colores que veía frente a mí. Según la clase rápida de Clara, podía entender que las grandes puertas de madera, el cual ya habían tomado un color medio rojo por el desgaste de los años, se mostraban frente a mí. Era solo cuestión de segundos para que estas se abrieran lentamente y, tras ellas, la silueta más fina apareciera frente a mis ojos. La mujer tenía el cabello más amarillo que las flores, ¿Era dorado? Sí, creo que recordaba que Clara me había enseñado un color en su paleta de sombras que se asemejaba a su cabellera amarilla. Además, unos ojos color azul oscuro acompañaban a semejante belleza. Su rostro era tan perfecto como las muñecas de porcelana, esas que yo había tocado con mis manos en la habitación de Ana alguna vez cuando era pequeña. Sus labios eran más rojos que seguramente la manzana más perfecta y apetitosa.

Colores oscurosWhere stories live. Discover now