Capítulo 11 (Gwen POV)

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En cuanto regresé al presente me sentí un poco mal por haber abandonado a Val con mi antepasado gordo. Pero Gideon tenía razón: no había una mejor opción.

Cada vez que recordaba mis últimos momentos frente al conde (y esto había comenzado a pasar con mucha frecuencia desde su escape) la piel se me ponía como gallina y se me hacía un nudo en el estómago solo de recordar a Gideon, ahí tendido, lleno de sangre y sintiendo la incertidumbre por saber si nuestro plan había funcionado. Aquel era uno de esos momentos, y ni siquiera el hecho de que casi me caía sobre mister Bernhard consiguió distraerme de mis recuerdos. Pero no había tiempo para eso, menos para hundirme en la autocompasión.

-¿Estás bien Gwen? -preguntó Gideon mientras me tomaba del codo para asegurarse de que yo no cayera, como en su tiempo lo había hecho Lavinia.

-Sí, perfecta -no era del todo verdad, pero no estaba dentro de mis planes que Gideon adoptara una actitud de viejita preocupada justo antes del viaje que habíamos planeado para aclarar las cosas un poco con Lucy y Paul.

Desde antes de haber regresado a Londres Gideon había pasado horas encerrado en su despacho, recordándome terriblemente a cuando el doctor White me parecía escalofriante y no podía ni imaginarme que una máquina fuera tan siniestra cómo para funcionar con sangre (aunque después de todo este tiempo me seguía pareciendo extraño el funcionamiento del cronógrafo y una experiencia muy dolorosa para el viajero en el tiempo; solo pensar en quién había diseñado semejante artilugio me provocaba un bien justificado deseo de ir y darle un par de consejos sobre el diseño y las comodidades que podría implicar el uso de un método un poco menos doloroso como lo era esa endemoniada aguja que había sido clavada tantas veces en mi dedo, que ya había perdido la cuenta)

-¿Hola? Tierra llamando a Gwen. Si sigues mirando al vacío de esa manera las personas creerán que nunca te dejo sola y que soy un daimón demasiado parlanchín. Y ya tengo suficiente con esa niña que lleva todo el día mirando hacia dónde yo este, aunque yo esté tratando de mantener una conversasicón contigo...

-¡Xemerius! -susurré a mi pequeño amigo daimón. A penas había dado un paso en el presente cuando Xemerius apareció por las escaleras y se posó sobre mi hombro causándome la típica sensación de colgarme una prenda mojada sobre la espalda.

-¿Qué? No puedes negar que tengo razón. En serio Gwen, ¿qué tal si resulta que tienes déficit de atención o alguna enfermedad mental? Y lo tienes muy claro si piensas que planeo compartir el resto de nuestra vida inmortal en un manicomio...

- ¿Alguna vez cierras el pico? -traté de bajar la voz lo máximo posible, pero la casa estaba inusitadamente callada y mi voz hizo un pequeño eco contra las paredes. Maldije entre dientes.

-¿Decías algo Gwenny? -dijo entonces Gideon distrayéndome por unos instantes de los interminables discursos de mi amigo daimón.

-No es nada, solo Xemerius que no se calla. Vuelvo en un momento.

-Oh, está bien -desde hacía mucho tiempo que Gideon sabía que la magia del cuervo de la que tanto se hablaba en las profecías era mi habilidad de hablar con fantasmas (y daimones) como Xemerius, pero aun había momentos en lo que lo veía mirándome de reojo con extrañeza. Nadie se podía acostumbrar a ver a otra persona hablando con el "aire", ni siquiera yo-. Toma tu vestido, por sí quieres cambiarte mientras encontramos la entrada correcta en los Anales.

Acepté el vestido que me tendía Gideon antes de hacerle un gesto con la cabeza a Xemerius para que me acompañara a la biblioteca del abuelito. Lo fulminé de tal manera con la mirada que terminó subiendo sus garras en gesto de rendición.

-Está bien, está bien. Ya voy sargento Gwendolyn.

Cuando entramos, cerré la puerta y voltee a ver a Xemerius con una mirada inquisitiva y los brazos en jarras.

Piedras Preciosas. Una nueva generación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora