Capítulo 22

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No intenté moverme ni un centímetro y mucho menos gritar. Aun así la persona que tenía la mano sobre mi boca no hizo ademán de aflojar su agarre.

Curiosamente estaba paralizada aunque no era precisamente de miedo, sino más bien por la sorpresa. A veces simplemente ni yo misma me entendía.

Los pasos que sonaban desde el pasillo se acercaban cada vez más, y aquello significaba justamente ciertas posibilidades que me mantenían en un constante estado de inquietud. Y es que la persona que estaba  detrás de mí bien podía ser alguno de los traidores del conde, esperando a que este finalmente entrase triunfalmente a la habitación e intentara cortarme el cuello para usar mi sangre en otro de sus retorcidos experimentos  o algo peor, porque si la parte de las profecías sobre la magia del cuervo se había cumplido en mi caso, cómo podía estar segura que las partes no tan divertidas de esos versos no se harían realidad (incluida la inmortalidad). También podía tratarse de algún Vigilante asustado que se había escondido y de paso me había encontrado, así que ahora sería acusada con el lobuno Falk de Villiers.

Por lo menos sabía con toda seguridad que no podía tratarse del pelirrojo Philip, porque si no ya hubiese tratado de comunicarme de alguna manera que era él para no mantenerme en la incertidumbre en la que me encontraba.

Mis ojos seguían abiertos de par en par esperando a que algo más pasara. Y entonces las palabras se volvieron repentinamente más claras.

-¿Y la chica, mi señor? –decía un hombre con voz rasposa y sorprendentemente profunda.

Un pequeño silencio.

-No deberíamos de preocuparnos tanto por ella –le respondió la voz de quien se había metido durante semanas en mi mente -. No es más que una chiquilla ilusa, algo corta de entendimiento si me lo preguntas, que se siente demasiado capaz de grandes cosas...Pero fui yo el que le metió todas esas ideas en la cabeza ¿no?

Sus carcajadas provocaron un nauseabundo eco en mi interior, mientras yo hervía de rabia pura, y esas mismas risotadas me impidieron escuchar lo que continuó diciendo el acompañante del conde de Saint Germain. A pesar de todo noté que la risa del otro tipo sonó amarga y casi fingida a comparación de la del conde que no podía parar de reír de su propio chiste, orgulloso y maniático.

-Tienes mucha razón –prosiguió el conde -, y a ella creo que fácilmente hubiese preferido matarla hoy mismo, pero parece que no se presentará hoy. Es una lástima, entre todo el pánico en el que están sumidos los Vigilantes este habría sido todo un espectáculo, sin contar con que tenía verdaderamente muchas ganas de conocerla. Sinceramente los Vigilantes son todo un desastre desde que los abandoné.

Suspiró y acto seguido se escucharon unos débiles susurros por parte de el otro hombre que fueron imposibles de descifrar. ¿En serio no podían molestarse en hablar un poquito más alto después de todo el alboroto que ya habían armado allá atrás?

-Ojalá no te equivoques de nuevo –le contestó el conde, al que no le importaba escatimar en el volumen de su voz, para mi buena suerte-. Realmente espero que esta vez sí encontremos esos documentos.

-Por supuesto, mi lord –exclamó el otro tipo un poco aburrido.

Comenzaba a sentir como el frío de los pisos inferiores de la Logia se metía en mis huesos y me hacía temblar. La voz de los dos hombres se escuchaba a ya sólo un par de metros, mientras que la respiración del tipo que aún me sujetaba, evitando que intentara gritar (la cual era una idea bastante ridícula; aunque no supiese que el conde se encontraba al otro lado de la puerta nadie en su sano juicio gritaría pidiendo ayuda a un lunático que habla sobre asesinatos), se volvía cada vez más pesada. Si me encontraba en la misma habitación que algún Vigilante asustadizo y con cero conocimientos de defensa personal, más allá de evitar que las personas gritaran, ya podía ir despidiéndome de esta vida.

Piedras Preciosas. Una nueva generación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora