Prólogo

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A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.


Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.


Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.


Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.


La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.


En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los extraños,
y la de cobre los nuestros.


Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.


Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.


Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.


Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo. 

—Lope de Vega "A mis soledades voy"—

—Lope de Vega "A mis soledades voy"—

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