Capítulo 3: El príncipe y el ataque

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Un aplastante peso le envolvió el pecho, haciendo al príncipe sentir como si se ahogara. Apoyó una mano en el suelo, tratando de levantarse mientras jadeaba en un intento por deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

—¿Qué me has hecho? —preguntó, sintiendo los efectos de la pócima con mayor fuerza que antes.

—No es nada grave, tranquilízate —respondió Alexander mientras lo alzaba en brazos sin dificultad—. El efecto pasará rápido y podrás moverte, pero te impedirá abandonar el terreno de la armada por algunas horas —explicó mientras lo llevaba hasta una mesa y lo dejaba allí antes de girarse para hablar nuevamente a su gente—: ¡Muy bien, señores, es hora de encontrar al intruso! —gritó a las personas que estaban en el lugar, las cuales respondieron positivamente en un grito y, siguiendo a Alexander, abandonaron el lugar.

—No puedes... No puedes... —replicó el príncipe, pero ya no podía hablar.

Tampoco es que hubiese habido alguien para escucharlo ya.

Durante los primeros minutos su conciencia iba y venía mientras Mirsha trataba desesperadamente de aferrarse a ella, sintiendo un intenso frío apoderarse de la habitación. Entonces, escuchó el sonido de una puerta abrirse, acompañado de lo que le pareció una conversación en susurros, ahogada tal vez por la lejanía o el estado en el que se encontraba.

—¡Lionel! —escuchó también, un grito proveniente de afuera y tras unos segundos, la puerta volvió a cerrarse de golpe y el lugar se sumió en un completo silencio.

Pronto, una serie de pasos se hicieron oír, amplificados por el eco del lugar vacío, hasta que a su campo de visión llegó una joven de extraño cabello azul, quien lo miraba con la desconfianza escrita en el rostro.

Ella estuvo a punto de decir algo, cuando la puerta volvió a abrirse y un nuevo par de pasos se acercaron a la joven.

—¡Juvia! —exclamó la misma chica pelirroja de antes, tomando a la más pequeña del brazo, antes de reparar en el muchacho—. ¡Oh, Diosa! ¿Estás bien? —preguntó acercándose hasta él, mientras lo ayudaba a levantar su cabeza para intentar hacer que se incorporara.

Justo en ese momento un ruido metálico se escuchó y las puertas del salón se cerraron de golpe una vez más, con mucha más fuerza que antes.

Mirsha comenzó a respirar con normalidad, aceptando la ayuda de la chica y lanzó una mirada a las puertas antes de decidirse a responderle.

—Estoy bien, pero juro que mataré a Alexander —dijo, examinando a ambas muchachas detenidamente—. ¿No se supone que estén con los otros? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó escuchando un nuevo golpe que hizo que los tres se pusieran en guardia.

—¿Alexander te hizo esto? —cuestionó la chica incrédula, observando con cuidado el estado del muchacho mientras, a su lado, la pequeña de ojos azules se ocultaba detrás de la mayor, como si no quisiera ser vista por el príncipe.

El muchacho asintió, intentando apoyarse sobre los codos.

—Usó... una especie de poción —masculló, sintiendo que todo le daba vueltas.

A su lado, la pelirroja hizo una mueca, asintiendo como si quisiera darle a entender que sabía perfectamente a qué se refería.

—Debe ser una pócima de bloqueo —comentó alejándose un poco para buscar entre los bolsillos de su uniforme por algo que pudiera ayudar al príncipe—. Alexander tiene la costumbre de lanzar esos hechizos cuando hay problemas y no quiere que lo ayudes —añadió con un tono molesto, sacando un par de pequeños frascos y observándolos un momento—. Lo siento, pero no tengo nada que pueda ayudarte aquí, al menos no de modo correcto —se disculpó tras unos segundos, antes de caer en cuenta de una cosa—. Por cierto, ¿quién se supone que eres? ¿Un miembro de la armada que aún no conozco?

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora