Capítulo 16: Heridas y acuerdos

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Cuando aparecieron al otro lado del portal, directo en la enfermería del palacio, un par de brazos se enredaron alrededor de Mirsha.

—¡Niño tonto, me tenías tan preocupada! —exclamó la mujer.

—Estoy bien, Philippa —replicó el muchacho, respondiendo al abrazo. La mujer soltó a Mirsha y miró a los hermanos.

—¿Alguno necesita atención? —les preguntó al verlos de pie.

Toda la enfermería era un caos de actividad: estaba llena de Sanadores trabajando y corriendo de un lado a otro, atendiendo a los recién llegados. Cuando ambos negaron con la cabeza, Mirsha les hizo una seña.

—Vayamos ahora con el rey —les dijo.

A ninguno de los hermanos les pasó desapercibido que Mirsha siempre se dirigía a su padre como el rey o por su nombre de pila. Mirsha le murmuró algo a Philippa, que fue de inmediato hacia las camillas de Dante y Lilineth, para después dar media vuelta y salir por la puerta, seguido de cerca por los dos hermanos.

El rey hablaba con alguien cuando los tres muchachos llegaron a la sala de audiencias. Mirsha estaba seguro de que reconocería esa voz en cualquier sitio. Abrió la puerta y, sin esperar permiso de entrar, penetró en la sala.

El rey se interrumpió al verle entrar y una expresión de alivio se hizo presente en su rostro.

—Estás vivo —dijo, como si elevara una plegaria.

—Soy difícil de matar —respondió encogiéndose de hombros. Él lo sabe mejor que nadie, ¿no es así, Liam?

El muchacho que hablaba con el rey se dio media vuelta para encararlo.

—Hola, enano —lo saludó.

¿Enano? ¿Por qué todos se empeñan en llamarme enano? —masculló.

—Tal vez porque eres bajito —sugirió Sebastian con una pincelada de humor en la voz.

—¿Bajito? —se quejó—. ¡Mido uno setenta y ocho!

—Eso es ser bajito— le respondieron los hermanos a la vez.

El muchacho ignoró a todos y se dirigió directamente a su padre:

—A Alexander y Sebastian les gustaría hablar contigo, Darius. Si es posible, también con alguno de los estrategas del ejército. Han secuestrado a un miembro de la armada, y pensé que podrían sugerirles alguna estrategia, o darles alguna ayuda para rescatarla.

Los hermanos se miraron el uno al otro con una sonrisa ante la actitud del príncipe y avanzaron hacia el rey haciendo una reverencia.

—Gracias por todo el apoyo que nos ha brindado, majestad —dijo Alexander.

—Lamentamos causar inconvenientes a su reino —completo Sebastian

—No son inconvenientes —declaró el rey—. Si quieren hablar puedo esperarlos en el ala este de la biblioteca del castillo dentro de una hora. Convocaré a los generales para que pregunten lo que crean conveniente.

—¿En qué andas metido ahora, Mirchis? —preguntó Liam con media sonrisa de burla, acercándose al príncipe.

—Ya te dije que odio que me llames así —replicó él—. Son de un país en guerra —explicó—. Por alguna razón el Cetro está involucrado con una reliquia de la historia de su reino, y me temo que no es nada sencillo.

»¿Serías feliz si te dijera que fui apuñalado allá? —preguntó en voz baja, para que su padre no escuchara. Pero el rey estaba por completo atentoa la conversación con los hermanos.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoWhere stories live. Discover now