Capítulo 2: El príncipe y la armada

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Mirsha estaba acuclillado cuando volvió a su forma humana, así que se levantó lentamente y observó el bosque que lo rodeaba.

Debido a que el espesor de los de los árboles impedía el paso de la luz de las lunas, sus ojos, incluso ayudados por la magia Animalia, tenían algunas dificultades para enfocar los objetos a su alrededor. Trató de orientarse, seguro de que el puerto quedaba a sus espaldas, pero dejó de hacerlo al darse cuenta de que no sabía nada de ese lugar; no tenía ningún otro punto de referencia, así que finalmente optó por caminar, tomando siempre consciencia de la ubicación del puerto en caso de que surgiera la necesidad de volver.

Caminó sin rumbo por varias horas hasta que sintió hambre. No quería encender luces en caso de que no muy lejos se encontrará una visita que pudiera no ser agradable, pero decidió iluminarse levemente con la luz del Cetro para buscar alguna planta comestible. A pesar de que casi no reconoció nada de la vegetación que lo rodeaba, encontró unas cuantas raíces que le quitarían el hambre hasta la mañana del día siguiente.

Cuando el sol salió, el bosque pareció transformarse. Las advertencias sobre el peligro que Annette y su propia imaginación le habían dado quedaron escondidas en el fondo de su mente mientras miraba el paisaje: el lugar le hacía recordar las ilustraciones de esos libros donde se hablaba de místicos bosques donde el tiempo parecía detenerse indefinidamente; los árboles se elevaban y extendían hasta perderse en el horizonte, la vegetación era basta pero pequeña, y no estorbaba a su paso. No había un sólo camino marcado, pero el suelo era húmedo y extrañamente suave al caminar.

El príncipe siguió andando por varios minutos, buscando señales de vida, hasta que tres hombres aparecieron caminando tranquilamente. El muchacho se escondió a la sombra de los árboles y los observó: uno de ellos, el de menor estatura, jugaba con una daga, lanzándola al aire y atrapándola de nuevo.

—Supongo que pudo haber ido peor, ¿no? —lo escuchó preguntar a los otros, quienes por un instante no respondieron.

—Sabes que pudo haberlo hecho y de muchas formas. Fue bueno contar con el apoyo de Karalyn para esto —respondió por fin el más alto de los tres.

—Y si eso no basta, ya lo dije antes: Urso puede encargarse que cualquier orden de juicio no salga de la sede norte. No debes preocuparte de más, Seb —añadió el último, mirando a su compañero.

—Creo que si me lo preguntas, hemos conseguido que las cosas salgan bastante bien, dejando de lado que la gema parece haber desaparecido del mapa por completo... —respondió el muchacho al que habían llamado Seb mientras los tres se perdían en el bosque.

—Bueno, pero hay que reconocer que no podíamos hacer nada para recuperarla, es bueno que en el palacio lo hayan entendido —se oyó a lo lejos la voz del primer muchacho, quien sonaba ligeramente aliviado.

Mirsha los siguió despacio, preguntándose si serían los soldados de los que Annette le había hablado. Parecían guerreros a toda regla: vestidos con un uniforme oscuro y botas de combate. Uno de ellos llevaba una lanza en una funda, el que había jugado con la daga portaba también dos espadas cortas en su cinturón y el último llevaba a la espalda la funda de una enorme espada.

Trató de alcanzarlos, pero pronto los perdió de vista.

Y eso no fue todo: al poco tiempo descubrió que se había desorientado también. Trató de escuchar sus voces o sus pasos, pero el bosque se había quedado repentinamente silencioso.

Los muchachos habían desaparecido no muy lejos de un conjunto de árboles con flores lilas. Mirsha contempló las flores: eran extrañas, nunca había visto esa clase de árboles y comenzó a caminar hacia ellos, dispuesto a analizarlas, cuando un ruido lo hizo detenerse.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoWhere stories live. Discover now