Capítulo 13: El príncipe y los piratas

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—Si Sebastian no puede ayudar ahora no sé qué podríamos hacer —dijo Lilineth una vez salieron de la torre de los magos.

Parecía que Alexander, Sebastian y Slifera estaban demasiado ocupados en ese momento para atenderlos, cosa que no hizo sino causarle sospechas a Mirsha.

—Dan ya lleva demasiado tiempo sin dormir... necesitamos hacer algo —siguió la muchacha pensativa.

—Tal vez yo pueda ayudarlo —dijo Mirsha sin sonar convencido—. Aunque ya lo dije... En serio creo que se limita a tolerarme, Lilineth. Si no me deja ayudar...

—Al menos inténtalo —pidió la chica, casi rogándole—. Dan es difícil, pero no es mala persona. Si te ha dado a ti el colmillo entonces va a escucharte —aseguró—. Yo tengo que ir a preparar las cosas para el viaje así que al menos inténtalo. Si no te recibe no hay nada que podamos hacer, pero por lo menos ve a buscarlo.

Mirsha dejó salir un suspiro que delataba su exasperación, pero terminó por asentir.

—En tu conciencia quedará si no sobrevivo a esto o si regreso con un cuchillo atravesado en mi cráneo —amenazó con media sonrisa, despidiéndose con la mano y separándose de la muchacha para ir a buscar a Dante.

La muchacha le ofreció una sonrisa de disculpa, despidiéndose también de él antes de ir a preparar sus cosas.

Mirsha se tomó su tiempo para recorrer la armada, no queriendo llegar a la habitación del asesino. Pero sin importar qué tan lento caminó, en un par de minutos se encontró frente del muchacho, la cual, para su sorpresa, estaba entreabierta.

Llamó por mera cortesía, pero abrió la puerta un poco, buscando poder ver el interior.

—¿Dante? —llamó en voz baja.

No obtuvo respuesta a su pregunta, pero vio enseguida al muchacho recostado en su cama con la vista clavada en el techo, como si estuviera escuchando algo con mucha atención.

—Oye, ¿estás bien? —llamó de nuevo.

Por fin Dante se giró para verlo y una extraña sonrisa se le formó en los labios.

—Hey, un gatito —dijo el muchacho arrastrando la voz.

Por alguna razón que no pudo explicar, Mirsha sintió un escalofrío bajándole por la espalda.

Se mordió los labios, pero finalmente optó por entrar, sentándose a un lado del muchacho.

—¿Qué te pasó, Dante? —preguntó, observándolo con cuidado.

—Quería dormir, pero no se pudo —explicó con sinceridad, sin cambiar ese tono extraño en su voz—. Pero ya me siento mejor... menos pesado. Entrenar ayuda, pero no ayuda suficiente.

El príncipe detectó un curioso aroma y, al ver el frasquito en la mano del muchacho, comenzó a atar cabos. No sabía qué era lo que el asesino había ingerido, pero supuso que era lo que lo tenía así ahora.

Intentó hacer que su voz fuera suave cuando volvió a preguntar.

—¿Por qué no puedes dormir, Dan?

—¿Te acuerdas de lo que dijiste ese día en el castillo? ¿Que dije que era demasiado jodido? —preguntó el asesino—. La verdad es que si sé cómo es, y es malo —añadió con una mueca—. Me gustaría no tener que dormir.

—¿Sobre qué son tus pesadillas, Dante?

Mirsha no pudo sino sentir una inmensa lástima. Lo comprendía. Comprendía aquello perfectamente.

El muchacho dejó salir una pequeña risa sin humor.

—De todas las cosas que he hecho mal —respondió mirando de nuevo al techo—. Si recuerdas dos vidas, entonces hay más cosas malas por recordar.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora