Él y Ella

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Marco no podía despegar los ojos de Sofía, y aunque pudiera no iba a hacerlo, aunque su vida, su absurda vida dependiera de eso, ¿cuándo esa voz tan dulce, reconfortante y sedante se había metido en el cuerpo de aquella fiera?. Sofía nunca más volvería a ser esa niña tímida a la que tanto detestaba, cada paso dejaba tras de sí un fragmento de lo que alguna vez fue y ya no volvería a ser jamás.

El miedo recorrió el cuerpo de Marco, en sólo un segundo se había convertido en una presa fácil, era sólo un esclavo de aquellos ojos rojos y temerarios. A pesar de que aquel movimiento y contorneo felino de Sofía lo hacía presagiar su destino, Marco no podía imaginar una ventura mejor, una condena más placentera y adictiva. ¿Podía alguien volverse tan patético?, pensó Marco por un instante.

Marco tenía la certeza de que sufriría, sabía que dolería tanto como para matarlo, sabía también que dejaría atrás lo único que le quedaba de sí mismo, y aun conociendo ese futuro había algo dentro de él que lo empujaba a desear más y más, que lo sometía a no dejar de mirar esos ojos, esa boca y contemplar la extasiante ferocidad de su ser. Comprendía con dolorosa exactitud que se perdería en ella; que la amaría más que a nadie, que no tendría la fuerza ni las ganas de luchar contra aquello, sabía que le estaba dando justo en ese preciso instante gran parte de su existencia, parte que ella podía llevar a la gloria o destruir brutalmente.


Para Marco el trato parecía justo, eso lo hacía un completo tonto, pero nunca había sido mejor que eso, pensó resignado. Debía decirse algo para seguir viviendo con tranquilidad.


Sofía estaba frente a él, podía sentir cada centímetro que recorría su sangre en el cuerpo, podía casi oír los ecos que retumbaban del latido de su corazón, ya que cada sentido estaba desplegado, sensible, dolorosamente alerta a cada estímulo.

El pecho de Sofía se movía ampliamente agitado, ya que había prácticamente corrido hasta allí. Marco vio como una delgada gota de sudor se deslizaba suavemente por el cuello de Sofía, ésta brillaba como rocío, lucia tan deliciosa que podía arder en sus labios la idea de tocarla con ellos. La gloriosa gota se adentraba lenta y tortuosamente en el escote de Sofía, jamás alguien en el mundo había deseado tan fuerte ser sudor como él en ese bendito instante; su imaginación lo llevaba al pecado, su vista al paraíso. Marco tragó lentamente el ardor de su vigorosidad, este se sintió doloroso por oprimir la garganta, al hacer presión en su cuello.

Marco avanzó un paso que lo acercó a Sofía, no lo pensó, realmente ni siquiera podía hacerlo, sólo lo hizo. Este trajo consigo todo un sinfín de sensaciones extasiantes, estaba tan cerca de ella que podía sentir su aroma, podía escuchas las vibraciones de su cuerpo, ¿ cómo alguien podía respirar tan hermosamente?, pensó acalorado.

Deseaba con todas las fuerzas de su alma robarle la respiración de los labios, deseaba tragar su aliento y deleitarse con el dulce sabor que prometía su lengua. Era un tonto y no podía dejar de pensarlo, su mente volaba tan rápido que lo dejaba atrás.

Marco era incapaz de moverse más de lo que ya lo había hecho, su cuerpo no sabía cómo hacerlo, ya que nunca había besado a alguien, nunca había estado tan cerca de una mujer. Esta verdad ardía furiosamente en su cabeza y lo estaba volviendo loco.


Sofía podía sentir, casi oír los deseos de Marco, sus pupilas estaban inundadas con tal espectáculo y era brutalmente excitante sentir como él la miraba; cada parte de su cuello ardía en llamas al ser recorrida por los ojos profundos y penetrantes de aquel deseoso joven.

Sofía sintió resbalar una gota de sudor en su escote, esta podría haberse evaporado fácilmente con el ardor en su pecho, sin embargo bajó fría y sensual al ser seguida por los ojos y pasiones de Marco. El pecho de Sofía inhalo amplio y profundo sólo para dar camino libre a la mirada prisionera que llevaba aquella gota. Las intenciones de la fiera carmesí bailaban en deseos de mostrarle más, quería que él lo viera todo.
El cuerpo de Marco estaba tan cerca de ella, que podría haber muerto de placer con la fragancia de su cuerpo, el perfume de su pecho era embriagador y cautivante hasta la locura, mientras que Sofía podía sentir todo el calor de la proximidad lo que la derretía de libido.

Sofía nunca en la vida se había sentido tan pequeña, junto a él se veía como una niña, él era tan alto y amplio como para darle sombra, como para protegerla de cualquier tempestad, y en su pecho había existido desde siempre, un espacio perfecto para que su cabeza pudiera descansar cálidamente. Todo en Marco era tentador, su varonil cuello, lo blanco de su piel, lo triste de su rostro; absolutamente todo causaba en Sofía pasión tal, que al encenderse amenazaba el deseo de arrebatarle sin piedad y de la forma más violenta, toda la inocencia que él poseía.


Los labios de Sofía dolían de tanto ardor, mientras que la respiración de Marco se escucha feroz y acelerada. El movimiento de sus ojos profundos prometía algo, puesto que no dejaban de mirar sus labios.

Las piernas de Sofía trataban inútilmente de estirarse, ella necesita alcanzar su boca, rozar su nariz con la de él, compartir el oxígeno en un último respiro de pasión. Guiada por estos deseos comenzó lentamente a despegar los talones del suelo, cada centímetro más cerca de sus labios hacían latir más fuerte su corazón.

El tiempo se detuvo para el favor de ambos, ya no existía nada más en este mundo u otro, si no se besaban morirían, si no se tocan tenían la impresión de volverse cenizas en el viento y desaparecer.
A centímetros del paraíso, es pecaminosa la distancia entre sus labios, vedada la forma en que impactan los ojos de ambos y doloroso cada respiro.
Sofía separa sus labios por instinto, jamás ha besado a alguien, pero su cuerpo intuye la forma. Se siente torpe, frágil, acalorada; sus mejillas arden, su cabeza da vueltas sin parar, ya que no sabe que esperar. En los ojos de Marco ya no hay nada, nada que ella pueda leer, sólo el reflejo de sus propios temores.


Marco siente dentro de sí una feroz batalla entre sus deseos he inseguridades, quiere besarla; ¡necesita hacerlo!, pero no está seguro de cómo... ¿ella lo desea también?, ¿Su imaginación le está jugando una broma? ... él no cree merecerlo, él sabe no merecerlo...¿ por qué no es más valiente, para sólo hacerlo ?,¿por qué no es normal aunque sea sólo una vez en la vida?, piensa enfurecido al borde de las lágrimas no encontrando respuestas que alivien su estado.


Marco miró el piso, apartando los ojos de Sofía y sintiendo como el arrepintiendo cae sobre él con todo el peso aplastante, destructor de la vergüenza y la decepción.


El mágico momento pasó y como ambos sabían, al no besarse se volvieron cenizas en el viento y desaparecieron con la luz del sol...

bT-!

\ Siguiente capitulo \
Él, tristeza, decisión ...

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