Polvo de Galaxia

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Durante solo el par de distantes parpadeos de una pequeña estrella y el suspiro melancólico de una brisa nocturna, la vida de Margarita se había vuelto realmente hermosa, durante los preciados y hermosos segundos apenas pasados, había podido ser más feliz que en toda su vida hasta ahora, ella anhelaba poder jamás olvidar esos fragmentos de tiempo y congelarlos en sus memoria para siempre, como el tesoro más valioso de su vida.
De pronto el tiempo se sintió menospreciado, ya que existían en este mundo tres almas que justo en ese preciso instante, suplicaban al cielo que este detuviera su marcha, cesara su peregrinaje y los bendijera con una burbuja sin segundos, minutos u cualquier otro rastro de tiempo, que envejeciera la felicidad, amor y dulces sensaciones que florecían en el amanecer de sus corazones.
Para Margarita era bien sabido que nada duraba para siempre, esta fantasía había sido arrebatada de su vida una y otra vez de la forma más cruel por la mala fortuna y jugarretas del destino, la realidad había sido así aprendida duramente y al fin aceptada a corta e inocente edad. Estas cicatrices la habían ayudado a formar el inquebrantable coraje que caracterizaba su fortaleza y habían hecho de ella, una preciosa joya, que pese a la tristeza de la realidad, una y otra vez insistía persistentemente en seguir adelante con la ilusión de un romántico propósito como causa de su mala fortuna.
El final de tan bellas notas de tiempo, lapsus idílico, mil veces soñado, en donde todo era perfecto, ya que solo dos almas existían en este mundo, había llegado a su fin. Justo en el preciso instante en que un pensamiento atravesó la mente de Margarita de forma despiadada, disipando todas la nubes rosas, aves míticas, burbujas de colores y mariposas de seda que danzaban en su cabeza, las cuales huyeron despavoridos por la furia y violencia de semejante pensamiento; debía devolver lo que había tomado sin permiso, la grulla de papel, bendita y hermosa figura de origami que había provocado todo esta maravillosa situación.
Este pensamiento tardo insignificante tiempo en recorrer como alerta cada célula de su cuerpo desatando los movimientos desesperados de sus manos, en busca de la preciada pieza de arte, escondida, amorosamente guardada en algún lugar entre sus ropas.
Gabriel, veía como la idea que se había hecho de Margarita se reafirmaba segundo a segundo y una vez más sufría la desventura de ser peón en la ruleta de probabilidades extrañas, inesperadas e inciertas de la pequeña Ada y su mundo de desconcierto. Margarita al fin logró encontrar, entre la agitada excitación de su arranque de movimientos la hermosa pieza de papel, la cual cobijo tierna y tristemente entre sus pálidas y frías manos, estas inconscientemente hicieron de sus dedos una celda para que la pequeña gruña no emprendiera el vuelo lejos del cual había sido su hogar y consuelo. Sus manos dolían al saber que tendría que soltarla, dejarla libre y despedirse de ella. Su piel ya había hecho de la figura parte de su cuerpo, esta había al fin concluido la obra de dios en su anatomía, dotándola de las alas que siempre debió tener, el significado artístico y romántico de su existencia y un color carmesí cálido, tal cual era su alma.
Margarita con el dolor más profundo en su corazón extendió lentamente las manos, ofreciendo tristemente la figura a su creador, despidiendo valientemente sus deseos de protegerla, apartando la vista. Gabriel observo la grulla cobijada tibiamente en el nido de sus manos, esta se veía triste, patética al no haber cumplido su propósito, apenada por haber encontrado en Margarita un nuevo hogar. Sus ojos captaron en detalle la expresión del rostro de la mítica niña, el abanico de expresiones que ofrecía su rostro, sorprendió nuevamente a Gabriel, no podía leer en ella sus pensamientos, ya que no existía la forma de hacerlo, estos eran tan claros, puros, visibles y explícitos que parecían una trampa. Gabriel envidio en ese segundo a Margarita por poseer el valor de enfrentar al mundo sin miedo a sí misma, ni a nadie.
-Perdón... era tan bella que no tuve el corazón para dejarla sola sin destino- dijo Margarita avergonzada, apenas uniendo las palabras para dar sentido a su impulsivo actuar.
-Me alegro que la hayas rescatado entonces- respondió Gabriel, cálidamente conmovido por la inocente confesión. Una sonrisa ligera se escapó de sus labios al ver la felicidad proyectada en ese par de ojos dorados, junto a cierto sentimiento de masculinidad y gallardía, que de la nada lo hizo enderezar su postura.
-Me llamo Gabriel, pero todos me dicen "Gabi", tú también puedes hacerlo- con su habitual amable sonrisa.
-Me llamo Margarita- musitó apenas, ensordecida por los latidos de su corazón, que bombeaba salvajemente de sólo pensar en la idea, de que eso no era sólo un bello sueño.
El control volvía lentamente a las manos de Gabriel, quien poco a poco dejaba en el olvido la sensación de volverse absurdo entre ruborizadas sensaciones y el incómodo desconcierto.
Gabriel ayudó a Margarita a incorporarse, sosteniendo sus manos frías, que combinaban a la perfección con la sensación invernal que provocaba la dulce niña. Ambos caminaron uno al lado del otro por el solitario pasillo, decorado con la penumbra, recuerdos de un día apenas concluido y el palpitante sonido del silencio. Solo los pensamientos acompañaron la caminata, Gabriel no podía dejar de ahogar su cerebro con el repaso de su encuentro con aquella chica, mientras miraba por el rabillo del ojo lo pequeño que era su cuerpo, escondido tras un manto de blanca cabellera. Gabriel sonrió al asimilar al fin lo extraño de su ser, la similitud poética con una flor entre la nieve y el humor escondido en su semejanza con la flor de su nombre, la sensación mágica de su existencia y el temor que le causaba lo cristalino, puro y dorado de su mirada.
Margarita caminaba sin prestar atención por donde iba, su completa existencia estaba concentrada en contener la felicidad que amenazaba con hacerla explotar, caminaba con la vista clavada en la grulla que llevaba amorosamente entre sus manos, esta de pronto se había vuelto del más fino oro, decorada con polvo de galaxia e incrustaciones de diamante y toda clase de piedras preciosas. Es así como la fragilidad de su ser se hizo evidente, hecho que no pasó inadvertido para Gabriel, quien observaba curioso y expectante la interminable danza de desaciertos que provocaba el descuido espontáneo del Ada. Provocando que este estuviera pendiente de su integridad física, evitando que la pequeña flor tropezara, chocara con la pared, cayera por las escaleras y un sin fin de probables accidentes. Es así como de forma inexplicablemente cómica, Gabriel acabó caminando a casa junto a Margarita, dirigiendo la dirección de sus pasos a través de pequeños movimientos que él realizaba desde el agarre, particularmente extraño, de su pequeña cabeza, la cual cabía a la perfección entre sus largos y delgados dedos.
La luna los observaba sonriente, dirigiendo hacia ellos plateados reflejos de luz, que los acariciaba tiernamente camino a su destino, las estrellas jugaban divertidas entre las sombras de la noche, cantando a coro una dulce canción orquestada por la penumbra, a la que se unían grillos, nubes, suspiros nocturnos, las notas del calor que emerge desde la tierra y el eco de las hojas que caen a su muerte. Cada paso era toda una aventura a los ojos de Gabriel, quien se había vuelto ambicioso por conocer lo que ocultaba el incierto misterio de la lista sin fin de locas probabilidades que guardaba Margarita, observarla era todo un deleite para su cerebro, se sentía al igual que un antropólogo frente a una civilización perdida e inexplorada. Sus labios insistían, sin respeto por su imagen sofisticada y en perfecto control, en dejar escapar pequeñas muecas, como evidencia del trabajo que le costaba ocultar su sonrisa.
De pronto todo fue silencio, y lo que había sido perfecto ya no lo fue jamás. La luna, las estrellas, hojas, grillos, nubes y toda su música enmudecieron frente a la jugada del destino.
Sofía, quien caminaba con la tristeza a cuestas, reflejado esto en lo lento y pesado de sus pasos, pasaba justo por al frente de sus miradas, interrumpiendo el momento exacto en donde Gabriel al fin dejaría fluir libre las ganas de sus labios de convertirse en sonrisa, y segundo exacto en donde él estaría a punto de observar a Margarita y pensar en lo hermosa que esta se veía convertida en plata gracias a la luz de la luna.
Estas desventuradas situaciones no tocaron la existencia, murieron en las ganas de ser, anochecieron junto a todo lo que nuca fue y se lamentaron por el "casi" que les robo la oportunidad de respirar un "quizás"...

La InocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora