Ojos Verdes

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Pasos lentos marcaban el ritmo de aquel recorrido hacia el salón de clases, esto era prácticamente lo único que evidenciaba la derrota y hacía obvia, a un ojo experto, la tristeza que pesaba en quien los daba, respiración profunda y calmada dejaban ver el sorprendente auto control de esos misteriosos ojos verdes, sus manos ocupadas con papel en la creación y expresión de su pesar, a través del origami, engañaban a cualquiera con la errónea impresión de concentración, no así la más profunda de las depresiones, como era la realidad. El arte del engaño había sido su más maravilloso talento en la vida, y el más grande don que le había obsequiado la naturaleza, su propia naturaleza, ya que la sonrisa que siempre traiga consigo, era la más valiosa, útil y peligrosa arma que poseía, esta había sido la llave para conseguir todo lo que tenía y más para nunca perderlo , todo en él era una obra maestra, resultado de años de ensayo y error, y sobre todo resultado de unas ansias de perfección y hambre de aceptación, capaz de llevarlo a extremos. El fracaso no le sentaba bien, él no sabía cómo lidiar con la frustración de la derrota, ya que jamás la había experimentado antes, todo lo que había querido lo había conseguido, y nadie en este mundo podía atribuirse el mérito de haberle regalado algo, dado que él nunca limitaba sus esfuerzos para conseguir lo que deseaba, por muy difícil que esto fuera, siempre el éxito estaba garantizado. El amor y respeto de todo el que lo conocía o no, siempre lo rodeaba, esto podía resultar extraño e inusual, ya que estos no son los típicos sentimientos que inspira en las personas aquellos que lo tienen todo, pero era justo en este punto en donde brillaban los talentos que esos verdes ojos poseían, su noble sonrisa valía una fortuna. Él era una obra maestra desde los pies a la cabeza, y aún más su perfecto carácter, él nunca estaba de mal humor, siempre tenía un comportamiento tan educado, noble, gentil y adorable que con frecuencia era puesto como ejemplo, no solo por los padres a sus hijos, sino también por estos mismos entre ellos, decir que absolutamente todos lo querían y admiraban parecía exagerado y poco realista, así podría ser tratándose de cualquier otro, pero nunca tratándose de Gabriel.
Gabriel lo tenía todo y lo merecía todo, pero esto no afectaba de mala manera su forma de ser, ya que este no era arrogante ni soberbio, todo lo contrario , era una persona muy humilde con sus victorias, siempre dispuesto a ayudar al resto en una posición que no se le mal interpretara como ególatra o todo poderoso, poseía una personalidad tan amistosa, fresca y radiante, que realmente no existía forma alguna de hallarle error, él por supuesto era siempre el blanco y objetivo de todo el amor adolescente de las chicas que lo conocían, veían o siquiera sabían de él, pero esto no lo volvía un casanova o un conquistador despiadado, como le sugerían a menudo sus pares masculinos, ya que él era tanto, que todas parecían saber no merecerlo, y así de forma implícita todas las mujeres que lo deseaban eran parte de un grupo secreto, mudo, invisible, que lo amaban a la distancia, sin ambicionar tenerlo, siquiera intentar conquistarlo, ya que aunque nadie lo dijera de forma directa, todas sabían el acuerdo que había respecto a "Gabi", él era de todas. Gabi nunca estaba solo, siempre estaba rodeado de gente, y todos parecían siempre muy felices de tenerlo cerca, él era siempre amable, simpático, carismático, el centro de toda reunión y el alma de la fiesta, cuando él llegaba, rápidamente el lugar se llenaba de risas junto a un ambiente ameno, todo en él rebosaba de brillo y luz, poseía un rostro tan agradable y dulce, que era imposible enojarse con él, no quererlo e incluso hablarle sin una sonrisa en los labios, sus almendrados ojos verdes eran el foco de toda conversación en la que se citara la belleza, cabello liso, dócil y castaño, que con frecuencia excedía un poco el largo permitido, pero que nadie se atrevía a hacerlo cortar, esto parecía un pecado, dado lo delicado de su apariencia y los reflejos dorados como la miel que resplandecían y deslumbraban, cada que el sol lo tocaba, largas y delgadas extremidades que le deban un aspecto elegante y sofisticado, Gabi no poseía una apariencia típica masculina, mucho menos ruda, él sobrepasaba todos esos calificativos, cualquier halagador cumplido que se le diera, ya que una sola frase era perfecta para describirlo, Gabriel era hermoso como un ángel.
Esto era lo que se podía decir de Gabi, entre muchas cosas más, todas buenas, sin excepción, cualquiera podía dar testimonio de lo perfecto que él era, todos menos él mismo. Gabriel siempre se sentía solo, no importaba cuanta gente estuviera a su alrededor, no importaba cuanto lo quisieran y admiraran, él siempre sentía un vacío dentro de su corazón, él era infeliz con la idea de ser un mentiroso, y aunque se esforzara no podía dejar de serlo, ya que temía que al decir la verdad sobre sí mismo, al no ser perfecto, nadie lo querría jamás. Gabriel con el paso de los años, en una larga y contante perseverancia por pulir sus cualidades, se había convertido en alguien "perfecto socialmente", siempre destacado en todo, calificaciones, deporte, inteligencia, belleza, etc. Poco a poco había abarcado cada área, con el fin desesperado de afecto, ya que no conocía otra forma de obtenerlo, pero esto tenía un precio que solo alguien como él sabía. Gabriel estaba frecuentemente cansado, en ocasiones la frustración lo amenazaba con derrumbarlo y empujarlo a la locura por la ansiedad, ya que nada era tan fácil como él lo hacía parecer, cada destacada calificación traía consigo largas jornadas de estudio, innumerables esfuerzos y sobre todo gran parte de su libertad, juventud y alegría de vivir.
Gabriel odiaba a "Gabi", ya que él lo consumía todo, lo apagaba lentamente y lo ahogaba en el anonimato, se sentía poseído por él y obligado a obedecerle a cambio de sentir menos temor, Gabriel se sabía solo, ya que nadie lo quería realmente, todos amaban el montaje de engaños que él mostraba a diarios, su brillante sonrisa, la alegría que lo caracterizaba, su tontos y forzados modales, sabía que si alguna vez se equivocaba o dejaba de ser perfecto nadie estaría ahí para él, nadie se quedaría a su lado para consolarlo. Por mucho que los años pasaran él nunca olvidaría lo vivido en lo más temprano de su infancia, los años que vivió en el orfanato antes de ser amado y adoptado por sus actuales padres, el abandono, rechazo, desconsuelo y maltrato experimentado, lo habían marcado para siempre. Su infancia había sido tan traumática que había dejado heridas profundas y aun sangrantes en él, tanto que durante muchos años, solo la idea de que de pronto sus padres cambiaran de parecer respecto a tenerlo, lo hacía temblar de dolor, inundar sus ojos en un llanto desesperado dispuesto a suplicar cuanto fuera necesario. Este temor se había hecho persistente y permanente en el tiempo, aunque luego de pasado varios años, sabía que sus padres no lo dejarían, había vivido tantos más con este, que se había hecho parte de su vida y se había arraigado tan fuerte en él como una costumbre, es por esto que el mismo habían hecho de si, la obra maestra que todos sin excepción adoraban, admiraban y respetaban en la actualidad, ya que nada se podía comparar con la felicidad en su corazón, al ver a su madre orgullosa por sus logros o la sonrisa de su padre al presumirlo, para él solo eso importaba, solo esto bastaba y era más que suficiente para soportar cualquier dolor por el sacrificio , cansancio o cualquier cosa que sufriera a causa de su propósito.
Esas simples sonrisas hacían que todo valiera la pena, ver reflejada en los rostros de esos maravillosos salvadores la felicidad, era lo único que él necesitaba para permitir a si mismo sentirse satisfecho y auto regalarse una sonrisa sincera. Gabriel pretendía con esto algún día, pode pagar la deuda inmensa que tenía con ellos, aunque estaba seguro que jamás tendría tiempo suficiente en esta vida para terminar de pagar todo lo que le habían dado y de todo lo que lo habían salvado, para su pesar Gabriel pensaba que nada era suficiente para demostrar todo el amor que les tenia y sobre todo lo inmensamente agradecido que estaba siempre y eternamente por haber sido elegido.
Gabriel dirigió sus pasos al salón de Sofía, se escabulló entre los pupitres, hasta llegar al vacío asiento de aquella pelirroja que lo había cambiado todo y dejó sobre el un presente hecho desde el fondo su corazón, ardiente de esperanzas y terco a darse por vencido, dejó sobre aquel pupitre una grulla carmesí de papel.
Durante muchos minutos este obsequio y el asiento de Sofía fueron blanco de todas las miradas y susurros esa tarde, con toda variada clase de sentimientos desde la envidia hasta la curiosidad y sobre todo la tristeza, pero nunca una comparada con la de unos tímidos par de ojos amarillos, que a la distancia trataban de disimular una lágrima.

La InocenciaWhere stories live. Discover now