Lágrimas

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La luz de la tarde abandonaba lentamente lo cobrizo de su color en el ocaso , esta despedía melancólica el final de aquel día prometedor y daba paso a estrellas taciturnas ansiosas por ser protagonistas de la noche, pasos lentos acompañados de suspiros escoltaban a Margarita en su camino al salón, el ambiente se hacía frío acorde avanzaba el tiempo y sus pasos se aceleraban cuesta arriba en la escalera, mientras el edificio se llenaba de la soledad del final del día, Margarita pasó por enfrente del salón de Sofía , mirando disimuladamente hacia su interior, en busca de volverse patética de la tristeza al ver lo hermosa y radiante que ella era, pero esto no sucedió , el salón se encontraba vacío, salvo por la presencia casi imperceptible, por lo humilde de su naturaleza, de una grulla carmesí de origami aun solitaria en el escritorio de Sofía, sin destino más que una misión frustrada por la mala fortuna . Margarita la miró fijamente por largos segundos sintiendo piedad por ella, si la ignoraba esta podía perderse o ser desechada, ya que fuera del sentimiento tan bello con la que había sido confeccionada, no era más que papel para personas que ignoraran lo noble de su creación. Margarita pensó en la razón de por qué la grulla seguía estando en el mismo lugar en donde Gabriel la había dejado empezando el día, las alternativas solo eran dos, pero estas eran tan opuestas que pensarlas hacían que el enorme corazón de Margarita doliera al oprimirse, tal vez Sofía había ignorado el regalo o puede que esta no lo haya visto. La soledad de aquel hermoso origami la lleno de compasión, ya que vio reflejado en el sus sentimientos no correspondidos y sintió la soledad de este como la propia, algo tan frágil debía ser protegido, pensó fugazmente mientras sus manos cosquilleaban de deseos de cuidar, amar y amparar, el desprotegido y desolado pedazo de papel. Margarita caminó lentamente hacia aquel precioso arte, cada paso guardaba el temor de lo incorrecto, ya que ella sabía que su actuar y pensamientos en ese momento no la enorgullecerían jamás, Margarita tomo entre sus ambas manos la pequeña pieza de origami y sus ojos se nublaron de tristeza, a causa de los sentimientos de Gabriel ahí depositados y de lo incorrecto de sus intenciones. Margarita sentía esto como un robo, pero su mente se encargaba hábilmente de justificar su deseo, para así hacer caso a lo que su corazón pedía, esta pequeña grulla de papel sería lo más cerca que ella podría estar del amor de Gabriel y dada esta realidad, estaba dispuesta a pecar en contra del buen corazón y tan estricto código moral que la caracterizaba.
- Por favor perdóname... - dijo Margarita con una voz dulcemente melancólica, apretada en su garganta, mientras besaba tierna y delicadamente aquella pieza de papel.
Margarita se sintió la peor persona sobre la faz de la tierra al guardar la pieza de papel en su bolsillo, no había motivo en este mundo suficiente para justificar en su cabeza lo que estaba haciendo, ella solo se dejó llevar por un impulso incitado por un corazón repleto de doloroso amor. Una avalancha de culpabilidad y vergüenza la hirió sin piedad, mientras que un sentimiento nuevo la invadía ferozmente, obligándola a correr para alejase del lugar, su alma de pronto se llenó de desasosiego por el pesar de una mala acción, era la primera vez en la vida que Margarita hacia algo que no fuera noble y la culpa por esto, intimidaba con hacerla desaparecer cruelmente en la obscuridad , Margarita apretó muy fuerte los ojos y corrió tratando torpemente de librarse, dejando atrás ese tortuoso sentimiento, cuando de forma brusca y repentina impacta con alguien frente a ella. Margarita atacada por la vergüenza, dejó caer su pequeño cuerpo al piso a merced de la gravedad, pero unas gentiles manos la sostuvieron antes de que esta colisionara con el piso. Al momento del contacto Margarita abrió los ojos, sorprendida y confusa por la velocidad de lo ocurrido, buscó con la mirada el origen de tanta delicadeza y en un segundo eterno, radiante y enceguecedor sus ojos impactaron con el dulce rostro de Gabriel, quien la sostenía, con varonil firmeza desde los hombros. Margarita nunca antes había visto tan de cerca a Gabriel, pero había imaginado esto millones de veces antes. Inocentes dudas siempre habían ocupado su tiempo, ¿qué tan verdes serían sus ojos?, ¿qué tan pálida su piel? Y sobre todo ¿ cuan dulce era su aroma? , todas estas respuestas se le vinieron encima de forma caótica, nublando por completo toda su razón, su inteligencia se volvió miserable, al haber sido incapaz de siquiera poder acercarse a la verdad con su imaginación. Margarita habría querido caer por siempre sin nunca tocar el suelo, sin que nunca acabara el momento, para poder captar cada detalle de aquel hermoso ángel que la miraba preocupado. Ella nunca había estado del todo cuerda, al menos eso pensaba, un exceso de fantasía siempre sazonaba sus ideas e ilusiones, y hacia que su realidad fuera mucho más refrescante de lo que realmente era, y es por esta razón que no se sorprendió del todo, al verse agobiada por tanta belleza, los ojos de Gabriel para ella, lucían tan profundos como lagunas sagradas, su piel tan radiante como los destellos del rocío en un bosque encantado , y su aroma lo era todo, la cúlmine de lo sublime, tan dolorosamente magnético como para volverla loca de amor.
Gabriel sintió tener en sus manos una pequeña ave, el escaso peso de aquella pequeña niña, lo hacía dudar de su real existencia, todo había pasado de forma tan repentina y extraña, que se vio confundido por la inusual reacción de la pequeña hada que lo observaba sin pestañear, con los ojos más grandes que había visto en la vida. Lentos segundos pasaron volviendo incómodo el silencio e inmovilidad de la escena, aquella dulce niña seguía mirándolo fijamente, sin siquiera pestañear, apartar la vista o respirar, Gabriel con la amabilidad que lo caracterizaba, acercó su mano al rostro de margarita,
-¿Estas bien?- preguntó, despejando su rostro de toda aquella furiosa melena blanca que la cubría, en un dulce y gentil gesto. Aparto como hilos de seda, con delicadeza, el cabello de sus ojos, solo para descubrir grandes espejos radiantes y cristalinos, dorados como el oro y dulces como la miel, Gabriel se sintió de pronto en frente de una criatura mítica, ya que aquellos ojos, aquel rostro no podía ser real, nadie en este mundo podía ser tan frágil, delicado y mágico. Se dejó llevar por la naturalidad de su impresión y sin siquiera pensarlo, sonrío tan conmovido por lo que veía, que no pudo más que dejar escapar un sutil sonido que evidenciaba su grata sorpresa.
Margarita se sintió morir y revivir mil veces en un segundo, el sol que tanto la lastimaba con su poética lejanía la observaba, al fin la veía, este momento podría haber sido el más feliz en toda su existencia, salvo que de pronto fue golpeada en la espalda, por la razón de su desenfrenado escape, la culpa no dejo que ella pudiera disfrutar de ese momento, esta le recordó lo mala que había sido, al tomar algo que no le pertenecía y le restregó burlona en la cara una razón más para nunca merecer su amor, el dolor de una mala decisión la inundo hasta las lágrimas, desatando un llanto incontenible acompañado de incomprensibles balbuceos carentes de sentido.
- perdón... el sol....ella....soy mala....la grulla....una flor.... - balbuceaba ahogada por la tormenta de llanto que no la dejaba unir con cordura sus ideas.
Gabriel nunca se había sentido tan mal y desesperado en toda su vida, aquella hada no dejaba de llorar y llenarlo a él de toda clase de confusos sentimientos, dada su incapacidad para manejar estas situaciones, por falta de experiencia. Dolió tan fuerte en su pecho la desesperación de desconocer la razón de su llanto, que sin pensarlo y en un gesto espontáneo, hundió la pequeña cabeza de Margarita en lo más cálido de su pecho, fundiéndose juntos en un dulce abrazo, acompañado del brillo de la noche, el rubor repentino de sus mejillas y las incontenibles lágrimas de Margarita...

La InocenciaWhere stories live. Discover now