El vuelo

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La luz del día poco a poco se colaba por las pestañas de Sofía, luz que daba despedida a la larga noche, quien se llevaba consigo lamentaciones y suspiros, pero nunca el recuerdo, arrepentimiento y sombras de tristeza. Sofía abrió lentamente sus ojos para sentir de golpe la realidad que había dejado atrás en la compañía de Morfeo, realidad que oprimió su pecho de angustia y le hizo desear que los segundos marcharan feroces convertidos en horas, para el anhelado encuentro con Marco, con él y sus maravillosos ojos profundos teñidos de negro.

El alma le pedía a gritos desesperados el recuentro, necesitaba su sabor, sus oídos el eco de su aliento y el corazón la urgente necesidad de pedir perdón por dejarlo solo con sus tristeza, abrazarlo fuertemente y saber que todo estaba bien. La preocupación alargó los minutos, a pesar de toda suplica al dios del tiempo, este se burlaba de su desesperación y la torturaba con la inmovilidad del reloj.

Era tan ridículamente fácil para Sofía volverse loca de la preocupación, parte de su esencia declaraba la inclinación a la angustia, ¿Cómo alguien puede volverse tan importante de un segundo a otro?, ¿Cómo una persona que era nadie se convirtió en lo único en la tierra?...

El corazón de Sofía dolía hasta la locura, al no poder encontrar respuesta lógica a estas interrogantes, vivía la frecuente e innecesaria necesidad de dar dictamen a todo, de cuestionar todo, lo que desafortunadamente y lejos de ayudarla, por lo general hacia su vida más difícil, ya que a consecuencia de esto complicaba hasta la más mínima situación, con exceso de análisis y vueltas innecesarias. Esta ocasión no era la excepción y en general ninguna en la que Marco actuara como protagonista, ya que si bien para Sofía nunca fue fácil entender a la gente, se le hacía doblemente complicado entenderlo a él y al desborde, desorden de sentimientos que este provocan en su corazón.

Sofía sólo sabía simples cosas respecto a lo que sentía por Marco; sabía que anhelaba el encuentro, que dolían sus palabras y ausencia, que necesitaba protegerlo y a la vez ser frágil junto a él, que su vida tenía más resplandor a su lado y que se volvería cristalina y quebradiza al instante de asumir todo esto.

Gracia a Marco su vida se había vuelto más complicada, para alguien acostumbrada a no sentir, y cuya vida se basaba en intentar "quitarle al mundo el poder de herirla", no le era fácil abrir su corazón, expresar sus sentimientos y ofrecer un pedacito de sí misma a la vulnerabilidad del amor.

Las cosas no dejaban de ir mal, el ruego al tiempo se había vuelto estéril en sus labios, ya que la mala fortuna hacia burla a la desesperación angustiante de ver a Marco. Esperarlo en la banca, bajo el árbol que alguna vez atestiguó el amanecer de un romance pareció su único consuelo, pero esto, los segundos muertos y la vida misma fue en vano al no poder apaciguar el menester de su presencia. Fue así como la tristeza a la que tanto temía Sofía, se apodero lenta pero coléricamente de todo su ser, ya no era más la flameante pelirroja de pasión furiosa y orgullosa presencia, de aquella no quedaba más que pétalos descoloridos y marchitos a merced del viento.

Sofía en compañía de la soledad, la misma que en muchos ayeres había sido su única amiga, lamentaba su incertidumbre, trataba de tragar poco a poco la melancolía que ahogaba su aliento. El sol era el mismo, el árbol y aquella banca perdidos en el olvido también lo eran, pero todo aquello que alguna vez fue radiante en comitiva de Marco y su inocencia, ya no lo eran más. Mirar las sombras danzantes provocadas por las ramas en complicidad del viento, era el único consuelo que ella tenía, aquel árbol era el testigo y memorial de las primeras miradas, deseos y fragmentos de amor, ese escenario era lo único que le confirmaba la realidad de sus recuerdos.

El suelo era destino de cada mirada de aquellos ojos rojos, ya que alzar la vista parecía innecesario, absurdo, fue así como lo que primero que vio de la persona , la cual sería su alma gemela, confidente y mejor amiga, fueron un par de pequeños pies arqueados hacia dentro, que casi describían perfectamente la personalidad de quien estaba parada observándola.

Sofía al alzar la vista le pareció ver la poética representación visual de la bondad, ya que aquella niña, la cual le sonreía ampliamente, daba certeza de no haber hecho nunca nada malo a lo largo de su vida.

-Hola..-se coló vergonzosamente entre los labios pálidos de Margarita.

-Hola..-respondió desconcertada Sofía.

Aquel dialogo había sido por mucho lo más torpe que ambas habían hecho alguna vez, esto decía mucho dada la curiosa personalidad de Margarita.

Sofía clavó la vista en las manos de aquella niña, quien las extendía lejos de su cuerpo, casi como una reverencia.

-esto es tuyo-musitó apenas Margarita, quien no pudo disimular del todo la tristeza escondida en sus palabras, haciendo amarras invisibles que impidieran el vuelo de su querida grulla de papel.

La curiosidad de Sofía hizo que por lo menos durante un segundo dejara a un lado la angustia de su corazón, lo cual agradeció inconscientemente. Las manos de Margarita se abrieron lentamente dejando así en libertad a la pequeña ave de papel, quien triste con su partida volvía con su dueña original. La imagen de Margarita entregando aquella figura tal como si fuera el más preciado de los tesoros quedaría para siempre guardado en la memoria de Sofía.

-gracias- respondió torpemente Sofía, quien no entendía lo que sucedía, pero pese a esto sentía un cosquilleo leve en su corazón, muy parecido a lo que se siente cuando se abre en este un pequeño hueco a alguien especial.

Sentir al ave  de papel entre sus manos le dio abrigo, consuelo, y un sentimiento indescriptible para ella, ya que nunca lo había experimentado antes, Sofia se sintió menos sola en este mundo. Levanto rápidamente la cabeza, apartando la vista de la figura carmesí, para ver los ojos dorados de Margarita cristalinos y brillosos a causa de lágrimas obstinadas en salir, la expresión de aquella niña no pudo ser descifrada del todo por Sofía, quien no comprendía como una persona podía verse trágicamente desdichada y flameantemente feliz al mismo tiempo.

Sofía quiso decir algo, lo que fuera con tal de que Margarita abandonara la expresión de tristeza que se mezclaba con una sonrisa sincera, esto no sucedió, ya que interrumpida por las coloridas palabras de Margarita, Sofía fue atacada sin piedad por la dulzura de aquella Ada invernal, quien con determinación en ser feliz exclamó cálida y amorosamente:

-¡ahora somos amigas!-

La InocenciaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin