Capítulo 11. Espía.

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Cecilia

Mi hermana estaba loca. Estaba mal de la cabeza. De todas las cosas que hizo, esta era la más descabellada. ¿Qué le pasaba? ¡Abandonar a su hija así! ¿Acaso no tenía corazón? De hecho si lo tenía, pero muy guardado en el fondo. Esta vez se le había volado la cabeza. Estaba segura.

Marsha nunca fue una chica tranquila y normal. Nunca tuvo una vida normal para empezar. Nuestros padres eran políticos ricos y fallecieron en un viaje de negocios cuando yo tenía cinco años. Marsha tenía dieciséis y para entonces ya era una chica problemática. Se escapaba de casa y le daba muchos dolores de cabeza a mis padres. Una vez llegó tan fumada a casa que no podía mantenerse en pie. Y entonces fue cuando mis padres decidieron dejarme toda su herencia a mí y nada a ella. Era en forma de castigo claro. El único inconveniente es que no podría cobrar nada eso hasta cumplir los dieciocho años. Pero ellos no contaban con que en su próximo viaje de negocios el avión explotaría, morirían y nos dejarían a mí y a Marsha completamente pobres y en la calle.

Nuestra abuela nos acogió en su casa, pero ni de lejos tenía todo lo que nosotras teníamos antes. Su jubilación apenas alcanzaba para darnos de comer, menos alcanzaría para una mesada o ropa de marca como Marsha quería. Y entonces fue cuando nuestra abuela enfermó. Le diagnosticaron asma y sus medicamentos salían bastante caros sin tener obra social. Anduvimos apretadas durante un tiempo hasta que un día Marsha vino con un enorme fajo de dinero. Dijo que había conseguido un trabajo por las noches de camarera en un bar. Y le creí, tenía casi dieciocho años entonces y podía ser posible. Las cosas mejoraron, la abuela no hacía comentario de dónde sacaba Marsha tal o tal cosa, su ropa cara o esos aretes de perlas. Teníamos el pan de cada día, las facturas pagas y la abuela tenía su medicamento. Todo iba bien. Pero yo sabía que Marsha ocultaba algo.

En ese entonces yo tenía siete u ocho años. No importaba lo que dijera, era pequeña, debía concentrarme en los estudios o eso decían. Pero una vez, a los doce años, me quedé despierta mientras Marsha se iba a trabajar y la seguí. Así fue como descubrí lo que en realidad hacía. Trabajaba de mesera, claro. Pero a la vez hacía otra cosa. Vendía droga. De ahí sacaba tanto dinero. No podía creerlo. Corrí a mi casa y se lo conté a mi abuela. Y ella decidió hacer algo por el bien de Marsha. Así que ese día la esperamos cuando volvió de trabajar, la sentamos en la mesa y la abuela le soltó el sermón más grande de su vida.

—Dejarás ese trabajo, dejarás las drogas e irás a trabajar como corresponde aunque debas limpiar y fregar pisos. Viviremos como corresponde, con lo que nos alcanza. Y cuando Ceci cobre su herencia si quiere compartirte algo, lo hará y si no, no lo hará. Pero jamás volverás a las drogas para conseguir dinero. Trabajaras y te pagarás las cosas con tu sudor. ¿Me oíste? —Le dijo la abuela sin gritar, pero en un tono tan severo que sólo los mayores podían manejar.

Marsha no dejaba de mirarme, echándome toda la culpa a mí. Sus ojos parecían echar fuego. Pero sabía que había hecho lo correcto. La única persona a la que Marsha le haría caso era a mi abuela. Le tenía tanto respeto. Un respeto que nunca le había tenido a mis padres. Cuando ella dejaba de lado sus estudios para salir de fiesta mis padres no le quedaban otro remedio que ir y llamar a la abuela. La abuela le hablaba y Marsha se enderezaba un poco. O al menos un tiempo.

Sabía que Marsha no me tenía mucho afecto. Ella siempre decía que yo era la favorita de nuestros padres. Y cuando ellos me dejaron su herencia a mí, fue para peor. Yo sí la quería a ella. A pesar de todo, de ser tan conflictiva, la quería. Era mi hermana mayor y aunque sabía que me detestaba, creía que en el fondo, me quería.

Conseguir un trabajo de ama de llaves para gente con dinero debería ser de lo más normal. Pero era Marsha. Encontraba problemas siempre. Conquistó al señor de la casa, se quedó embarazada y todo para retenerlo a su lado, casarse y ser rica. ¡Por el amor de Dios! El hijo del padre mi sobrino o sobrina era apenas poco menor que ella. ¿En que estaba pensando? ¡Arruinó una familia!

Todo salió a la luz y ella se quedó sin trabajo. Pero sabía que él la mantendría y no se preocupó. No contaba con que su "noviecito" tuviera un accidente en dónde muriera y la dejara sin nada otra vez. Como pasó con nuestros padres. Si algo de herencia tenía, no era suya, sino de su hijo y vaya a saber si querría compartir algo con su hermana. Oh, sí, ya sabía que era niña.

Entonces mi hermana no supo qué hacer con esta situación en sus manos, se dijo que no quería ser madre y abandonó a la bebé en la casa de su difunto padre. Estaba completamente loca. Y yo como tía que era de esa criatura quería saber de ella. Sé muy bien que no tenemos dinero para mantenerla, un bebé trae muchos gastos, pero quería ser parte de su vida. Y mi abuela estaba de acuerdo con ello. Sabrina se llama mi sobrina. Igual que mi abuela. Que mi hermana le pusiera ese nombre me daba señales de cuanto respetaba a mi abuela.

Desapareció ese mismo día. Volvió a casa sin la pequeña, tomó sus cosas y se marchó. Así sin más. PUFF, se fue. No importa cuántas veces llamé a su celular, no atendió. Deduje que ya no usaba ese número y dejé de llamar. Y entonces comencé a averiguar, quería volver a ver a mi sobrina. Lia, así se llama la novia del hermano de mi sobrina. Acercarme a Zachariah no era una opción. Sabía que me odiaba, como odiaba a mi hermana. Una vez nos conocimos, cuando intenté frenar a Marsha de esta locura rompe familias, fue hasta la casa en dónde trabajaba y Zachariah me vio, por lo que sabe quién soy. No tengo chances de hablar con él. ¿Pero Lia? Ella no me conocía.

Parecía buena chica, por lo que supuse que aceptaría y me dejaría ver a mi sobrina. Costó, pero la convencí. Volví a ver a Sabrina y fue como si me volviera el alma al cuerpo. Es increíble el amor que se puede sentir por alguien tan pequeño. Y todo iba bien... perfectamente bien... ¡Hasta que mi hermana lo cagó otra vez! ¡Dios Santo! ¿No se puede mantener alejada de los problemas esta mujer? Cuando volvió a casa sosteniendo a Sabri, no podía creérmelo.

—¿Qué demonios Marsha? — le grité cuando entró por la puerta principal. Mi abuela no estaba, se había ido a su misa de la tarde así que no me preocupé por las malas palabras.

—Cállate — gruñó. —A penas si la logré dormirse. No paraba de llorar.

—Eso es porque no te conoce —escupí y se la arranqué de sus brazos. Y entonces comencé mi interrogatorio. —¿Qué haces con ella aquí? ¿Cómo se te ocurre abandonarla así para empezar? ¿Desaparecer sin dejar ninguna señal? ¡La abuela estaba muy preocupada por ti! ¿Dónde estuviste todo este tiempo? — No paraba de lanzarle preguntas sin recibir ni una respuesta. No dejaba de mesar a Sabri y mi ceño se profundizó cuando la vi agarrar dinero de la lata en dónde guardábamos la pensión de mi abuela. —¿Qué demonios haces? ¡No le robarás el dinero a la abuela!

—¡Maldición Cecilia cállate, cállate! ¡No quiero oírte más! Yo hago lo que quiero con mi hija y con mi vida. Si quiero desaparecer, desaparezco. Ahora dame a la niña, nos vamos — dijo con sus brazos extendidos hacia a mí. Acerqué a Sabri más a mi pecho, no se la daría.

—No te la llevarás de nuevo, Marsha. ¿Cómo la mantendrás? Ni siquiera sabes ser una madre.

Me lanzó una mirada furiosa a través de esos ojos avellanas que compartíamos. Éramos parecidas, pero a la vez no. Dio otro paso cerca de mí. —Dámela.

—¿Marsh? — dijo alguien desde la entrada. Sonaba como un hombre. — Tenemos que irnos.

—Dámela ahora, hermana — escuché el asco en la palabra. ¿Cómo podía ser ella mi hermana?

Se acercó más a mí y tironeó de la niña para sacármela de mis brazos y se la di, pero solo para no hacerle daño a Sabrina. Sonó una bocina fuera de la casa y Marsha corrió hacia la puerta. Y yo sólo pude quedarme allí, de pie, sin reaccionar. Hasta que me encontró la abuela, con su baja estatura y su andar lento llegó a mí y me tocó el hombro. Sólo entonces, caí en lo que había pasado, en lo mal que estaba mi hermana, en que se había vuelto a llevar a Sabri a Dios sabe dónde y me largué a llorar.

Me tendría que convertir en espía de nuevo. No tenía idea de dónde se encontraba mi hermana. Pero lo averiguaría. Tenía mis contactos y sabía cómo moverlos. No la dejaría que alejara a mi sobrina así de nuevo. Nunca más.

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¡Holaaa! Como ven, capítulo nuevo. Agradezcanme a mi inspiración. ¿Les gustó esta nueva narración? Espero que sí, aunque supongo que será la última jejeje. ¡Luego seguimos con Lia! 

Desde ya, los quiere, Vani


Dime que aún me amas.Where stories live. Discover now