Temblor de rosa

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Estaba oscureciendo, mi mirada preocupada viajaba de César a la pequeña selva salvaje por la que caminábamos, y viceversa.

-Estamos cerca Azucena - me informó César, quizás habiendo notado mi inquietud.

- No te perdonaré tan fácilmente.

- Solo era una broma, no seas tan infantil.

- Una que casi me mata- me quejé, muy resentida.

Pasó su brazo por mis hombros y se inclinó a mi altura, mirándome a los ojos, en penumbras, a pesar del fresco nocturno sentía un calor abrasivo ahí adonde él ponía su mano.

- Exagerada - me dijo. - Me perdonarás cuando te enseñe una cosa.

- Impresioname- lo reté - como haya dinero de por medio créeme que no lo harás.

- ¿si consigo que alucines, que me darás a cambio?

-Un beso...en la mejilla. - Me atreví a proponer.
César sonrió y me guiñó un ojo cuando dijo:

- En la boca.

Miré hacia otro lado, fijándome en cualquier hoja de cualquier árbol.
Ya nos habíamos besado antes, sus besos eran la mejor sensación del mundo, era el afrodisíaco natural perfecto. Pero eso era exactamente lo que temía, las relaciones sexuales me causaban pavor desde que mi tío intento violarme a los trece años, ahora estaba en la cárcel como se merecía, aún así compartir esa intimidad tan especial con alguien... Abandonar mi inocencia, sentirme ultrajada, me asustaba genuinamente.

No sabía si sería capaz, pero tampoco sentía deseos de comprobarlo, aunque cuando él me tocaba perdía la noción del tiempo y mis fundamentos pasaban a no tener sentido.

Íbamos subiendo la ladera poco a poco, un cierto humo seguía elevándose hacia el cielo desde la cima, pero por el olfato como me hizo ver César, descarté la idea de que fuéramos a ser un sacrificio humano fundidos por lava. No olía a cenizas, la tranquilidad y la humedad del ambiente negaban la posible erupción.

Mi respiración agitada contrastaba con la respiración relajada de César. El deporte no era lo mío y se veía a leguas mediante la torpeza de mis pies al escalar.

- ¿Estás bien? -Me preguntó César, su preocupación me conmocionaba, parecía atento a todo lo que hacía.
Entendí que, sin sus empresas, su única ocupación era yo y mi seguridad.

Lo miré dando a entender que me las estaba viendo para seguir sus rítmicos pasos.

- ¿Tu que crees? Esta cuesta es demasiado escarpada - me excusé viendo la sonrisa de diversión plasmada en su rostro demasiado hermoso para ser real.

- O tú eres demasiado blanda, Azu.

-Puede ser - Sonreí yo.

Aquella era la primera vez que me llamaba Azu, con tanta familiaridad y dulzura que quería que aquel fuera mi hogar, a su lado.

Esperanza.

César me cogió entre sus brazos y subió más deprisa, sólo en ese momento fui consciente de que si estábamos tardando tanto era porque él me esperaba.

Llegamos hasta la cima, César parecía agotado, al fin y al cabo aunque no fuese gorda, tampoco me llevaba el aire, es decir, no era peso de pluma.

Inmediatamente me tapó los ojos con sus grandes manos, una vez me hubo bajado, impidiéndome la visión de lo que estaba ocurriendo.

-¿Siempre tan misterioso? -Inquirí, una pequeña sonrisa se formó cuando las comisuras de mis labios se curbaron ligeramente.

- Soy César Pérez, ¿qué esperabas de mí?

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