Alma y cuerpo

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AVISO!: este capítulo tiene contenido sexual explícito, no apto para menores de 18 años, tampoco aparece nada realmente importante que transforme el rumbo de la historia. Espero que disfrutéis la lectura!

POV Azucena.

La faceta melosa de César despertaba una manada de jabalíes en mi estómago, aunque teóricamente no cupieran ahí dentro. Estaba emocionada, abochornada, peto sobte todo, enamorada.

Sus labios tenían un sabor que aunque indescriptible me fascinaba. Era el sabor más apetecible jamás probado por mis labios, su boca desprendía fuego.

Empezó a desanudar el nudo de mi albornoz, debajo tan solo tenía el sostén y las braguitas de encaje, la vergüenza despertó una reacción en mi cuerpo que consistía en el movimiento frenético de mi corazón, bombeando la sangre a todas partes, pero juraría que donde más se concentraba era en mi rostro. César descubrió mi pecho, abdomen y piernas, sin llegar a despojarme del albornoz del todo, me admiró como si fuera una gran reliquia, como si fuera la primera vez que sus ojos se habían topado con mi cuerpo casi desnudo, los dos sabíamos que no había sido así.

Mis manos temblorosas, se dirigieron al nudo de su albornoz color barniz, para desatarlo y dejar su torso musculoso a la vista. Me moría de vergüenza, vi asombro en su rostro al ejecutar tal acción voluntariamente.

Nuestros cuerpos no se tocaban, a pesar de todo si podía sentirlo arder, el calor que desprendía su cuerpo a centímetros del mío despertaba sensaciones en mí que jamás había imaginado siquiera. Aparté su albornoz totalmente de su cuerpo. Me mordí el labio inferior con cierto miedo. Verlo tan sólo con unos calzoncillos, encima de mi cuerpo, provocaba en mi organismo sensaciones contradictorias.

Su boca volvió a la mía, anhelante de pasión, respondí su beso e intenté seguir el ritmo exhaustivo de su lengua estudiando mi boca.
La ropa interior era un ínfimo obstáculo entre nuestros cuerpos, sin embargo el respeto de César Pérez ahogó su impulso de quitármela, aún no tocaba mi cuerpo, ni yo el suyo, sencillamente disfrutábamos de nuestros labios de manera tan intensa, que éstos podrian quedarse soldados.

Una de mis manos, obedeciendo un impulso ciego, se posó en su pecho de mármol, sus manos, sólo entonces, cobraron vida sobre mi cuerpo.

Sin dejar de besarme la boca, recorrió mi silueta con sus duros dedos de empresario. Una serie de cosquillas convencieron a mi mente de que eso era lo correcto.

César jamás me haría daño.

Sus labios abandonaron mi boca desplazándose por mi piel, hasta el lóbulo de mi oreja, su aliento y sus labios en esa zona me hicieron estremecer, solté un suspiro de placer demasiado sonoro.
Un imprudente deseo se instaló en mi mente.
Deseaba que nuestros cuerpos estuvieran tan pegados como segundos antes lo habían estado nuestros labios.

Acaricié despacio su pecho, sin apenas rozarlo.
César siempre me impondría.
Su estatura.
Su forma de adonis.
Su porte sobrenatural.

Sus labios siguieron descendiendo y se detuvieron en mi cuello, regalándome tibias sensaciones con sus besos húmedos y jugosos.

Nuestros cuerpos estaban cada vez mas cerca, a punto de rozarse. Una de sus manos, ávida, dejó mi cintura para masajear mis mamas sobre la tela del sostén. No sabía si era porque la prenda no se la podía considerar prenda debido a la fina tela de la que estaba compuesta, pero sentía ese masaje con tal intensidad que sentía deseos de gemir en busca de más.
César detuvo el baile de sus dedos por mi cuerpo, y también los besos. Abrí los ojos que antes habían permanecido cerrados disfrutando de las sensaciones.

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