Todas las páginas del cuento

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jamás había sentido algo así como consecuencia de un beso. Una felicidad que calaba hasta en el tuétano de mis huesos, y una paz que amenazaba con atontarme, básicamente estaba sufriendo el síndrome del enamorado, y se sentía mejor de lo que jamás creí.

Mi madre desde ahí arriba, en el cielo, me estaba dando lo que prometió, ciertamente su viaje no fue el fin de mi historia.
¡Gracias mamá! Quise gritar, eufórico.
Azucena estaba por dormirse en mis brazos.

Tan delicada, tan buena. Tan perfecta.

Me miró y bostezó, con la cabeza sobre mi pecho, había sido un día intenso y hasta mis ojos amenazaban con cerrarse y no volver a abrirse hasta la mañana siguiente.

Pero deseaba seguir conversando con ella. Aclararlo todo. Para poder ser del todo felices.

- ¿Sabes por que te regalé ese vestido blanco de mi madre? ¿Por qué te llevé a esa cueva en el acantilado? - cerré mis brazos en torno a Azucena, temiendo que se escapara, temiendo que esa situación fuera irreal. -Porque desde el primer instante en el que te vi y traté contigo me recordaste a ella, contigo podía ser yo mismo, pero no te había conseguido, necesitaba hacerlo. Por eso lo del contrato de boda, no quería que te alejaras de mi, aunque, -no te lo negaré-, el contrato de pareja fue idea de mi estúpido padre, que como finalidad tenía reconciliarse con tus padres. Te di ese vestido aquel día porque cuando mi madre me lo cedió a los diez años me dijo: "quiero que le des éste vestido a la que se adueñe de tu corazón, confío en tus gustos tesoro, y cuando se lo vea puesto sonreiré y os daré mis bendiciones" quería sus bendiciones para nosotros, pero en ese momento no lo sabía. Esa cueva...es ella, considero que es ella, mi madre, cuando voy allí no siento más que tranquilidad, tengo muchas de sus cosas que me recuerdan a ella, intento que la cueva guarde el olor de su casa. A veces cuando duermo allí siento que su voz me habla, que está ahí conmigo. Ir allí es mi método para desestresarme. - Azucena me prestaba tanta atención como una religiosa a su sacerdote.

Me gustaba su interés. Me maldije por ser imbécil y no habérselo contado antes.

- Oh, eso es muy bonito-aseguró con una de sus sonrisas. -Me alegro de ser la afortunada que recibiera ese vestido tan hermoso.

El corazón se paró por un segundo para después comenzar con un ritmo frenético.

- Nada es más bonito que tú - le susurré en el oído. Se removió en mis brazos, la estaba poniendo nerviosa. Eso me fascinaba.

- Y si opinas todo eso de tu padre...¿Por qué no te llevas mal con él? - Inquirió cambiando de tema mi joven esposa.

- Una cosa es lo que demos a entender a la gente, las apariencias, y otra muy diferente el como nos tratemos realmente. La indiferencia es nuestra conducta a espaldas de la sociedad. Nunca le perdonaré que se negase a pagar el tratamiento de mi madre biológica. Fue mezquino con ella siempre, y ella no se merecía ese trato. Laura es un ser celestial, puro, mi padre es un diablo.- me estaba desnudando ante Azucena, no de la manera que me gustaría realmente, pero esa forma de desnudarse proporcionaba paz... Me sentía tranquilo, relajado, más que nunca.

- No quiero que te atormentes más con eso -me consoló Azucena- seguro que tú serás un gran padre - confirmó con convicción, tras lo cual sus mejillas adquirieron un tono sonrojado.
La abracé contra mi pecho. Admiraba el carmesí del que se teñían sus mejillas cuando se avergonzaba.

- Será un honor tener un hijo contigo - la piqué, soltando una carcajada divertida.

- ¡No te rías!, no había analizado la frase - me espetó ella dandome un suave codazo en las costillas.

Contrato de BodaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin