Estrella Laura

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Pov Azucena.

Abracé a César sin dudarlo, ahora que lo conocía podía entender por todo lo que había pasado.

Su historia era perturvadora, la capa de humo que solía cubrirle se había desvanecido. Ya, sus ojos, eran sondeables, al menos para mí.

Sus brazos me cubrieron antes de que yo entrelazase mis manos en su espalda de forma torpe. Me abrazaba suavemente, en ese momento no sentí temor a su masculinidad como otras veces, sabía que no me haría nada. César no tenía intenciones ocultas. Al menos en su estado actual.

Algo en su abrazo protector me hizo presentir que la historia no acababa ahí.

¿Y su madre biológica? ¿Porqué habla tan siquiera con su padre si tanto lo aborrece? ¿El vestido que me regaló en su día era de su verdadera madre?

Mantuve mis brazos tranquilos en su tronco el tiempo que fue necesario para tranquilizarlo.
El brillo en sus ojos me confirmaba que él necesitaba llorar, desahogarse. Pero no lo hacía.

César era un hombre realmente fuerte.

En todos los aspectos, no tan solo en su curtido físico.

Finalmente despegó sus brazos de mi cintura. Me miró con esa mirada a la que había llegado a amar.

Estábamos a pocos centímetros el uno del otro, así estábamos bien.

- No acaba ahí mi historia - me dijo él - ojalá fuera solo eso, hechos del pasado de los que ni siquiera yo era consciente. - César miraba, otra vez, al cielo repleto de entes luminosas, ajeno de mi mirada expectante.

-Pero ya el hecho de saber eso, lo mal que lo pasó tu madre, debe de ser horrible - reflexioné en voz alta.

Quería intentar regalarle una pequeña sonrisa, pero no podía, la situación me lo prohibía.

- Sí, Laura era una gran mujer. De hecho la conocí - César regaló al cielo una sonrisa irónica- al menos eso si lo cumplió mi padre, dejar que me viera crecer...algunos años- alegó con tristeza, quizás recordando como se separaron.

- ¿Tuvo algo que ver tu padre? - Le pregunté con el ceño fruncido, no me imaginaba eso del señor bigotudo bastante obeso que vi entregarle una empresa a su hijo y que asistió a nuestra propia boda. Tendría que asimilarlo. Menudo hijo de perra.

- Por supuesto, ¿Dónde él no influye? Con él tienes dos opciones, las dos extremas, o invertir y perderlo todo o quizás odiarle con todo el corazón y ganarlo todo de su parte. Es...contradictorio.

- Muy contradictorio - expresé con behemencia. - Bueno, ¿sigues? Qué pasó con tu madre César - Inquirí intentando no sonar ansiosa, pero honestamente, aquel relato me parecía sacado de una trama de telenovela irreal.

En ese caso, la realidad superaba a la ficción a gran escala.

Me miró, sus ojos grises, que antes me habían parecido encriptados y profundos, en ese instante me parecían ensombrecidos y fugaces. Me regaló un ademán de sonrisa, y entonces recordé los primeros días que nos vimos, él tan serio, tan mujeriego, tan irritante y a la vez tan poderoso, ahora podía traducir esos sentimientos que lo hacían ser como era, lo comprendía y perdonaba.

- Recuerdo un día como si me hubiera sucedido ayer, era solo un niño, ¿cinco, seis años, quizás tendría? Laura siempre jugaba conmigo en el patio, me cantaba muchas noches antes de dormir y sentía que aquella conexión que tenía con ella era especial, sin haberlo oído nunca de mis padres, sabía que Laura era mi mamá, era mi protectora y el pilar que sostenía mi vida en ese entonces. - César hizo una leve pausa para aclararse al garganta - yo era un niño complicado, era de pocas palabras con otros niños, y muy inquieto...mi padre se avergonzaba de mí, decía que mi talante era como el de una mariquita y Sara lo apoyaba en todo, siempre noté que me miraba con dolor y admiración a la vez, nunca me visitó antes de dormir o me contó un cuento. Una tarde solos yo y Laura en la gran mansión, salió la conversación del colegio, mi padre me había dicho que estudiara la constitución hasta que me la supiera como el padre nuestro pero yo era un niño y quería jugar, le conté lo porquería que era mi vida a Laura, y lo desdichado que me sentía así, ella me miró a los ojos, aún recuerdo esa mirada, tanta tristeza en ellos, tantos secretos. Me abrazó y así refugiado en sus brazos pasaron minutos u horas, no lo recuerdo bien, pero fue la primera vez que me abrazó, me propuso después que me fuera con ella a su casa y yo accedí al instante. Así fue como empezaron mis idas y venidas de la mansión a su casa y al colegio, mis notas mejoraron notablemente, y me comencé a abrir a los demás niños. Laura me leía cuentos, me besaba en la frente y aunque no lo dijera con palabras, veía sus ojos en los míos al mirarme al espejo y su fino pelo al peinar el mío, silenciosamente yo sabía que era mi madre y ella me comunicaba con sus gestos que era su pequeño. Su casa humilde y sencilla eran mi santuario, me hablaba de su infancia, de mi abuela y de una enfermedad de la que fuí consciente demasiado tarde. - César me miró, entonces, una lágrima se deslizaba por su mejilla, su expresión me recordó a la de un niño, y su sinceridad me hizo querer decirle todo lo que sentía.

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