El fin y el inicio de un todo

45.8K 2.3K 138
                                    

La pálida cama del chalé me invitaba a acostarme en ella y dejar a mis sueños adueñarse de mi mente, de nuevo. En cambio estaba recogiendo mi ropa provocativa elegida por mi mejor amiga para dejar aquel hermoso paraíso y volver a la angosta rutina y mi nueva realidad con César, que además de despertar en mí un sentimiento de regocijo, despertaba otro de náuseas, literalmente.

El montón de ropa se hacía cada vez más inmenso, aunque eso científicamente fuera imposible, para mí era cierto, la cama frente a mí me incitaba a echarme un rato.

¿Me habrá picado ese mosquito del sueño? Me pregunté con incerridumbre, excursiones si hemos hecho, no es imposible suspiré temiendo ser una nueva bella durmiente, pero sin beso de amor que valga como solución.

César no estaba en el chalé, como prometió a los gerentes y encargados del hotel fue a revisar las cuentas e ingresos esa mañana temprano, el día de nuestra vuelta a Toledo.

Mi vista se volvió borrosa y cedí al sueño, dejándome finalmente la montaña de ropa femenina sobre una esquina de la inmensa cama, antes de trasladarme a la inconsciencia donde te lleva el sueño, pensé que era totalmente normal ya que la noche anterior César y yo nos habíamos amado por vigésimanovena vez, y, casi toda la noche en vela haciendo el amor pasaba factura al cuerpo, también sentía dolor de estómago, las almejas de la cena al parecer no habían sido tan frescas cómo nos prometieron los camareros, y yo me hinché a comerlas como alguien que no se alimenta en un mes, o más.

Relajé los músculos y en menos de diez segundos acabé dormida.

- Cariño - escuché, junto con un beso en una de mis mejillas. César había vuelto.

-Déjame un rato más, porfa -supliqué a César, acomodándome en la cama.
No sabía el tiempo que había pasado dormida, pero el sueño seguía atandome al estado de letargo.

- Ya casi nos vamos, amor - me dijo al oído, zarandeandome dispuesto a despertarme, mis ojos se mantenían reacios a abrirse.

Me zafé de sus brazos y le di la espalda, dispuesta a seguir rezagada en esa mullida cama de contacto como las nubes.

- Con que esas tenemos, señora Pérez - me dijo, divertido. Sonreí ligeramente.

Comenzó a hacerme cosquillas en la planta del pie y como cualquier ser humano habría hecho, reaccioné mediante patadas y sendas carcajadas.

Me reí como nunca y cuando César observó que ya estaba despierta, se inclinó hacia mis labios para darme un dulce beso, uno de esos besos a los que era adicta.

Cuando finalizó el beso noté como la bilis subía por mi garganta y la amenaza de vomitar me hizo esprintar al baño más cercano, para dejar salir la cena y el desayuno casi digerido por la boca. César corrió hacia mí, notando mi malestar, y me agarró el cabello para que no se ensuciase.

- Estás enferma - me dijo, una vez escupí por última vez uno de los restos asquerosos del vómito.

-Lo sé, las conchas de ayer eran una estafa - susurré.

- Yo también comí y estoy sano - apuntó con convicción.

-¡yo tomé demasiadas! - exclamé exaltada.

El hecho de pensar en esas almejas del demonio hizo que las náuseas volvieran, me senté en la taza del bater tras tirar de la cadena y me quedé descansando ahí, sin fuerzas.

-Seguramente me vaya a venir la regla -susurré más para mí que para césar, pero él lo escuchó y con rapidez acercó las compresas hasta mí.

Cogí el paquete entre mis manos y fijé mi vista en él, anonadada, entonces recordé que me lo traje porque la regla me vendría a mitad de la luna de miel.
Y no me había venido.

Contrato de BodaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora