Supervivencia

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Capítulo 2: Supervivencia.  

Draco se tomó un tiempo para ponerse de morros, lo suficiente para darse cuenta de que estaba hambriento. No había elfos domésticos que le cocinaran algo. Se dirigió a la cocina, abriendo varios armarios y cajones. La cosa más grande de la habitación tenía dos asas, y entre ellas, un espacio hondo. En los estantes no había absolutamente nada. En un armario había unas cuantas tazas, vasos y platos. Abrió un cajón que contenía unos cuantos cubiertos con empuñaduras de diferentes colores. Una vitrina parecía tener unas cuantas sartenes y un hervidor de agua. También había una gran cosa negra con botones. Draco dudaba que los alimentos vinieran de ahí, por lo que decidió no tocarlo por el momento.

Al parecer, no había comida en la casa.

Se sentó en la mesa de la cocina e hizo una mueca. Tampoco había encantamientos amortiguadores en las sillas. Sillas de madera, más duras que un cuerno. Gracias a Merlín que había traído su propia cama, al menos, un mobiliario de esa casa no era basura.

Abrió el sobre que contenía el dinero muggle que el auror le había dado. Todo era simple papel endeble... ¿Cómo era posible que aquello pudiera tener valor? Estudió los trozos de papel, marcados con números. Un 5, un 10, un 20 y un 50. Se preguntó qué diablos podría comprar con el de cinco, que parecía ser el de menos valor.

Estudió las llaves que le habían dado. Había una casi tan larga como su dedo pequeño, plana, de un color cobrizo casi aburrido. La otra llave era la mitad de la primera. Las tiró de mala manera sobre la mesa, malhumorado.

Por mucho que detestara la idea de ir a hacer la compra, debía hacerlo si no quería morir de inanición. Cogió el sobre del dinero, se lo metió en el bolsillo y se dirigió hacia la puerta. Cuando salió, sólo se percató de que las llaves todavía seguían dentro cuando la puerta ya se había cerrado tras él. Era demasiado tarde, estaba totalmente cerrada.

Aquello fue demasiado. Draco ya no se sentía con fuerzas de lidiar con nada más después del maldito día que llevaba a sus espaldas. Pateó la puerta, la golpeó con fuerza, con la esperanza de que se rompiera. Sin embargo y para su desgracia, todo lo que obtuvo por su trabajo fue unos zapatos rasgados y unos puños magullados. A Draco siempre le había gustado su piel, pues era suave y rozaba la perfección, pero intentar hacer algo como aquello con dicha piel parecía ser la peor de las ideas... Era demasiado frágil. El sudor corría por su cara de una manera incómoda. Después de propinarle a aquella endemoniada puerta la última patada, que no fue más efectiva que la primera decena, se dejó caer sobre ella, abrazando sus rodillas.

Draco estaba tan absorto en su monólogo interior, en el que despotricaba contra todos los que le habían impuesto aquel injusto castigo, que no notó cómo la puerta frente a él se abría al otro lado del pasillo y alguien se acercaba a él. Sólo se dio cuenta de que no estaba solo cuando la otra persona empezó a hablar.

—¿Malfoy? ¿Estás bien? —dijo aquella conocida voz—. No, esa es una pregunta estúpida... Por supuesto que no estás bien después del día de hoy —murmuró para sí misma—. ¿Puedo ayudarte?

El rubio miró hacia arriba, y fue entonces cuando se percató que le ardían los ojos. ¿Había estado llorando sin darse cuenta? Se frotó los ojos con el dorso de la mano y se dio cuenta de que, efectivamente, estaba mojado. Por Merlin, Circe y Morgana, lo último que necesitaba era que alguien lo viera en ese estado tan deplorable, mucho menos ningún muggle. Sus ojos al fin enfocaron a la persona frente a él, era... ¿Granger?

—Hola, Malfoy... —dijo ella entonces—. ¿Necesitas que te eche una mano?

Él mismo se levantó del suelo inmediatamente, haciendo caso omiso de la mano extendida de la muchacha.

MugglefiedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora